martes, 6 de agosto de 2019

La Nube, de Gudrun Pausewang

En 1988, el premio a mejor novela juvenil de Alemania fue a parar a La Nube de Gudrun Pausewang. Una obra que ficcionaba un accidente nuclear en el corazón de la entonces República Federal de Alemania, y que se alimentaba de un elemento que flotaba sobre la población de todo el mundo en aquella época: el miedo al peligro nuclear. Lo cual le otorga su valor principal, como testimonio de ese momento en la historia, incluso para lectores que ya hayan pasado la adolescencia. De hecho, por su temática y la forma de abordarla, creo que se debe situar en la categoría de novela juvenil "de transición". puesto que se aleja por completo de esas lecturas optimistas y livianas en las que el protagonista sale airoso en medio de una situación de riesgo. Empujando al lector hacia la madurez de un empellón. 

Como ya he dicho, la novela es un testimonio del miedo a un desastre nuclear mundial. Y justo en los 80 se produjeron algunas de las obras más representativas a ese respecto: El día después (1983), fue un telefilme estrenado luego en cines que representaba las consecuencias de un ataque nuclear sobre territorio norteamericano. Ese mismo año también llegaba a las pantallas Juegos de Guerra, para hablar del peligro de que las máquinas tuvieran el control de los arsenales de las grandes potencias. En 1985 se cumplieron 40 años del bombardeo sobre Hiroshima y Nagasaki, lo cual recordó a todo el mundo los efectos que habían tenido sobre la población. Y en 1986, cuando la tensión entre USA y URRS parecía empezar a relajarse con las promesas de tratados para el desarme, se produjo el accidente de Chernobil. El miedo a las armas se relajaba, pero crecía de forma exponencial la sospecha de que la energía nuclear "limpia y segura" no lo era tanto. El mismo año en que se producía Cuando el viento sopla, una de las obras de animación más impactantes al respecto de lo desinformada que estaba la población respecto a un conflicto nuclear total.


La Nube plantea de forma bastante verosímil cuál sería la reacción de la población civil de un país europeo, si se diese el caso de un escape radioactivo que obligar a evacuar la zona (la central nuclear de Grafenrheinfeld existía de hecho, y en la actualidad se puede usar Google Maps para repasar el itinerario de la protagonista o comprobar la extensión de la zona afectada). La primera mitad de la novela gira en torno a esa premisa, y vemos a través de los ojos de su protagonista (Janna Berta) la rapidez con que se degrada el comportamiento cívico cuando la supervivencia está en juego: mientras ella huye en bicicleta con su hermano Uli, de 7 años, los adultos compiten en una carretera atascada por acercarse a la salvación, cueste lo que cueste (apartando coches averiados, robando los de otros, embistiendo contra los demás...), convirtiendo al pequeño Uli en la primera de muchas víctimas en torno a Janna.


La huída de la adolescente culmina después de ser alcanzada por la nube de radiactividad, yendo a parar a un hospital improvisado en el cual podemos percibir la decadencia del país, expresada en dos vertientes: la económica y política, al no poder afrontar las consecuencias de un desastre nuclear a gran escala, y la física de sus propios ciudadanos, enfermos en masa por la radioactividad. Así, asistiremos al terrible trauma de Janna, sola e ignorante del destino del resto de su familia, sobreviviendo en una sala llena de niños a los que ve empeorar día tras día. Y, al tiempo, captamos la furia de los ciudadanos a través de los comentarios de los adultos que la rodean. Dibujando un panorama de una Alemania dividida entre quienes resultaron indemnes y una muchedumbre de refugiados en su propio país, enfermos y sin opciones para escapar a su situación (que, probablemente, son un eco de la experiencia de la propia autora tras la Segunda Guerra Mundial).

La parte final de La Nube fabula en torno a la reacción de la población y los países de alrededor, una vez controlado el accidente: el miedo a un nuevo fallo en otra central nuclear, la brecha entre los enfermos por la radiación y la población sana... Con un espíritu algo más positivo, en el que Janna se convierte en un ejemplo de fortaleza ante la adversidad.

Quizás en la actualidad su lectura no evoque en los lectores los temores palpables para los adolescentes de finales de los 80. El desastre de Fukushima, aunque reciente en el tiempo, resulta mucho más lejano que las noticias diarias sobre una nube radioactiva que vagaba por los cielos de Europa y cuyos efectos nadie era capaz de predecir. Pero aún así sigue siendo un buen libro para caminar hacia la madurez. Y, si os interesa saber algo más sobre la novela, podéis escuchar mis comentarios en El Podcast surge de la tumba

jueves, 25 de julio de 2019

Mitos que se tambalean: Orson Scott Card

Si habéis sido de los afortunados que acudisteis al último Festival Celsius, estáis al tanto de lo que se comenta en el universo fandom y/o seguís en redes sociales a autores del mundillo, es más que probable que tengáis conocimiento de la reciente polémica que ha suscitado el anuncio, por parte de la organización del festival, de su invitación a Orson Scott Card para formar parte del plantel de autores del año que viene. Tal hecho, que en primera instancia parece que debería ser motivo de regocijo para quienes tuvieran previsto acudir a Avilés en 2020, ha caído como una bomba entre un amplio sector de autores y lectores (entre los cuales me incluyo).

La razón para esta inesperada incongruencia proviene de un aspecto ajeno a la creación literaria (aunque quizás no, según me han dado a entender las declaraciones de algunas personas): las convicciones religiosas de Card. Yo, como muchos otros lectores, apenas tengo referencias sobre la vida personal de la mayoría de autores que he leído, y pocas veces indago en ella; de hecho, desconocía que Card era mormón hasta que el tema surgió durante el debate que hicimos en mi club de lectura al respecto de El juego de Ender. Un detalle que en aquel momento no me pareció más que pintoresco, pues no había percibido ningún intento de pontificar en las obras que conocía de él (los dos primeros libros de la saga de Ender). Sin embargo, el anuncio de su posible presencia en el Celsius 2020 ha desvelado algo totalmente desconocido para mí (y sospecho que para un@s cuant@s despistad@s más): la activa militancia de Orson Scott Card en contra de la homosexualidad.


Mentiría si dijera que, en primera instancia, no consideré que podía tratarse de una reacción exagerada contra los ideales religiosos que pudiera haber vertido en alguna de sus obras. Teoría que debí desechar de inmediato en cuanto empecé a consultar información al respecto en internet. Así es como he descubierto, con seis años de retraso, una serie de artículos muy reveladores publicados en la época del estreno en cines de El juego de Ender, y que me habían pasado inadvertidos por completo. De ellos, éste sirve como botón de muestra de los problemas que ya entonces estaba teniendo con la opinión pública y el sector homosexual. Pero, para aquellos que se defiendan en inglés, os dejo también el enlace al artículo que escribió en 1990 en contra de la derogación de una ley "sobre la constitucionalidad de la sodomía en el ámbito privado" (estoy traduciendo de forma libre), en el cual carga contra los homosexuales (en especial contra los que se declaran mormones), y se defiende de las acusaciones de homófobo apoyado en las críticas de quien le acusó de ser pro-gay por usar personajes homosexuales en El maestro cantor y Las naves de la tierra (a pesar de que, literalmente, en el artículo advierte de que cualquier adulto debería de renunciar a los apetitos sexuales "contra natura", y mostrarse en contra de cualquier equiparación legal de las parejas homosexuales con su contrapartida tradicional, o la posibilidad de enseñar a los niños que la homosexualidad es una opción aceptable y normal en la vida).

Por supuesto, a la luz de estas declaraciones comprendo el malestar de la nutrida comunidad LGTBI (tanto autores como lectores de género) que visita el festival. En un momento en que la creación literaria ha empezado a dar pasos para escapar a la corriente patriarcal que la ha dominado desde el inicio de los tiempos, otorgando mayor visibilidad y relevancia tanto a personajes femeninos como a las diversas identidades sexuales posibles, no parece muy acertado llevar a ese foro a alguien que podría utilizar su estrado para reivindicar esas posturas retrógradas (Rodolfo Martinez ha comentado ayer su experiencia con Card en la Hispacon 1997, cuando una brillante charla sobre la concepción de la realidad del mundo acabó derivando en un discurso a favor del Creacionismo, mientras que otros autores han recordado que algunas de sus obras están próximas a considerarse apología de la ultraderecha). Y, teniendo en cuenta que éste mismo año ya se lanzó una pulla desde el público, reclamando mayor protagonismo a los personajes no heteronormativos, en una mesa tan poco sospechosa de continuísmo patriarcal como la compuesta por Kameron Hurley, John Scalzi, Anna Starobinets, Brandon Sanderson y demás... no sé hasta qué punto se estaría jugando con fuego al poner a Card ante los micros del auditorio de Avilés.

A título personal, y retomando el título del artículo, estos descubrimientos han hecho tambalearse a uno de mis mitos literarios. No tanto por su producción en general, como por la obra que (creo) le había hecho ganarse más adeptos: El juego de Ender. No sé si comparto experiencia con muchos admiradores de ese libro, pero yo lo leí en la adolescencia y no pude sentirme más identificado con el protagonista. Mi lista de amigos en aquella época podía contarse con los dedos de una mano, era demasiado listo, no compartía ninguna afición con mis compañeros de clase (salvo quizás, la lectura de cómics y alguna serie de televisión) y en el colegio había sufrido continuas "bromas" (hoy quizás ubicables en la frontera del bullying) por parte de algunos de mis compañeros de curso. Empatizar con Ender, en ese contexto, fue muy fácil y supongo que, para la mayoría de lectores que lo descubrieron a esa edad, el efecto debió de ser similar. Era un ejemplo de resiliencia para todos los que se sintieran menospreciados e incomprendidos, enfrentados a un mundo cuyas reglas, desde la perspectiva de un quinceañero, son injustas y arbitrarias. En mi caso, estoy bastante seguro de de que me sirvió para entenderme mejor que cualquier libro de autoayuda. Y por eso me resulta especialmente difícil renegar de él, aunque no veo ninguna forma de reconciliar lo que sé ahora con lo que pensaba en el pasado. 

La conclusión final a todo esto puede ser que, sin proponérselo, Orson Scott Card se ha convertido en el enemigo insector para una generación de autores y lectores, dispuestos a llegar al final del juego para ganar la guerra por reivindicar sus propias identidades.


P.D: Mis sinceras disculpas si he usado el término "identidad sexual" de forma incorrecta en algún momento del artículo.

martes, 23 de julio de 2019

Nuevos Horizontes

Como los calores veraniegos me tienen las neuronas al baño maría, y no soy capaz de hilvanar un artículo más sesudo sin poner en peligro que se me derrita el cerebro, voy a aprovechar para comentar mi experiencia con un medio en el que apenas sí me había prodigado hasta ahora y al cual he empezado a cogerle el tranquillo: el Podcast.


El problema con las entrevistas en vivo es que, a pesar de que las disfrutaba mucho, siempre temía el momento en que aparecería esa pregunta que pusiera a prueba mi talento discursivo. En parte, por la tendencia a dispersarme cada vez que que empiezo a explicar cualquier cosa (lo cual ocurre de manera directamente proporcional al tiempo que me extienda hablando); y por otro lado me preocupaba no resultar tan brillante como otros tertulianos. Al escuchar algunos programas y a sus invitados, cuya erudición me hacía pensar que les capacitaría para participar en Saber y Ganar sin problemas, me daba la impresión de que yo podía aportar muy poco en comparación.

Esos complejos se debilitaron a raíz de las charlas que realicé sobre cómo escribir historias de aventuras, y podría decir que se desvanecieron casi por completo tras grabar mi última colaboración para Milanosfera, en la que charlamos sobre recursos literarios que podrían aprovecharse a la hora de escribir aventuras o campañas para juegos de rol. Al repasar los audios de esas charlas me dí cuenta de que, si bien mi discurso no era tan sesudo como a veces quisiera, lo que contaba sí resultaba entretenido. Y que para un cierto número de personas podría ser ilustrativo.

Eso fue lo que me hizo meditar la posibilidad de volverme más activo en este medio; y, tras dejar para algún momento del futuro el plan de montar mi propio podcast, se me ocurrió la idea de colaborar en el programa de una amiga: El podcast surge de la tumba. Y ahí fui con una propuesta de sección, dedicada a fomentar la hibridación de géneros a la vez que hablo de novelas que, sin estar de forma estricta en la categoría del terror, hicieron uso de herramientas del género para lograr provocar algún que otro escalofrío al lector.


Mi primera participación fue dos semanas atrás, e inauguré la sección con todo un clásico de la literatura de género: La guerra de los mundos, en cuyas páginas se ocultan no solo múltiples conceptos propios del terror, si no que dio forma a varios de los elementos comunes para las historias de invasiones extraterrestres. Y la semana pasada hice mi segunda aparición, recuperando un thriller de aventuras y terror muy difícil de encontrar: El descenso.

Esto no significa que vaya a abandonar el blog, porque aún hay un montón de artículos que quisiera escribir y compartir con vosotros. No solo acabar con la lista de relatos que me influenciaron como escritor, si no las reseñas de los libros que voy leyendo y los consejos que puedo ir dando desde mi experiencia en el mundo editorial. Así que seguid atentos, y disfrutad de lo que os cuento.


lunes, 8 de julio de 2019

"Bajos Fondos", de Daniel Polansky

Una de las razones principales por las que me gusta ir a la Hispacon y demás convenciones es la posibilidad de aprender sobre obras y autores que me son desconocidos. Eso me da la opción de indagar y enriquecer mis referencias literarias. Que es lo que esperaba que ocurriera con la novela de Daniel Polansky, después de saber de la existencia de esta "novela negra en un mundo de fantasía" por una charla sobre la hibridación de géneros en la última Hispacon.

La propuesta de Bajos fondos, a priori, resultaba muy interesante: una combinación de novela de detectives hard-boiled y una ambientación de fantasía, aunando los arquetipos de ambos géneros para crear un mundo fantástico "sucio", habitado por personajes menos luminosos y motivados para hacer el bien de lo que suele ser habitual. Se postulaba incluso como una alternativa a Abercrombie, toda vez que ya he acabado con las lecturas de la Primera Ley. Sin embargo, como se puede deducir de mi párrafo anterior, el resultado final no acabó de cumplir con esas expectativas.


La sinópsis de la novela es la siguiente: el Guardian, un antiguo detective convertido en traficante de drogas, se ve envuelto en la investigación de una serie de asesinatos de niños en los suburbios de Rigus, la ciudad donde vive y se dedica a realizar sus oscuros negocios. Un ejemplo claro de antihéroe cargado de vicios y malas costumbres pero que, en el fondo, tiene buen corazón. De hecho, aunque su involucración se vea forzada por presiones externas, el terror detrás de las horribles muertes ha despertado en él un recuerdo escalofriante de su pasado. De modo que le acompañaremos en sus vagabundeos entre fumaderos, tabernas de mala reputación, prostíbulos y el cuartel general de la policía, amén de los domicilios de otros personajes de mayor alcurnia, mientras hace uso de su no del todo oxidado olfato detectivesco. Repasando de tanto en tanto su infancia como huérfano callejero durante una grave epidemia de peste, su experiencia bélica como soldado en un conflicto que recuerda a la Primera Guerra Mundial, y el paso por el cuerpo de detectives, así como la estrecha amistad que le une al mago más respetado de la ciudad, el Crane, y su futura sucesora.

Sin embargo, la combinación de géneros prometida en la cubierta no tarda en demostrarse un tanto endeble. Da la impresión de que Bajos fondos es una novela negra a la que, en algún momento, se le ha añadido una ligera capa de fantasía. Siguiendo la tradición de la fantasía sin razas mágicas, tan solo tenemos humanos de diferentes etnias; las drogas que aparecen son los opiáceos típicos de principios del siglo XX, renombrados con adjetivos sugerentes; y los magos, que son parte importante en la trama, tienen unas atribuciones y capacidades muy difusas en base a lo que Polansky quiera: o bien son unos Sarumanes bondadosos, o un ex-alumno de Hogwarts alcoholizado. De hecho, la aparición de elementos sobrenaturales es tan puntual que uno puede olvidarse de que está en un mundo de fantasía, sumergido en la ficción decimonónica general. 

Todos esos defectos son el resultado directo de un problema básico: se trata de un ejemplo claro de novela primeriza. Demasiados tópicos y estereotipos sin apenas nada sorprendente en el conjunto, salvo el planteamiento de esa hibridación de géneros. Todo lo cual la convierte en una curiosidad. Un experimento que, a mi parecer, le quedó grande al autor, pero puede dar pie a otros para recoger ese concepto y elaborar obras más redondas. Una lectura entretenida, sin más, y un autor que quizás en sus obras posteriores haya logrado acercarse un poco más a Abercrombie. Mientras tanto, como ejemplos de hibridación mucho más conseguidas, recomiendo Tierras rojas, Aleación de ley o Sombras de identidad.

viernes, 14 de junio de 2019

Un año de reseñas y entrevistas sobre Monozuki

En honor a la verdad, ya hace algo más de un año que Monozuki comenzó su andadura en el mundo editorial. A mediados de Mayo de 2018 tuve la gran satisfacción de reunirme junto a un buen grupo de amigos y aficionados a la fantasía, para comentar las peripecias de su escritura escoltado por Giny Valrís y Eduardo Vaquerizo. Experiencia que conté en este artículo del blog, y que ha sido una de las mejores que he vivido como escritor hasta la fecha. Así que, un poco a modo de celebración, he decidido reunir aquí todo lo que se ha dicho de la novela hasta ahora. 



Entrevistas
Desde que empecé a publicar, no me han entrevistado demasiadas veces. Pero reconozco que me divierte mucho, y suele ocurrir que alguna pregunta te obliga a meditar sobre ciertos aspectos que nunca te habías planteado con anterioridad.

Milanosfera. Decir que la persona que dirige este podcast es un gran amigo puede quedarse corto. Nos conocemos desde hace décadas, y su criterio literario no solo me ha servido para descubrir muchos autores sino que varias de mis obras han pasado por sus manos antes de llegar a publicarse porque quería conocer su opinión al respecto. Advierto que el audio de la grabación no es el mejor, pero espero que os sirva para conocer un poco más sobre mí y la historia de escribir Monozuki. Podéis escuchar el programa aquí.


Actualidad Literaria. Colarte en una web literaria que trata desde la técnica de escritura hasta la opinión literaria del momento, es un pequeño triunfo personal. Y responder a sus preguntas me obligó a pensar, como ya he dicho antes, sobre qué estaba haciendo al escribir y de qué manera podría explicarlo para alguien que no estuviera en mi cabeza. Aquí están mis respuestas a sus preguntas.

Steampunk Madrid. Después de muchos años relacionándome con el universo del Steampunk español, resultó casi obligatorio hablar de la novela en el blog de la asociación con quien más trato he tenido. La entrevista más informal de la lista, desde luego, pero que igual puede aportar información curiosa que no se trató en las otras. Para leerla, solo pulsar aquí


Reseñas
La parte más dura de escribir consiste en saber encajar luego las críticas, aunque con Monozuki estoy teniendo suerte y aún no me ha llegado ningún uppercut especialmente doloroso. Por supuesto, no todos los que han dejado constancia de su opinión habían quedado contentos con la lectura, pero en términos generales los comentarios se sitúan en un aprobado cercano al notable y eso me da ánimos para esperar a que, en algún momento, se alcance la masa crítica necesaria para que mas lectores se interesen por el libro.

Goodreads. Hasta ahora, la mayor fuente de ánimos ha provenido de esta web que, para quien no la conozca, se dedica a recoger las opiniones de lectores de todo el mundo respecto a los libros que han pasado por sus manos. A fecha de hoy, camino de la treintena de puntuaciones y con diez comentarios acumulados, Monozuki mantiene una valoración de 4 sobre 5 (y os puedo asegurar que la mayoría de esas puntuaciones vienen de personas a las que nunca he conocido). Como con otras plataformas estilo Amazon Books y demás, confío en que esa valoración sirva para que otros usuarios de la web le den una oportunidad a las aventuras de Monozuki. 


Instagramers. No tenía ni idea de la actividad reseñadora de muchos usuarios de Instagram, y justo a principios de este año me sorprendió encontrarme con varias fotos en las que Monozuki era la protagonista. Empezando por Lectora naúfraga, que abrió la caja de Pandora con su reseña, para pocos días después toparme con Fox in the book, cuyos comentarios fueron de puro amor, y continuando con  In the Never Never, que lo recomendaba con absoluta convicción. Hablo de estos tres casos, porque son los que han compartido también (y de forma más extensa) sus opiniones en blogs. Pero ha habido un@s cuant@s más.




Otros blogs. Aparte de los mencionados anteriormente, Monozuki también ha llegado a otros blogs y webs. En concreto, el sitio dedicado a lecturas japonesas Novelas ligeras, donde fue muy bien acogida, y Shine like a star, donde nos quedamos en un aprobado escaso pero nos siguieron recomendando a los amantes de la ambientación japonesa, lo cual les agradezco de todo corazón. Y a eso se les unió un bonito comentario en Más Leer, que acompañaron con una insistencia en twitter que me resulta impagable, y a la genial reseña en YouTube de parte de Spanish Fear, con toda la gracia y salero que le ponen a cada uno de sus vídeos (y os recomiendo si os gusta la temática de terror).

Y esto es todo lo que hemos acumulado hasta ahora, a la espera de que lleguen nuevas reseñas de algunos de los sitios más emblemáticos dedicados a la literatura de género (Sagacómic comentaba hace unos días que le había llegado su ejemplar). Sé que al final éste ha resultado ser un artículo de autobombo y que, aquellos que me seguís a través de otras rrss (Instagram, Facebook Twitter...) es posible que ya tuvierais constancia de muchas de estas noticias. Pero igualmente os pido a todos que lo compartáis, con la esperanza de que ayude a hacer crecer la bola de nieve que hemos ido construyendo durante este año y Monozuki empiece a ser un libro del que hablen con más fuerza los aficionados a la literatura de fantasía.

Editado: en quince días han aparecido sendas reseñas jugosas en dos de las webs de referencia para lectores de género: Anika entre libros y Sagacómic. Leedlas y disfrutadlas. 

miércoles, 5 de junio de 2019

Mi colección de cuentos favoritos (VII)

Siempre que surge el tema, suelo decir cuánto me habría gustado vivir durante la Edad Dorada de la Ciencia-Ficción (Guerra Fría aparte, por supuesto). En primer lugar por la posibilidad de llegar a conocer a alguno de mis autores favoritos y, después, por lo increíble que resultaría compartir espacio con ellos en alguna de las múltiples revistas literarias que florecieron durante esos años. Soy de los que opinan que aquella forma de desarrollar el oficio de escritor, comenzando por escribir relatos y saltando a la novela cuando ya se había asimilado la técnica de la narración breve (haciéndose con una reputación por el camino), es el mejor sistema de aprendizaje posible. Un método que, además, produjo a una generación de escritores que se desenvolvían (en la mayoría de los casos) con la misma facilidad al escribir novelas o relatos. Y precisamente uno de esos ejemplos es el autor de la obra que quiero comentar hoy.


Hijo de sangre, de Richard Matheson.
A Matheson  lo descubrí por medio de Soy Leyenda, su fabulosa vuelta de tuerca al mito del vampiro, con la cual se ganó mi eterna admiración. Y bastantes años después me reafirmó su maestría con los relatos contenidos en la antología Pesadilla a 20000 pies, de la cual formaba parte precisamente Hijo de sangre.

La trama del argumento está centrada por completo en torno a Jules, un muchacho obsesionado por la figura del vampiro hasta el punto de querer convertirse en el mismo Drácula. Este trastorno se nos narra a medida que repasamos la corta vida de su protagonista, y en el poder que la idea de la muerte ejerce sobre él desde su más corta infancia. Lo cual hace que, en cuanto entra en contacto con la figura del vampirismo, le seduzca de forma inmediata, obnubilándole por completo. 
"Un sábado, cuando tenía doce años, Jules fue al cine. Vio Drácula.
Cuando se acabó, salió caminando, convertido en un manojo de nervios tembloroso, a través de las filas de chicos y chicas."
Un factor relevante en el relato, aparte de la juventud del protagonista, es que Matheson califica a Jules de idiota (en el sentido de tener pocas entendederas) en sus primeros párrafos, y nos lo demuestra con varias acciones que reafirman la sensación de estar ante un crío no muy lúcido al que le fascina la posibilidad de poder imitar las acciones que ha leído en Drácula. Haciendo gala de una irresponsabilidad difícil de igualar en cada una de sus iniciativas para transformarse en un vampiro. 


El relato es bastante breve, y Matheson no se explaya en detalles truculentos más de lo necesario, pero eso basta para poner en tensión al lector ante la escalada en la vampirización de Jules y su afán por reproducir las hazañas más escabrosas de su ídolo literario. El terror no procede aquí de fuerzas inaprensibles o seres ominosos, sino del temor por cuál será la siguiente idea que se le pasará por la cabeza a Jules y cuáles serán las consecuencias de que la lleve a cabo. ¿Quién va a pagar el precio de esa fijación insana? ¿Otro vecino? ¿Sus padres? ¿Algún desconocido? La locura humana, o la simple incapacidad para escapar de esa obsesión, crean un terror muy poderoso porque es mucho más real o tangible que las fantasías escondidas en viejas maldiciones. Un tipo de historia que desarrolló también en Legión de conspiradores o El distribuidor

No quiero estropear la lectura del relato desvelando el final, pero baste decir que su mayor virtud radica en lanzarnos por un tobogán de nervios del que creemos estar bastante seguros de cómo va a terminar, solo para ejecutar una magistral pirueta final que nos deja cabeza abajo en las últimas páginas y cambiar por completo las reglas del juego. Esa capacidad para provocarnos un último escalofrío de misericordia al despedirnos de Jules es la explicación de que, entre todos los relatos de Matheson, este me resulte más interesante. Así que no lo penséis más. Haceros con un ejemplar de la antología y descubrir cuál es vuestro relato favorito...


lunes, 13 de mayo de 2019

RELATO: UN PASEO


(Imagen de Pixabay, en pexels.com)


—¿Tienes miedo?

Alfonso sonríe apenas al asentir.

—Eso es bueno. Quien te diga que no está asustado en estas circunstancias, te miente o está loco.

Alfonso toma aire con más ansiedad de la que le gustaría y mira al frente. El fuselaje del Vulcano dibuja una suave curva de blancos, grises y ocres alternos, en la que brotan antenas de comunicación, toberas de propulsores de maniobra y la plataforma de trabajo. Una isla en medio de la extensa negrura que les rodea, moteada de estrellas anónimas para Alfonso. Tan remotas y desconocidas, como insignificante es él para quien pueda vivir allí. Sus pensamientos revolotean de una constelación a otra mientras progresa por el fuselaje, impulsándose con la fuerza de los brazos hasta alcanzar la plataforma de trabajo. Allí le aguarda Radenkov, que observa de manera silenciosa cómo se sitúa en los mandos y pasa el anclaje de la barandilla al soporte central.

—¿Listo para tu primera misión soltándote de la mano de mamá?

—¿Aún quieres que me ocupe yo de la reparación?

—Por supuesto. ¿Por qué no? Ya sabes lo que tienes que hacer. La única diferencia es que hoy no estarás a salvo en la bodega mientras trabajas.

Alfonso procura hacer oídos sordos a las implicaciones de esa frase y levanta la vista a la búsqueda de su objetivo: la nube de asteroides que orbita el planetoide rocoso más exterior de ese sistema solar y, a una distancia prudencial, la masa listada en blanco y naranja de la baliza de astronavegación que han venido a reparar. Entonces respira hondo, mira al oficial ingeniero de primera y asiente. Acto seguido percibe en los pies la vibración de la plataforma al soltarse del Vulcano, mientras Radenkov le despide moviendo la mano. Haciéndose pequeño junto con la nave nodriza gracias al impulso de los propulsores de nitrógeno que ahora le alejan más y más, de modo que puede contemplarla de nuevo en su totalidad por primera vez en casi dos años. Desde que le aceptaran como oficial de segunda en la compañía y se embarcase.

—No veo daños estructurales. ¿Será un problema con las baterías?

—Confiaba en que sería cosa de cambiar una antena averiada y sustituir un par de relés. Pero seguro que disfrutas manejando plutonio, chaval.

La plataforma se aproxima a la baliza con un ritmo pausado, sus brazos manipuladores recogidos de manera que recuerda a una araña recorriendo el sedal, mientras los parpadeos de las señales de posición colorean los bordes de la estructura como luciérnagas inquietas en medio de la frialdad aséptica que le rodea: cables culebreando por la rejilla del suelo, contenedores con los identificadores de material básico de reparación y repuestos… y, a medida que su horizonte queda enmarcado por el enorme objeto fusiforme y el cúmulo de asteroides, Alfonso se enfrenta a un momentáneo desconcierto respecto a su posición real. ¿De pie, o boca abajo? Vértigo que exorciza cerrando los ojos de nuevo y mirando al suelo de la plataforma.

—Tienes una hora, chaval. No me obligues a ir a rescatarte, o me lo cobraré cuando volvamos a Central Sigma.

Ilustración de Johnson Ting (Rhinoting en DeviantArt)

Apenas necesita la mitad del tiempo para desarmar el compartimento de las baterías, constatar que el fallo no es tan grave y reiniciar las funciones de la baliza, cuyas luces despiertan en una cadencia remolona. Satisfecho, levanta la vista y sus pensamientos se enredan en los movimientos de los asteroides. Absorto, intenta seguir esa coreografía silenciosa que lo embelesa. Y justo en ese momento, un pitido insistente le arranca un escalofrío: la alarma de proximidad de astronaves.

—Chaval…

—Lo sé, Radenkov, lo sé. Me estoy desacoplando de la baliza y voy a programar el vuelo automático para compensar a diez metros.

—No te arriesgues. ¿Has visto las lecturas en el panel? Es un crucero. Compensa a veinte metros.

Alfonso modifica el dato, pero no alcanza a hacer nada más. Un gigantesco telón gris oculta de pronto el firmamento, reemplazando las estrellas por fugaces parpadeos de varios colores, y de inmediato la plataforma se encabrita al ser repelida por los campos de fuerza que rodean la astronave. El primer zarandeo le quita el aliento al golpearse con la consola, el segundo le hace perder su asidero y el tercero lo arroja contra las barandillas de seguridad de la plataforma. Haciendo inútiles sus braceos mientras los propulsores trabajan para equilibrar la estructura, tironeando del anclaje de seguridad de Alfonso a su total capricho.

Reducido a un pelele, tan solo puede cubrirse el rostro y esperar que todo acabe. Confiando en la resistencia del cable para no convertirse en parte de la nube de asteroides, y temiendo que nada detenga su próximo vuelo por encima de la plataforma, hasta que, al fin, con una última sacudida, se nota flotar en calma.

—Chaval, ¿sigues ahí?

—Sano y salvo. Creo.

—Pues deja de hacer el pasmarote y vuelve. Hay un montón de balizas por revisar de aquí a Central Sigma.

—Dame un momento para recuperar el aliento.

Las estrellas vuelven a titilar en el vacío, tan ajenas a lo que le ha ocurrido como el propio crucero sideral, aunque el paso del gigante sí ha dejado huella en la zona: varias de las gigantescas rocas errantes han modificado sus trayectorias y están chocando entre sí, o se alejan desafiando la atracción de su huésped. La baliza compensará las nuevas órbitas y se mantendrá allí otros cincuenta o cien años, ayudando a otros viajeros a guiarse hasta su destino. Y para entonces, quién sabe dónde estará él.

Contemplando otro firmamento.

Paseando por otra constelación.

Intentando ser algo más que una pequeña mota a la deriva en el universo.


miércoles, 8 de mayo de 2019

El poder de las reseñas (otra vez)

Hace ya un tiempo, en el artículo El valor del elogio, comentaba lo importante que es para cualquier escritor que se hable de su obra y, centrándome en que fuera de utilidad para nuevos escritores, les advertía sobre los problemas que suponía hacer promoción de tu obra a través de los blogs. Insistiendo (y aún debo hacerlo) en que ésa tarea adquiere una relevancia mucho mayor cuanto menos conocido eres, y en cómo se complica de forma exponencial por la misma razón. Y hoy, a causa de una anécdota vivida en la Feria del Libro de Cádiz, me gustaría retomar el tema.

Pongámonos en situación: en un stand de una feria cualquiera, una de las personas que pasea por allí se fija en uno de los libros. La portada le ha llamado la atención, y la sinopsis incrementa su curiosidad. Sin embargo, no conoce al autor del libro y eso le provoca el habitual recelo a comprar algo que le pueda decepcionar. Todos hemos sentido esa duda con un ejemplar entre las manos, sin saber si devolverlo a la estantería o llevárnoslo con nosotros a casa. Temiendo perdernos algo genial por culpa de ese desconocimiento. La persona de esta anécdota, en cambio, decidió seguir un camino nuevo y buscar el consejo de otros lectores: consultó la ficha del libro en Goodreads para comprobar qué opinaban allí y, tras hacer eso, se animó a comprar el título desconocido. 


Varios años atrás (como cuento en el artículo que he mencionado), escuché al ponente de una charla en la Hispacon hablando sobre la problemática surgida por la proliferación de blogs literarios: habían perdido su capacidad para servir como vehículo de promoción, porque eran demasiados peleando por hacerse con un grupo de seguidores que les permitieran convertirse en un blog de referencia. Lo cual hacía que, tanto para las editoriales como los autores autopublicados, constituyese una verdadera lotería el apostar por un blog u otro a la hora de enviarles ejemplares de cortesía. La conclusión del ponente era que los blogs de reseñas habían dejado de ser una vía factible para promocionar los libros, y aconsejaba no recurrir a ellos. Un razonamiento que debo confirmar, puesto que la opción más efectiva en la actualidad (en mi opinión) es colaborar con webs literarias; al no tener las limitaciones derivadas de ser el trabajo de una sola persona, hay unas cuantas que han seguido funcionando y, gracias a la experiencia acumulada, han logrado el reconocimiento de los internautas aficionados a la lectura. Aunque, por otro lado, también hay que decir que la predicción de aquella charla no pudo adelantar cómo iban a evolucionar los blogs personales, ni la sinergia derivada de las nuevas redes sociales, ya que en la actualidad se puede llegar a bastantes lectores potenciales mediante l@s bookstagramers (much@s de l@s cuales duplican su actividad, publicando las reseñas en blogs tradicionales que reciben las visitas desde Instagram). La promoción a través de internet sigue siendo posible, pero ha mutado.


Eso me lleva de nuevo a la anécdota detrás de este artículo, y a la fuerza de las reseñas hechas por los propios lectores. Los usuarios de Kindle, así como los escritores con obras a la venta en Amazon, saben a la perfección de lo que hablo. Del poder que tienen las simples puntuaciones que se otorgan a cada libro, y no digamos ya cuando el lector le dedica tiempo a exponer su opinión de forma más elaborada. Al igual que Imdb o Rotten tomatoes en el ámbito del cine, páginas como Goodreads o el servicio de librería de Amazon ofrecen a cada potencial lector una piedra de toque. Un atisbo de la posible experiencia lectora que les aguarda tras esa portada, si bien no deja de ser un valor "objetivo" resultante de acumular muchas opiniones subjetivas. Pero el resultado es evidente: a mejores puntuaciones, más probabilidades de que alguien decida hacer la compra. Lograr que los lectores compartan su experiencia en internet es una inversión de futuro, y por desgracia no todo el que lee está dispuesto a dedicarle el tiempo necesario (o desconoce la existencia de estas páginas). 

Personalmente, sigo fiándome más de las reseñas escritas por quien sé que comparte afinidades conmigo (aunque, por ejemplo, Goodreads te permite comparar tus gustos con los de tus amigos en la web, y a partir de ahí encontrar lecturas que podrían encajarte). Todo lo cual no evita que, en este mundo hiperconectado y compartido, acabemos tomando muchas decisiones basándonos en lo que opina un conjunto de personas a las que nunca conoceremos (elegir un hotel para las vacaciones, el modelo de coche nuevo, un restaurante, electrodomésticos...) Así que voy a aprovechar el final de este artículo para arengaros a que dejéis siempre vuestra opinión sobre los libros que leéis. En Amazon, Goodreads, o cualquier red similar. En todas ellas, si es posible. A los autores menos conocidos nos vais a ayudar un montón. Si se trata de un comentario positivo, facilitando que otros le den una oportunidad al libro (y disfruten de su lectura); si es una crítica, servirá para orientar al autor en los aspectos que debe pulir al escribir. En definitiva, colaboraréis a que la lectura sea para todos esa experiencia mágica que nos impulsa a seguir sumergiéndonos en nuevas páginas una y otra vez.

martes, 26 de marzo de 2019

Consejos para aspirantes a escritor (5)

El otoño pasado, a raíz de los breves cursos sobre cómo escribir una historia de aventuras en los que ejercí de profesor, tuve que repasar muchos conceptos básicos de la escritura para poder explicárselos a les alumnes. Y uno de los más extensos y difíciles de condensar es el de la creación de mundos ficticios: el renombrado worldbuilding al que tanto valor se le da últimamente en algunos círculos de aficionados a la fantasía y la ciencia-ficción.

A mí parecer, el mayor problema del worldbuilding reside, en la actualidad, en que ha dejado de ser una más de las herramientas disponibles para el escritor y ha empezado a ser vista en ciertos casos como un elemento puntal de la narración. Algo que se comentó precisamente en la entrevista que me hicieron en el Podcast La Milanosfera, ejemplificando en Tolkien esa sobre explotación del mundo que se ha creado. Y por eso he pensado en describir cuáles son las directrices por las que me guío a la hora de crear mis universos alternativos.

1- PARTIR DE UNA BASE RECONOCIBLE.
Para conseguir que los lectores de Monozuki pudieran imaginarse el mundo que había creado, recurrí a un método de enorme sencillez: usar nombres y palabras de origen japonés. La descripción del paisaje y ciertos objetos ayudaron a crear un contexto pre-industrial, y la mención a los kaijus, las visiones, y la aparición de seres imaginarios sirvieron para que cualquier lector se hiciera una composición de lugar y asimilase que estaba ante un universo de fantasía. Eso sí, también hay que tener en cuenta que es recomendable escoger aquellas palabras que resulten más conocidas para evitar el tener que añadir explicaciones sobre el significado de lo que se dice (por ejemplo, en Monozuki se habla de forma general de kimonos, aunque la prenda que viste la protagonista es, siendo exactos, una Yukata).

Por supuesto, un mundo ficticio tiene cosas que lo hacen diferente y único respecto a todos los demás, y esas características deben aparecer antes o después en la narración. Pero eso nos lleva al siguiente punto.

(ilustración de Erik Nykvist, de ArtStation)

2- CONOCE TU MUNDO AL DEDILLO, PERO NO DESCRIBAS CADA RINCÓN.
Este es el mayor defecto que yo le veo al Señor de los Anillos, y cualquier otra obra que imite ese celo por el detallismo de Tolkien. Como autor, estás obligado a conocer la geografía de tu mundo (tanto física como política), las particularidades de sus distintas etnias, sociedades, fauna y flora, y las leyes que rigen la tecnología y/o la magia. A este respecto, recuerdo de mi época como jugador de rol los Compendios de reglas del juego GURPS, que incluían unas amplias notas sobre cómo crear una raza de ficción o una sociedad, teniendo en cuenta cosas como los tabúes, sus motivaciones, capacidad para la imaginación, el tipo de gobierno, el nivel científico... etc.

El proceso de creación de algo tan complejo suele derivar en montones de páginas escritas y extensas explicaciones de muchos de sus elementos, así como una pila de datos sobre la historia de lugares y personajes concretos. Información que te ha de servir para respaldar las acciones de tus personajes y poder dar las razones de tal o cual hecho sucedido en el pasado, amén de saber los límites de cualquier artefacto o hechizo que aparezcan en la trama. Pero lo que no debes de hacer es plasmar una descripción pormenorizada de todos los cómos y por qués. Por poner un ejemplo y no dejar en tan mal lugar a Tolkien, os diré que os fijéis en la historia de Narsil: la espada rota y reforjada para que la empuñe Aragorn en la última batalla contra Sauron. Lo que se nos cuenta sobre ella le da un valor especial al arma y nos hace entender que es un elemento relevante en el conjunto de la narración. Y ese el el principal concepto a aprender respecto al worldbuilding: usa la información con medida, y cuando sea necesario. Que hayas reunido cincuenta páginas de trasfondo para tu universo no significa que debas plasmar cada punto y cada coma al escribir tu novela.

3- SÉ ORIGINAL.
Una de mis novelas favoritas de fantasía es Máscaras de matar. Y la principal razón es que propone una ambientación y una sociedad radicalmente diferente respecto al típico universo inspirado en centroeuropa y sus mitos. En lugar de eso, nos presenta un paisaje que recordaría a oriente próximo o el subcontinente indio, y una cultura muy peculiar que vamos conociendo poco a poco. También muy original, aunque respetando la ambientación clásica, es el caso de Elantris. E incluso la idea de un mundo con veranos e inviernos que duran años del Poniente de Martin es algo genial (que además no se limita a la perspectiva de Tolkien).

Uno de los grandes beneficios de haber jugado al rol muchos años (y a muchos juegos diferentes) es la enorme cantidad de universos que he visitado. Lo cual me sirvió a la hora de crear el mundo de Monozuki, ya que utilicé ideas de otras ambientaciones y las adapté a lo que yo quería conseguir. Pero lo que he dicho sobre los juegos de rol se puede aplicar a películas, series, juegos de ordenador...  Las opciones son infinitas. De hecho, si a alguien le ha picado la curiosidad, diré que Monozuki aprovechó ideas de La princesa Mononoke, Nausicäa del valle del viento, y el universo de Warhammer 40000 y el juego de rol de Hombre Lobo.

No es que os proponga crear mundos estrambóticos solo por ser original, pero si vas a crear un mundo propio opino que merece la pena arriesgarse y no limitarse a lo tópico. Hacer que sea de verdad "tuyo".

4- VIGILA LA COHERENCIA.
Orson Scott Card insiste sobre esta idea en varios capítulos de su libro Cómo escribir fantasía y ciencia-ficción, en especial al tratar los sistemas para hacer magia. Lo que quiere es que no olvides nunca respetar las reglas que has creado para tu mundo. El consejo se suele reducir a que "si los dragones de tu mundo son negros, no hagas que aparezca un dragón morado"; esto, que se aplica en especial a la continuidad en el aspecto de los personajes, significa que debes repasar de vez en cuando el trasfondo de tu mundo para comprobar que la memoria no te ha jugado una mala pasada y has cambiado el nombre a algún lugar, o el emblema de un estandarte... (cosas que, os lo puedo asegurar, no es raro que ocurran cuando menos te lo esperas). También has de tener en cuenta que, a medida que creas las peculiaridades de una sociedad, vas a tener que vigilar la posibilidad de estar incurriendo en incongruencias. Cada nuevo detalle es una capa que debe poder superponerse a las anteriores sin que resulte extraña. Por ejemplo, antes de decidir que tus elfos van a vivir de forma exclusiva en los bosques, rehuyendo las ciudades, tendrás que plantearte si eso cuadra con el resto de características que has pensado para ellos con anterioridad.


¿Un consejo para evitar problemas de coherencia? Procura guardar de forma ordenada todas las notas sobre el mundo que has creado. Yo suelo recurrir a un cuaderno archivador para poder añadir hojas donde corresponda o reescribirlas y sustituirlas si es necesario. Pero para vosotros puede ser más práctico tener un archivo en la nube y trabajar con él mediante el móvil, una tablet, o lo que sea. Eso sí, como he dicho antes, debes consultarlo siempre que vayas a hablar sobre algún tema que esté incluido en sus páginas. Más que nada, por refrescar las ideas.

5- DOCUMÉNTATE.
La mejor forma de ofrecer ese toque de familiaridad y ser al mismo tiempo original consiste en recabar toda la información posible sobre el tiempo y el lugar que va a servirte de base para tu universo. Cada palabra que decidas utilizar (ya se refiera a vestuario, armas, costumbres, religión, etc...) será una pincelada que ayudará a quien te lea a imaginarse el lienzo del mundo que has creado. Y, de la misma manera, ese conocimiento te permitirá cambiar lo que creas necesario al otorgarle su propia personalidad.

En mi caso, por ejemplo, el campo en el que centré mis investigaciones fueron las viejas tradiciones japonesas recogidas en el Kojiki (el libro que cuenta la historia antigua de Japón, en su variante mitológica, comenzando por la creación del mundo por Izanagi e Izanami), así como los animales fantásticos de su folklore y el concepto de kaiju. Eso, unido a lo que he ido aprendiendo sobre el Japón feudal a lo largo de los años, constituyó la base inicial del universo de Monozuki (aunque luego buscara información concreta sobre otros aspectos, como las fortificaciones y gastronomía japonesa).

Por supuesto, y no me cansaré de repetirlo, la función principal del worldbuilding ha de ser el procurar un decorado más realista y la sensación de estar ante un mundo con sus propias reglas y costumbres. Salvo que tu propósito sea escribir ficción especulativa sobre mundos o sociedades diferentes al nuestro (véase Mundo Anillo, El nombre del mundo es bosque, o El cuento de la criada), en el que el fin de la obra es sumergir al lector en las implicaciones de vivir en ese mundo.

viernes, 1 de marzo de 2019

Mi colección de cuentos favoritos (VI)

Con el artículo de hoy alcanzo el ecuador de esta serie y, además, lo hago con un autor que se puede considerar fuera del género... o que ha creado su propio género... o que no se puede etiquetar en ningún género... no sé cuál de las definiciones anteriores aceptaría el gremio de escritores y libreros. Pero lo que sé con certeza es que ningún lector puede pasar por sus relatos sin que le provoquen alguna reacción. Puede que abandone el libro y decida que no es el tipo de lectura que le guste, pero desde luego que no va a quedarse indiferente.

Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao.
Como suelo confesar en estos casos, mi carencia literaria principal son los clásicos y los autores fuera del género. Defecto que voy procurando subsanar gracias a mi club de lectura y los libros que me prestan, o me recomiendan, algun@s amig@s. Y fue precisamente gracias a un préstamo que llego a mis manos un ejemplar de Bajo el influjo del cometa, una colección de relatos que me puso frente a las muy peculiares historias elaboradas por Bilbao, de las que ya hablé hace un tiempo en este mismo blog


De todas ellas, mi favorita es la obra que da título al libro. Una narración centrada, como suele ser habitual en Bilbao, en la reacción de seres humanos corrientes frente a eventos inusuales. En este caso, el apagón electrónico y la oscuridad provocados por el paso de un cometa a muy corta distancia de la Tierra. Con este planteamiento inicial, que a los aficionados al género apocalíptico no les resultará ajeno, Bilbao edifica una trama cuya base es la pérdida del comportamiento cívico a medida que el orden establecido aparenta haberse desvanecido, un poco como un Señor de las moscas interpretado por adultos. Y aquí radica la gran genialidad de su estilo: porque después de llegar al punto final del relato, habiendo contemplado a los protagonistas llevar a cabo actos mezquinos en el mejor de los casos, no es raro que te preguntes si tú mismo no habrías actuado de un modo similar. El trabajo psicológico de los personajes de sus narraciones es una materia a estudiar por cualquiera que quiera escribir, de verdad. Uno podría decir que escribe novela social, si no fuera por el contexto en el que están inscritas sus historias.


Eso nos lleva a otro de sus talentos, si no el mayor: la capacidad de crear escenarios que lindan entre lo paranormal y el realismo mágico. Plausibles, sí, pero dotados siempre de una atmósfera ominosa que te hace temer la peor de los resoluciones. Suele abrir la narración con una situación de lo más ordinaria y, poco a poco, le va dando la vuelta y haciendo que gire hacia un contexto incómodo. De hecho, consigue crear en el lector la sospecha de que la trama aún puede ir a peor en cualquier momento. Y eso provoca que, en más de una ocasión, sus relatos jugueteen con el terror sobrenatural, poniendo un pie sobre su frontera y amenazando con atravesarla por completo. Cosa que, cuando menos te lo esperas, puede acabar ocurriendo.

La influencia de Jon Bilbao en mis escritos no es fácil de rastrear, sobre todo porque no he publicado muchas historias que sean "bilbainistas"; aunque en mi lista de proyectos pendientes hay una colección de relatos compuesta por varias narraciones en las que intenté apartarme del género de terror más ortodoxo y volcar las lecciones aprendidas de mis lecturas, de modo que se pueden encontrar, creo, pinceladas de lo que he descrito antes. Y es que si Bajo el influjo del cometa me sorprendió,  su obra posterior, Strómboli, contenía algunas de esas historias que, como escritor, te  provocan tanta envidia como para desear que se te hubieran ocurrido a ti. Así que quién sabe si, en un futuro próximo, no estaré hablando de una obra más adulta y diferente a lo que os he presentado hasta ahora...


jueves, 21 de febrero de 2019

Harry Dresden, hechicero asesor

Soy plenamente consciente de que este artículo no va a suponer un descubrimiento para demasiados lectores, pero sí confío en lograr que unos cuantos de los que leáis estas líneas os animéis a disfrutar de una de las sagas de fantasía urbana más conocida del mundo: las aventuras de Harry Dresden. Antes de proseguir con mi reseña, eso sí, quiero advertir también que la hago tras haber leído "solo" cinco de los quince volúmenes escritos por James Butcher. Así que, por así decirlo, aún estoy en la parte introductoria de la saga. Sin embargo, tanto las virtudes como los defectos del personaje y sus historias ya están bastante bien definidos a estas alturas.

Empecemos por lo básico: Harry Dresden es un mago con verdaderos poderes arcanos, que vive y ejerce su profesión en la ciudad de Chicago. Y cuando digo que ejerce su profesión me refiero a que se anuncia en las páginas amarillas como Mago, soportando las burlas continuas de los incrédulos y el recelo de quienes recurren a él porque su problema no tiene una explicación lógica. Por suerte para él, Chicago cuenta con suficientes casos "inexplicables" como para que hayan creado una unidad especial de investigación de la policía y la responsable al cargo, Karrin Murphy, suele acudir a él en calidad de asesor cuando la situación lo requiere. Así, entre los cheques policiales y los casos que se le ofrecen, consigue ir pagando el alquiler de su piso, sobreviviendo en un típica y tópica vida de soltero desastrado.


La principal baza de sus novelas recae en manera en que Butcher reinterpreta las criaturas mágicas, tanto en la naturaleza de las mismas como en el modo de comportarse. En los primeros tres volúmenes vemos ejemplos de demonios, vampiros, hadas y hombres-lobo, entre otros. Y Butcher hace con ellos algo con lo que a mí me encanta experimentar: jugar con sus versiones tradicionales, para elaborar un folklore nuevo y distinto a cualquier otro conocido. Por supuesto, los lectores más aficionados a la fantasía pueden descubrir referencias aquí y allá a otros libros, pero el universo mágico de Dresden no deja por ello de ser interesante e imaginativo. Y, a título personal, el mundo de las hadas es su mayor éxito en este campo.

Por otro lado, tendríamos el concepto de aventura que nos plantea Butcher en todos los libros: un misterio sobrenatural, vinculado o no a algún caso policial, que requiere de un mago para descubrir al culpable. Todo ello narrado desde el punto de vista de Dresden a imitación del hard-boiled más clásico, ya que su detective nunca es tan perspicaz como para adivinar el caso con un par de pistas y eso le obliga a ensuciarse las manos, lo cual significa tratar con individuos de naturaleza bastante peligrosa (que, por suerte, a veces solo son humanos), y rezar por salir más o menos airoso del embate (lo cual no ocurre tantas veces como él quisiera). 

(el éxito de las novelas ha permitido que se adapten sus aventuras al cómic, además de la televisión y los juegos de rol)

El toque especial que me ha animado a seguir leyendo los libros tiene una doble vertiente: en primer lugar, el parentesco de Harry Dresden con la mayoría de héroes de Neil Gaiman. Y es que, aunque él ha decidido hacer pública su profesión e involucrarse en misiones peligrosas, las más de las veces le vemos superado por completo por las circunstancias. Sumado eso a su estrafalario aspecto, los problemas para interactuar con personajes del otro sexo (por más que tenga un éxito incomprensible con varias damas) y el humor ácido con el que Butcher aliña muchas escenas, uno llega a pensar que los casos se resuelven a pesar de Harry Dresden. La segunda vertiente atractiva de las novelas es que no se limitan a funcionar como elementos episódicos independientes, sino que desarrollan una trama consistente en el tiempo. Los amigos y enemigos crecen con las experiencias de cada libro y, lo más importante, vemos que Butcher parece tener un destino final en mente para su protagonista (ésta es mi apreciación, al menos, tras leer los primeros volúmenes). De modo que siempre hay que estar dispuesto a ver cómo aparece ese villano al que creíamos humillado y derrotado, dispuesto a tomarse la revancha a lo grande.

El único problema aparente es que, después de enfrentarle con hombres-lobo, seres faéricos y vampiros, la nómina de criaturas mitológicas "comunes" empieza a reducirse de forma alarmante. Y la verdad es que tengo ganas de saber cuál es la próxima amenaza sobrenatural que deberá afrontar Chicago.

martes, 12 de febrero de 2019

Consejos para aspirantes a escritor (4)

Si en los artículos anteriores hablé sobre las razones principales para tener paciencia y no querer publicar como sea y con quien sea, hoy quiero comentar otro aspecto de la escritura que está vinculado a las posibilidades de ser aceptado por una editorial tradicional (y al cual ya me he referido con anterioridad): la autocrítica. El mayor problema cuando se está empezando a escribir, ya sean relatos o novela, consiste en sufrir el síndrome del amigo de la guitarra, como dije en un artículo anterior. Si se tiene un mínimo de talento, se pueden articular sin demasiados problemas historias con las que rellenar unos cuantos centenares de páginas. Y al compartir estos textos con nuestros amigos o familiares (sobre todo si la vena literaria se despierta en la adolescencia), lo que se suelen recibir son halagos y admiración. Una respuesta que puede animar a seguir escribiendo pero, también, a crear en tu cabeza la idea de que se tiene mucho talento. Mucho más talento y oficio del que realmente tienes. Y ahí comienza el problema.
Mi primera novela la escribí con unos quince o dieciséis años. A máquina. Sin ningún guión. En cuartillas reutilizadas, que llegaban a casa para ofrecernos a mis hermanos y a mí un medio en el que desplegar nuestra inacabable afición a dibujar. El resultado de aquella primera efervescencia literaria fue una historia de aventuras en la que me atreví sin ningún pudor a colar a un par de mis personajes de cómic favoritos (lo cual, en la actualidad, hace que mi primera novela fuera una fan-fiction). Aún guardo esas cuartillas junto con el resto de cuadernos de mis manuscritos; pero cuando la he releído, pasados los años, vi con claridad la enorme cantidad de fallos y sinsentidos que contenía. Actualmente podría aprovechar la idea básica para armar una novela juvenil, pero de seguro que no reproduciría más que unas pocas líneas de lo que escribí.

La segunda novela llegó un lustro después, más o menos, y la escribí para presentarme a un concurso literario. Hacía poco que había descubierto a Terry Pratchett y se me ocurrió que podría montar una parodia medieval fantástica de cierta enjundia. Por supuesto, el ganador del concurso fue otra persona y el manuscrito descansa junto a los demás. Esperando el día que pueda dedicarle tiempo, para llevar a cabo la pertinente reescritura que nunca llegué a afrontar con las prisas del momento (porque publicar una novela humorística al estilo de Pratchett me haría mucha ilusión). 

¿A dónde quiero llegar? Pues a que, como resultará fácil de imaginar, cada vez que puse el punto y final a esas historias, se las enseñé a cualquiera que se mostrase minimamente dispuesto a leerlas. Y el efecto general fue el que ya he descrito: halagos y palmadas en el hombro. Aunque, en mi caso, no recibir noticias del jurado del concurso fue una señal evidente de que no era todo tan bonito (creo recordar que existía la posibilidad de recibir una oferta editorial, si lograbas que tu obra fuera una de las finalistas, y mi optimismo estaba centrado en ella). Así que seguí escribiendo, y de paso decidí que podía aprender a hacerlo mejor. De aquella época conservo un puñado de fascículos del Taller de Escritura que publicó Salvat (me suscribí a la colección, de hecho, pero en cierto momento dejaron de llegarme los ejemplares y nunca pude acabarla), y más o menos por las mismas fechas alcancé mi primer hito como escritor: quedar finalista en la convocatoria de "El Fungible". Sin embargo, no volví a presentarme a ningún otro concurso ni logré desarrollar las ideas que se me iban ocurriendo para escribir novelas, de modo que dejé la escritura apartada.


No es que abandonase la escritura. ¿Me gustaban esas novelas? Sí. ¿Pensaba que eran buenas? Desde luego, pensaba que eran lo mejor que podía hacer en ese momento. Y eso es importante, porque ahora me planteo conceptos que en aquella época ni se me pasaban por la cabeza. Elementos que debía aprender, interiorizar y ser capaz de ver (o entender que faltaban) mientras escribía. Si me hubiese convencido de que aquellos halagos de mis padres y amigos eran proporcionales a mi verdadero talento, quizás no habría hecho otra cosa que acumular frustración contra las fuerzas invisibles que se oponían a mi "destino manifiesto": publicar libros como rosquillas. El ego artístico, ese que nos empuja a crear y a querer luego que nuestra obra llegue a la mayor cantidad de gente posible, me podría haber cegado. Pero en lugar de eso, dejé pasar el tiempo y me convencí de que conseguiría publicar cuando tuviese el nivel adecuado.

De hecho dejé de escribir, a excepción de pequeñas historias que me guardaba para mí o tramas de aventuras para las partidas de rol que jugaba con los amigos. Dejando que pasara una década antes de volver a plantearme el escribir con la intención de publicar. Y entonces llegó El secreto de los dioses olvidados, y lo cambió todo. Pero ese tiempo en el que dejé la escritura "olvidada" y me dediqué a dibujar me sirvió para madurar en varios sentidos. En especial, para ver en perspectiva lo que había escrito, meditar sobre los proyectos de novela que no llegaron nunca a ningún lado, y pensar en cómo aprovechar todo eso a mi favor. La paciencia, el saber aceptar el rechazo de los jurados, el no obsesionarme con publicar ya, y sobre todo la capacidad de pensar "puedo mejorar" y buscar vías para afilar mis capacidades narrativas... todo eso me permitió llegar hasta aquí. Y  es lo que me gustaría que os quedase al acabar de leer el artículo.

Este consejo, eso sí, viene acompañado de una nota a pie de página. Y es que, si bien todo lo anterior explica mi evolución desde aficionado a la escritura hasta escritor, en la actualidad es muy probable que ese camino hubiese sido muy diferente. Sobre todo porque internet ha abierto un abanico de posibilidades que eran inexistentes a mediados de los noventa, cuando yo estaba dando esos primero pasos como "juntaletras". Ahora se puede estar informado de manera puntual y casi inmediata sobre cada concurso literario que se convoca en cualquier punto del país, si quieres medir el músculo de tu pluma en concursos; y, del mismo modo, podemos ubicar talleres literarios o comunicarnos con otros aficionados que nos resuelvan nuestras dudas (en este aspecto, nunca me cansaré de recomendar el foro Abretelibro!) para poner a prueba tu habilidad literaria y encontrar quien te de consejos para pulir tu estilo). Siempre, eso sí, con la intención de asimilar las críticas y aprovecharlas de forma productiva. 

Porque ahí radica lo que considero más importante: no basta con pensar que se es bastante bueno para publicar. Hay que pensar en que siempre hay espacio para mejorar y llegar un poco más allá.

viernes, 18 de enero de 2019

Mi colección de cuentos favoritos (V)

Continuando con la lista de relatos que más me han influenciado a la hora de escribir, le llega hoy el turno a un autor con el que he pasado de la absoluta indiferencia (más que nada, como reacción a la afición de mucha gente por recomendarme los cómics que guionizó, a finales de los 90), a disfrutar mucho con sus novelas y admirar algunos de los increíbles universos que ha creado para ellas. Un genio que se puede rastrear con facilidad en relato del que voy a hablar.

Estudio en esmeralda, de Neil Gaiman.
Decir que soy un gran fan de Sherlock Holmes puede sonar un tanto exagerado, sobre todo si aclaro que apenas me he leído una parte de las historias escritas por Sir Arthur Conan Doyle sobre el afamado detective de Baker Street; sin embargo mi fascinación comenzó en mi más tierna juventud, gracias a la versión animada que realizó Hayao Miyazaki, y ha proseguido después con casi todas las adaptaciones al cine o la televisión que se han ido haciendo. Si excluyo la serie de los 90 dedicada a Miss Marple, no creo que haya ningún otro detective de ficción que me tuviera más horas sentado frente al televisor en esa época. De modo que, cuando me propusieron leer Sombras sobre Baker Street en mi club de lectura, me lancé a por él de inmediato (en especial, por la combinación de temática detectivesca y horror sobrenatural que prometía).


Para quien no lo conozca, Sombras sobre Baker Street es una recopilación de relatos de varios autores, en los que enfrentan a Sherlock Holmes con las criaturas pergeñadas por H. P. Lovecraft y sus acólitos para los mitos de Cthulhu. Y como la narración se plantea de manera cronológica, la obra que abre la colección es precisamente el relato de Gaiman. Estudio en Esmeralda.

¿Qué es lo que me llamó tanto la atención de este relato? La capacidad para reelaborar la mitología de Sherlock Holmes, combinándola con los universos de Lovecraft. Su historia repite casi paso por paso lo que Doyle contaba en el primer caso publicado de Sherlock Holmes (Estudio en escarlata, título con el que Gaiman juega de forma evidente, como hacen el resto de autores de la colección por otra parte), solo que las circunstancias del crimen que debe afrontar y la propia Inglaterra en la que vive se nos van revelado como muy distintas a las que nosotros conocemos. Así acabamos descubriendo poco a poco hasta qué punto ha sido infiltrado el Londres victoriano por la ominosa presencia de esos seres  indescriptibles, llegados de las profundidades de las pesadillas del "genio de Providence".

Ese juego con personajes clásicos y universos familiares para los lectores me encantó, por razones que les resultarán obvias a quienes hayan leído mi obra (los lectores de Monozuki. La chica zorro seguro que son conscientes de ello). Se trata de un recurso que me gusta poner en práctica siempre que me surge la ocasión. Y con el relato de Gaiman descubrí no solo hasta qué punto se puede llegar a entremezclar mundos, si no que encontré una referencia hacia la que dirigir mis pasos. Desde entonces, mi propósito al desarrollar cualquiera de esos mundos que he puesto sobre el papel era alcanzar el mismo nivel de calidad.

El concepto de mezclar universos literarios pertenecientes a géneros dispares no es nada infrecuente en la actualidad: tenemos ejemplos como Orgullo y prejuicio y zombies, junto a otras novelas parecidas. Pero en aquel momento me fascinó el atrevimiento de recrear una obra de manera casi literal y, a la vez, comprobar que me estaba sumergiendo en una realidad paralela a la que yo conocía. Esa intensa sensación de haber entrado por una madriguera de conejo a una versión siniestra del mundo cotidiano, tan habitual en Gaiman, es lo que me empujó a seguir leyendo y disfrutar del final del relato, sorpresivo a la par que muy coherente con el fondo de la historia. Permitiéndome conocer a un Sherlock Holmes... Distinto.