jueves, 21 de febrero de 2019

Harry Dresden, hechicero asesor

Soy plenamente consciente de que este artículo no va a suponer un descubrimiento para demasiados lectores, pero sí confío en lograr que unos cuantos de los que leáis estas líneas os animéis a disfrutar de una de las sagas de fantasía urbana más conocida del mundo: las aventuras de Harry Dresden. Antes de proseguir con mi reseña, eso sí, quiero advertir también que la hago tras haber leído "solo" cinco de los quince volúmenes escritos por James Butcher. Así que, por así decirlo, aún estoy en la parte introductoria de la saga. Sin embargo, tanto las virtudes como los defectos del personaje y sus historias ya están bastante bien definidos a estas alturas.

Empecemos por lo básico: Harry Dresden es un mago con verdaderos poderes arcanos, que vive y ejerce su profesión en la ciudad de Chicago. Y cuando digo que ejerce su profesión me refiero a que se anuncia en las páginas amarillas como Mago, soportando las burlas continuas de los incrédulos y el recelo de quienes recurren a él porque su problema no tiene una explicación lógica. Por suerte para él, Chicago cuenta con suficientes casos "inexplicables" como para que hayan creado una unidad especial de investigación de la policía y la responsable al cargo, Karrin Murphy, suele acudir a él en calidad de asesor cuando la situación lo requiere. Así, entre los cheques policiales y los casos que se le ofrecen, consigue ir pagando el alquiler de su piso, sobreviviendo en un típica y tópica vida de soltero desastrado.


La principal baza de sus novelas recae en manera en que Butcher reinterpreta las criaturas mágicas, tanto en la naturaleza de las mismas como en el modo de comportarse. En los primeros tres volúmenes vemos ejemplos de demonios, vampiros, hadas y hombres-lobo, entre otros. Y Butcher hace con ellos algo con lo que a mí me encanta experimentar: jugar con sus versiones tradicionales, para elaborar un folklore nuevo y distinto a cualquier otro conocido. Por supuesto, los lectores más aficionados a la fantasía pueden descubrir referencias aquí y allá a otros libros, pero el universo mágico de Dresden no deja por ello de ser interesante e imaginativo. Y, a título personal, el mundo de las hadas es su mayor éxito en este campo.

Por otro lado, tendríamos el concepto de aventura que nos plantea Butcher en todos los libros: un misterio sobrenatural, vinculado o no a algún caso policial, que requiere de un mago para descubrir al culpable. Todo ello narrado desde el punto de vista de Dresden a imitación del hard-boiled más clásico, ya que su detective nunca es tan perspicaz como para adivinar el caso con un par de pistas y eso le obliga a ensuciarse las manos, lo cual significa tratar con individuos de naturaleza bastante peligrosa (que, por suerte, a veces solo son humanos), y rezar por salir más o menos airoso del embate (lo cual no ocurre tantas veces como él quisiera). 

(el éxito de las novelas ha permitido que se adapten sus aventuras al cómic, además de la televisión y los juegos de rol)

El toque especial que me ha animado a seguir leyendo los libros tiene una doble vertiente: en primer lugar, el parentesco de Harry Dresden con la mayoría de héroes de Neil Gaiman. Y es que, aunque él ha decidido hacer pública su profesión e involucrarse en misiones peligrosas, las más de las veces le vemos superado por completo por las circunstancias. Sumado eso a su estrafalario aspecto, los problemas para interactuar con personajes del otro sexo (por más que tenga un éxito incomprensible con varias damas) y el humor ácido con el que Butcher aliña muchas escenas, uno llega a pensar que los casos se resuelven a pesar de Harry Dresden. La segunda vertiente atractiva de las novelas es que no se limitan a funcionar como elementos episódicos independientes, sino que desarrollan una trama consistente en el tiempo. Los amigos y enemigos crecen con las experiencias de cada libro y, lo más importante, vemos que Butcher parece tener un destino final en mente para su protagonista (ésta es mi apreciación, al menos, tras leer los primeros volúmenes). De modo que siempre hay que estar dispuesto a ver cómo aparece ese villano al que creíamos humillado y derrotado, dispuesto a tomarse la revancha a lo grande.

El único problema aparente es que, después de enfrentarle con hombres-lobo, seres faéricos y vampiros, la nómina de criaturas mitológicas "comunes" empieza a reducirse de forma alarmante. Y la verdad es que tengo ganas de saber cuál es la próxima amenaza sobrenatural que deberá afrontar Chicago.

martes, 12 de febrero de 2019

Consejos para aspirantes a escritor (4)

Si en los artículos anteriores hablé sobre las razones principales para tener paciencia y no querer publicar como sea y con quien sea, hoy quiero comentar otro aspecto de la escritura que está vinculado a las posibilidades de ser aceptado por una editorial tradicional (y al cual ya me he referido con anterioridad): la autocrítica. El mayor problema cuando se está empezando a escribir, ya sean relatos o novela, consiste en sufrir el síndrome del amigo de la guitarra, como dije en un artículo anterior. Si se tiene un mínimo de talento, se pueden articular sin demasiados problemas historias con las que rellenar unos cuantos centenares de páginas. Y al compartir estos textos con nuestros amigos o familiares (sobre todo si la vena literaria se despierta en la adolescencia), lo que se suelen recibir son halagos y admiración. Una respuesta que puede animar a seguir escribiendo pero, también, a crear en tu cabeza la idea de que se tiene mucho talento. Mucho más talento y oficio del que realmente tienes. Y ahí comienza el problema.
Mi primera novela la escribí con unos quince o dieciséis años. A máquina. Sin ningún guión. En cuartillas reutilizadas, que llegaban a casa para ofrecernos a mis hermanos y a mí un medio en el que desplegar nuestra inacabable afición a dibujar. El resultado de aquella primera efervescencia literaria fue una historia de aventuras en la que me atreví sin ningún pudor a colar a un par de mis personajes de cómic favoritos (lo cual, en la actualidad, hace que mi primera novela fuera una fan-fiction). Aún guardo esas cuartillas junto con el resto de cuadernos de mis manuscritos; pero cuando la he releído, pasados los años, vi con claridad la enorme cantidad de fallos y sinsentidos que contenía. Actualmente podría aprovechar la idea básica para armar una novela juvenil, pero de seguro que no reproduciría más que unas pocas líneas de lo que escribí.

La segunda novela llegó un lustro después, más o menos, y la escribí para presentarme a un concurso literario. Hacía poco que había descubierto a Terry Pratchett y se me ocurrió que podría montar una parodia medieval fantástica de cierta enjundia. Por supuesto, el ganador del concurso fue otra persona y el manuscrito descansa junto a los demás. Esperando el día que pueda dedicarle tiempo, para llevar a cabo la pertinente reescritura que nunca llegué a afrontar con las prisas del momento (porque publicar una novela humorística al estilo de Pratchett me haría mucha ilusión). 

¿A dónde quiero llegar? Pues a que, como resultará fácil de imaginar, cada vez que puse el punto y final a esas historias, se las enseñé a cualquiera que se mostrase minimamente dispuesto a leerlas. Y el efecto general fue el que ya he descrito: halagos y palmadas en el hombro. Aunque, en mi caso, no recibir noticias del jurado del concurso fue una señal evidente de que no era todo tan bonito (creo recordar que existía la posibilidad de recibir una oferta editorial, si lograbas que tu obra fuera una de las finalistas, y mi optimismo estaba centrado en ella). Así que seguí escribiendo, y de paso decidí que podía aprender a hacerlo mejor. De aquella época conservo un puñado de fascículos del Taller de Escritura que publicó Salvat (me suscribí a la colección, de hecho, pero en cierto momento dejaron de llegarme los ejemplares y nunca pude acabarla), y más o menos por las mismas fechas alcancé mi primer hito como escritor: quedar finalista en la convocatoria de "El Fungible". Sin embargo, no volví a presentarme a ningún otro concurso ni logré desarrollar las ideas que se me iban ocurriendo para escribir novelas, de modo que dejé la escritura apartada.


No es que abandonase la escritura. ¿Me gustaban esas novelas? Sí. ¿Pensaba que eran buenas? Desde luego, pensaba que eran lo mejor que podía hacer en ese momento. Y eso es importante, porque ahora me planteo conceptos que en aquella época ni se me pasaban por la cabeza. Elementos que debía aprender, interiorizar y ser capaz de ver (o entender que faltaban) mientras escribía. Si me hubiese convencido de que aquellos halagos de mis padres y amigos eran proporcionales a mi verdadero talento, quizás no habría hecho otra cosa que acumular frustración contra las fuerzas invisibles que se oponían a mi "destino manifiesto": publicar libros como rosquillas. El ego artístico, ese que nos empuja a crear y a querer luego que nuestra obra llegue a la mayor cantidad de gente posible, me podría haber cegado. Pero en lugar de eso, dejé pasar el tiempo y me convencí de que conseguiría publicar cuando tuviese el nivel adecuado.

De hecho dejé de escribir, a excepción de pequeñas historias que me guardaba para mí o tramas de aventuras para las partidas de rol que jugaba con los amigos. Dejando que pasara una década antes de volver a plantearme el escribir con la intención de publicar. Y entonces llegó El secreto de los dioses olvidados, y lo cambió todo. Pero ese tiempo en el que dejé la escritura "olvidada" y me dediqué a dibujar me sirvió para madurar en varios sentidos. En especial, para ver en perspectiva lo que había escrito, meditar sobre los proyectos de novela que no llegaron nunca a ningún lado, y pensar en cómo aprovechar todo eso a mi favor. La paciencia, el saber aceptar el rechazo de los jurados, el no obsesionarme con publicar ya, y sobre todo la capacidad de pensar "puedo mejorar" y buscar vías para afilar mis capacidades narrativas... todo eso me permitió llegar hasta aquí. Y  es lo que me gustaría que os quedase al acabar de leer el artículo.

Este consejo, eso sí, viene acompañado de una nota a pie de página. Y es que, si bien todo lo anterior explica mi evolución desde aficionado a la escritura hasta escritor, en la actualidad es muy probable que ese camino hubiese sido muy diferente. Sobre todo porque internet ha abierto un abanico de posibilidades que eran inexistentes a mediados de los noventa, cuando yo estaba dando esos primero pasos como "juntaletras". Ahora se puede estar informado de manera puntual y casi inmediata sobre cada concurso literario que se convoca en cualquier punto del país, si quieres medir el músculo de tu pluma en concursos; y, del mismo modo, podemos ubicar talleres literarios o comunicarnos con otros aficionados que nos resuelvan nuestras dudas (en este aspecto, nunca me cansaré de recomendar el foro Abretelibro!) para poner a prueba tu habilidad literaria y encontrar quien te de consejos para pulir tu estilo). Siempre, eso sí, con la intención de asimilar las críticas y aprovecharlas de forma productiva. 

Porque ahí radica lo que considero más importante: no basta con pensar que se es bastante bueno para publicar. Hay que pensar en que siempre hay espacio para mejorar y llegar un poco más allá.