martes, 12 de febrero de 2019

Consejos para aspirantes a escritor (4)

Si en los artículos anteriores hablé sobre las razones principales para tener paciencia y no querer publicar como sea y con quien sea, hoy quiero comentar otro aspecto de la escritura que está vinculado a las posibilidades de ser aceptado por una editorial tradicional (y al cual ya me he referido con anterioridad): la autocrítica. El mayor problema cuando se está empezando a escribir, ya sean relatos o novela, consiste en sufrir el síndrome del amigo de la guitarra, como dije en un artículo anterior. Si se tiene un mínimo de talento, se pueden articular sin demasiados problemas historias con las que rellenar unos cuantos centenares de páginas. Y al compartir estos textos con nuestros amigos o familiares (sobre todo si la vena literaria se despierta en la adolescencia), lo que se suelen recibir son halagos y admiración. Una respuesta que puede animar a seguir escribiendo pero, también, a crear en tu cabeza la idea de que se tiene mucho talento. Mucho más talento y oficio del que realmente tienes. Y ahí comienza el problema.
Mi primera novela la escribí con unos quince o dieciséis años. A máquina. Sin ningún guión. En cuartillas reutilizadas, que llegaban a casa para ofrecernos a mis hermanos y a mí un medio en el que desplegar nuestra inacabable afición a dibujar. El resultado de aquella primera efervescencia literaria fue una historia de aventuras en la que me atreví sin ningún pudor a colar a un par de mis personajes de cómic favoritos (lo cual, en la actualidad, hace que mi primera novela fuera una fan-fiction). Aún guardo esas cuartillas junto con el resto de cuadernos de mis manuscritos; pero cuando la he releído, pasados los años, vi con claridad la enorme cantidad de fallos y sinsentidos que contenía. Actualmente podría aprovechar la idea básica para armar una novela juvenil, pero de seguro que no reproduciría más que unas pocas líneas de lo que escribí.

La segunda novela llegó un lustro después, más o menos, y la escribí para presentarme a un concurso literario. Hacía poco que había descubierto a Terry Pratchett y se me ocurrió que podría montar una parodia medieval fantástica de cierta enjundia. Por supuesto, el ganador del concurso fue otra persona y el manuscrito descansa junto a los demás. Esperando el día que pueda dedicarle tiempo, para llevar a cabo la pertinente reescritura que nunca llegué a afrontar con las prisas del momento (porque publicar una novela humorística al estilo de Pratchett me haría mucha ilusión). 

¿A dónde quiero llegar? Pues a que, como resultará fácil de imaginar, cada vez que puse el punto y final a esas historias, se las enseñé a cualquiera que se mostrase minimamente dispuesto a leerlas. Y el efecto general fue el que ya he descrito: halagos y palmadas en el hombro. Aunque, en mi caso, no recibir noticias del jurado del concurso fue una señal evidente de que no era todo tan bonito (creo recordar que existía la posibilidad de recibir una oferta editorial, si lograbas que tu obra fuera una de las finalistas, y mi optimismo estaba centrado en ella). Así que seguí escribiendo, y de paso decidí que podía aprender a hacerlo mejor. De aquella época conservo un puñado de fascículos del Taller de Escritura que publicó Salvat (me suscribí a la colección, de hecho, pero en cierto momento dejaron de llegarme los ejemplares y nunca pude acabarla), y más o menos por las mismas fechas alcancé mi primer hito como escritor: quedar finalista en la convocatoria de "El Fungible". Sin embargo, no volví a presentarme a ningún otro concurso ni logré desarrollar las ideas que se me iban ocurriendo para escribir novelas, de modo que dejé la escritura apartada.


No es que abandonase la escritura. ¿Me gustaban esas novelas? Sí. ¿Pensaba que eran buenas? Desde luego, pensaba que eran lo mejor que podía hacer en ese momento. Y eso es importante, porque ahora me planteo conceptos que en aquella época ni se me pasaban por la cabeza. Elementos que debía aprender, interiorizar y ser capaz de ver (o entender que faltaban) mientras escribía. Si me hubiese convencido de que aquellos halagos de mis padres y amigos eran proporcionales a mi verdadero talento, quizás no habría hecho otra cosa que acumular frustración contra las fuerzas invisibles que se oponían a mi "destino manifiesto": publicar libros como rosquillas. El ego artístico, ese que nos empuja a crear y a querer luego que nuestra obra llegue a la mayor cantidad de gente posible, me podría haber cegado. Pero en lugar de eso, dejé pasar el tiempo y me convencí de que conseguiría publicar cuando tuviese el nivel adecuado.

De hecho dejé de escribir, a excepción de pequeñas historias que me guardaba para mí o tramas de aventuras para las partidas de rol que jugaba con los amigos. Dejando que pasara una década antes de volver a plantearme el escribir con la intención de publicar. Y entonces llegó El secreto de los dioses olvidados, y lo cambió todo. Pero ese tiempo en el que dejé la escritura "olvidada" y me dediqué a dibujar me sirvió para madurar en varios sentidos. En especial, para ver en perspectiva lo que había escrito, meditar sobre los proyectos de novela que no llegaron nunca a ningún lado, y pensar en cómo aprovechar todo eso a mi favor. La paciencia, el saber aceptar el rechazo de los jurados, el no obsesionarme con publicar ya, y sobre todo la capacidad de pensar "puedo mejorar" y buscar vías para afilar mis capacidades narrativas... todo eso me permitió llegar hasta aquí. Y  es lo que me gustaría que os quedase al acabar de leer el artículo.

Este consejo, eso sí, viene acompañado de una nota a pie de página. Y es que, si bien todo lo anterior explica mi evolución desde aficionado a la escritura hasta escritor, en la actualidad es muy probable que ese camino hubiese sido muy diferente. Sobre todo porque internet ha abierto un abanico de posibilidades que eran inexistentes a mediados de los noventa, cuando yo estaba dando esos primero pasos como "juntaletras". Ahora se puede estar informado de manera puntual y casi inmediata sobre cada concurso literario que se convoca en cualquier punto del país, si quieres medir el músculo de tu pluma en concursos; y, del mismo modo, podemos ubicar talleres literarios o comunicarnos con otros aficionados que nos resuelvan nuestras dudas (en este aspecto, nunca me cansaré de recomendar el foro Abretelibro!) para poner a prueba tu habilidad literaria y encontrar quien te de consejos para pulir tu estilo). Siempre, eso sí, con la intención de asimilar las críticas y aprovecharlas de forma productiva. 

Porque ahí radica lo que considero más importante: no basta con pensar que se es bastante bueno para publicar. Hay que pensar en que siempre hay espacio para mejorar y llegar un poco más allá.

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