lunes, 17 de septiembre de 2018

Consejos para aspirantes a escritor (3)

Pasado el parón veraniego aquí estamos una vez más, dispuestos a hablar sobre la aventura de publicar y a compartir con vosotros mis experiencias al respecto durante los últimos años. En esta ocasión, y dado que le dediqué el artículo anterior de esta sección  a la cuestionada coedición, me ha parecido apropiado hablar sobre el formato más polémico en la actualidad: la autoedición. Una opción a la que yo mismo recurrí a la hora de publicar Ni colorín, ni colorado.

Empecemos por lo básico: editarse uno mismo no es, en absoluto, garantía de obtener fama y fortuna; pero sí os puedo asegurar que os va a obligar a realizar un gran esfuerzo, del que muy pocas veces se habla cuando se dice que tal o cual autor desconocido ha logrado una cantidad astronómica de ventas. Porque las noticias solo se preocupan por reflejar el inusitado éxito de tal o cual autor/a, cuyo obra autoeditada ha logrado tal cantidad de ventas que ha llamado la atención de los grandes sellos editoriales, obviando el hecho de que esos éxitos son islotes diminutos en un océano de obras autopublicadas que, las más de las veces, pasan totalmente inadvertidas para el público. 


Sé que la razón principal para considerar la autoedición suele ser el fracaso al probar suerte con las editoriales "clásicas", y que muchos autores se refugian en la "miopía editorial" para justificar su decisión, hablando de casos como el de J.K. Rowling. Pero deberían recordar que los editores no dejan de estar apostando su dinero con cada obra que publican, por lo que procuran tener una cierta certeza de ir a recuperar la inversión (y que casos de superventas como el de J.K. Rowling tampoco son habituales, o abrir una editorial sería un negocio casi tan bueno como ser el dueño de un banco...)

¿Cuánto trabajo supone autoeditarse? Todo. Y es así porque, eliminada la figura del editor, eres tú mismo quien debe hacerse cargo de todas las tareas que llevaría a cabo una editorial... amén de correr con los gastos (que tampoco son pequeños). Con el agravante de que mucho de ese trabajo, si se trata de un autor novel, ni siquiera se habrá planteado (e ignorará por completo cómo hacer, con gran probabilidad). El primer muro de realidad con el que suelen chocar los autores "novatos" es el de estar convencidos que dominan la gramática y la ortografía. Y, aunque les cuesta creerlo, al pasar sus textos por la lupa de un corrector, no es raro que afloren buena cantidad de faltas ortográficas que estaban allí al acecho de los lectores futuros. La mayoría se suelen deber a fallos tipográficos provocados por despistes mientras se mecanografía el manuscrito, pero siempre hay un cierto número de ellos que se deben a puro desconocimiento de las normas impuestas por la RAE o a formas de expresarse locales (el laísmo y el leísmo, por ejemplo). Defectos que, en aras de resultar más profesional, deberían ser eliminados del textos que va a recibir el lector. Y una corrección orto-tipográfica, salvo que seas corrector o tengas quien pueda hacerla "a precio de amigo", será el desembolso inicial de tu futura obra autoeditada. 

Pero espera, porque esa no es la única corrección que debería pasar la obra. También está la corrección estilística, que analiza cómo escribes y qué podrías cambiar para resultar más efectivo o que tu escritura se adopte mejor al tipo de historia que quieres contar (o resulte más legible para la mayoría del público). Para que os hagáis una idea, el manuscrito de Monozuki. La chica zorro pasó por unas tres correcciones orto-tipográficas, incluyendo revisar el texto después de las modificaciones que le fuimos haciendo, antes de llegar a la versión que se ha publicado.

Nada que ver con todas esas imágenes de autores sonrientes que comparten por internet sus consejos sobre cómo imitarles y convertir la escritura en un negocio boyante. ¿Verdad? Pues una vez pulida la obra, toca afrontar la tarea de maquetar el texto. Algo que puede parecer una nimiedad, pero va mucho más allá de la organización de los márgenes laterales, las sangrías, o poner en mayúsculas los nombres de los capítulos. El tamaño de letra, la fuente que vas a usar (si hablas con editores, descubrirás que hay tipos de letra que nadie usa), evitar que las líneas huérfanas estropeen la legibilidad... Un trabajo que se multiplica en el momento en que decides adoptar la opción, muy en boga, de crear un texto digital que solo se imprima para aquellos que deseen un ejemplar en papel. ¿Por qué? Porque necesita que afines la maquetación para que tu texto se lea bien en todos (o la mayoría de) los distintos dispositivos electrónicos existentes. De nuevo, una tarea que puede requerir que desembolses dinero (salvo que te manejes por tí mism@ con los procesadores de texto para versiones digitales).

Aunque mis amigos hicieron un gran trabajo para Ni colorín ni colorado, reconozcamos que las cubiertas ofrecen expectativas muy distintas respecto a la calidad de edición de su contenido.

Hasta aquí, más o menos, quedaría cubierta la tarea logística para que nuestr@s lectores/as no quieran arrancarse los ojos cuando se enfrenten al texto. Pero aún no se ha acabado el trabajo de construcción del libro. No podemos olvidarnos de la cubierta o, como los llamamos los legos en el asunto, la portada. Como se suele decir con la comida, los libros también "entran por el ojo" a muchos lectores. Y seguro que cualquiera de los que estáis leyendo el artículo podéis recordar algún ejemplo de cubierta que os quitó las ganas de leer un libro. En la autoedición y la coedición, el impulso de querer recortar gastos empuja a muchos a prescindir de un ilustrador "porque eso lo puedo hacer yo con Photoshop". Una decisión que suele acabar con portadas que van de lo kitsch a un dibujo infantil coloreado, pasando por montajes en los que se reaprovechan fotogramas de películas y cosas parecidas. Resultados que al autor le pueden parecer aceptables y sentirse muy satisfecho, pero luego la realidad acaba por demostrar que no era así. De hecho, elegir la imagen adecuada para la cubierta del libro es todo un arte. Basta hacer una búsqueda en Google para comprobar que, según la editorial, hay muchos casos en los que el contenido no siempre está reflejado (ni tan siquiera sugerido) en la cubierta. Aparte de que los autores no siempre acertamos con la imagen más adecuada. De nuevo, usando el caso de Monozuki como comparación, nunca se me habría ocurrido esa portada con aires manga que usó mi editorial. Y, sin embargo, ha enamorado a la inmensa mayoría de quien la ha visto.

Aún habría que hablar de la agotadora tarea de la promoción, y la frustración de las presentaciones y otros eventos. Pero por hoy creo que ya os he dejado con un montón de cosas en las que pensar. Si acaso, ya que he hablado de ello, decir que mi experiencia con la autoedición fue mucho menos estresante porque contaba con conocidos que me pudieron ayudar "a precio de amigo" a realizar una maquetación decente del texto, y una portada que aún hoy llama la atención. Pero de otro modo probablemente habría abandonado mi plan si no hubiese alcanzado al menos ese nivel de calidad.

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