lunes, 21 de diciembre de 2020

Quince años no es nada

Recupero hoy una entrada (actualizada) que escribí para el blog dedicado a El secreto de los dioses olvidados, pensando en poner en antecedentes a quienes llegan de nuevas y quieren saber algo más sobre mí después de leer Monozuki. Así pues, voy a intentar repasar qué me hizo soñar con escribir libros, y cómo he ido evolucionando hasta llegar aquí.

Como ya he contado alguna vez, descubrí el placer por la literatura con La vuelta al mundo en 80 días y 20000 leguas de viaje submarino, los cuales me convirtieron en un lector empedernido del género de aventuras y que, a fecha de hoy, sigo disfrutando con enorme placer. Aunque debería decir que esos libros despertaron en mi también un apetito voraz por la lectura: desde los 8 años, y hasta acabar la EGB mi rutina diaria consistía en volver a casa, dejar la mochila y meterme en la biblioteca hasta que cerraban. Fue el tiempo de descubrir a Los Hollister, Los tres investigadores, El pequeño Nicolás, Los cinco, Tocon… además de Asterix, Tintín, Blueberry, Valerian y demás. Recuerdo llegar a estar enfermo y, no teniendo otra cosa, leerme la colección de Celia de mi hermana.

De ésta época es mi primer “ramalazo literario”, consistente en presentarme a un concurso en el colegio. Si no recuerdo mal, combiné un montón de ideas sacadas de libros o cómics que había leído en aquel momento, y las mezclé como mejor me dio a entender la imaginación. El problema fue que al jurado (de padres de alumnos) el lenguaje les pareció demasiado adulto para un niño de mi edad, y supusieron que debía de haber plagiado el cuento. Ésto último no lo supe hasta mucho más tarde, pero que el hijo de uno de los componentes del jurado me acusara de haber copiado me afectó hasta el punto de hacer que no volviera a presentarme a ningún concurso hasta la universidad. Supongo que, en cierto modo, me convenció de que no era capaz de crear algo original.

Aquí, un orgulloso autor con su primera criatura literaria. 

El siguiente cambio ocurrió durante la adolescencia y la pubertad, ya que me centré en la lectura y el diseño de cómics de superhéroes (en especial el universo mutante de Marvel) motivado por mi otra gran afición, el dibujo. Llené cuaderno tras cuaderno con argumentos para aventuras de superhéroes que yo creaba y dibujaba, aunque no dejé de escribir. La primera novela debí de acabarla el último año de EGB: un centenar de páginas mecanografiadas a mano, para lo cual usé fotocopias recicladas. Estaba escrita, además, sobre la marcha. Por lo tanto, el argumento varió a medida que iba modificándolo en mi cabeza día a día, y contaba con dos personajes de mis cómics favoritos como “invitados especiales”. Esos datos deben bastar para que os hagáis una idea de la calidad general y el aspecto del manuscrito (que guardo junto al resto de obras que he escrito, por supuesto).

En el instituto, las buenas calificaciones que obtuve por un relato breve y varias redacciones libres me devolvieron la confianza en que aquello podía hacerlo bien, aunque es cierto que esos años torturé varias máquinas de escribir con más ilusión que otra cosa. Para entonces ya había pasado a la Biblioteca de Adultos y, junto con Asimov, había descubierto a King, Farmer, Weiss y Hickman, y otros autores que me irían dejando huella hasta que llegué a mi etapa universitaria, que fue de las más creativas. Logré publicar un relato de “terror Lovecraftiano” en el certamen de El Fungible de 1.997, hice de articulista para varios fanzines (siempre alrededor del mundo del cómic) y acabé otra novela. Ésta vez, una parodia de la fantasía épica con tintes a lo Pratchett. Sin embargo, mi principal actividad literaria fue la escritura de aventuras para juegos de rol. Y podría decirse que así aprendí unos cuantos de los conceptos para acometer después la escritura de novelas, puesto que me obligó a estructurar la narración, a planear los giros argumentales y a documentarme (me gustaba usar localizaciones reales). Aún así, acumulé cientos de páginas con historias que aspiraban a ser grandes novelas pero, llegadas a cierto punto, se morían por falta de ideas. Aunque también aumentó la cantidad de cuentos cortos, que fui guardando por no saber cómo (o no atreverme) a llevarlos a concurso.

En esa dinámica avanzó el tiempo hasta sufrir de cierta sequía, rota al llegar el año 2.006. Descubrí entonces la primera novela publicada por un antiguo compañero del instituto y, espoleado por su éxito, decidí que era hora de probar fortuna con alguna de mis creaciones. Solo que, esta vez, decidí seguir un camino más profesional. Nada de mandar el manuscrito con la tinta de la impresora fresca. Convencí a amigos para leer la obra y saber qué debía mejorar. Acepté la necesidad de rescribir hasta que todo encajara y fluyera con suavidad. Una serie de detalles que, al ignorarlos en el pasado, me habían impedido también progresar. Y así fue como El secreto de los dioses olvidados acabó convirtiéndose en una realidad en 2009, y el sueño de imitar a Verne o Salgari comenzó a ser algo posible.

En los quince años que han transcurrido desde entonces, he dejado apartado el sueño de dibujar cómics (aunque conservo el de ser guionista de alguno en el futuro), si bien la narración visual ha pasado a formar parte de mi manera personal de escribir. Unirme al foro Ábrete libro! me ayudó a conocer a otros aspirantes a escritor, me animó a multiplicar mis presencias en concursos de relato (lo cual ha servido para aparecer en una veintena de recopilatorios) y, de paso, me condujo a mi primera aparición en las antologías de Ácronos, donde conocí y me di a conocer a la comunidad Steampunk, en la que he creado muy buenas amistades. Incluso me ha brindado la oportunidad de participar en charlas para compartir mi experiencia y los conocimientos que he ido adquiriendo, con aquellos que aún aspiran a poder publicar las historias que les rondan por la cabeza.

Aquí, un autor algo más curtido, con su última obra.

El campo de la novela, por otro lado, se me ha resistido mucho más. Aunque he desarrollado un par de historias que, espero, algún día puedan ser disfrutadas por un buen número de lectores, no logré agradar a ningún editor hasta que Carmot Press (ahora Cicely editorial) apostó por las aventuras de Monozuki. Un éxito que me demostró la imposibilidad de saber cuándo tienes entre manos un manuscrito con posibilidades. Y, en ese empeño por seguir subiendo peldaños en el mundo literario, también he acudido al Hotel Kafka y al Ateneu de Barcelona para que me ayudaran a pulir las muchas aristas de mi escritura, de modo que ahora mismo confío en que el año 2021 sea el de volver con fuerza, gracias a la secuela de Monozuki y una colección de relatos... todo ello animado por la misma ilusión que impregnó aquella novelita escrita a golpe de teclas cuando no tenía más de quince años: contar una historia que haga disfrutar a quien la lea.


jueves, 10 de diciembre de 2020

PEQUEÑO TALLER LITERARIO (I) En torno a los personajes.

Ya hace un tiempo, el Podcast Milanosfera me invitó a participar en el programa para hablar sobre las técnicas de escritura literaria que podrían aprovecharse en el diseño de una aventura de rol, y en concreto cuál era mi proceso para crear personajes. Después de aquello estuve pensando sobre el resto de aspectos a tener en cuenta si quieres escribir una historia de aventuras y, por fin, me he decidido a compartir esas ideas con vosotres. Así pues, quiero comenzar este modesto taller literario con algunas notas sobre uno de los elementos principales de cualquier historia: vuestros personajes.

Una de las aspiraciones principales de quien escribe por primera vez una novela, es lograr que los personajes de su libro sean tan atractivos como los de sus autores favoritos. Que enamoren al lector, y le hagan envidiar las aventuras que le suceden a lo largo de la historia. Y lo primero que se debe considerar es que la creación de los personajes, incluso la de tus protagonistas, es algo progresivo. Estoy seguro de no equivocarme si afirmo que ningún autor conoce al dedillo a sus protagonistas cuando comienza a redactar la escaleta de la novela. Desde la primera imagen que nos formamos de ellos, hasta la que se presenta de forma definitiva en el libro publicado, es normal que se produzcan una serie de ajustes (más o menos radicales) para que personaje e historia encajen a la perfección.


Tu boceto será mental (aunque usar imágenes de apoyo 
es un buen sistema), pero esta es la idea...

Cuando alguien se plantea escribir una novela, es normal que tenga una idea más o menos clara de ciertas características de los protagonistas de su historia: si es un adolescente o una persona adulta, chico o chica, cuál es su profesión, y alguno de los detalles que van a determinar su rol en la historia (la heroína, el maestro/tutor, la compañera de aventuras, el rival…); pero mi consejo es que, en la fase inicial de escritura de la novela, no te obsesiones intentando rellenar una ficha exhaustiva de cada uno de tus personajes. Limítate a ese boceto mental que te ha surgido. La edad exacta, sus características físicas concretas, o incluso su nombre, no tienen por qué quedar fijadas en este momento.

Mi consejo es que esperes a ampliar datos de tus personajes a un poco más adelante. Ya verás cómo surge de forma mucho más sencilla durante la redacción de la propia sinopsis, a medida que vayas definiendo las características del mundo por el que se van a mover y el papel que desempeñarán en él. Sabiendo qué va a ocurrir, y quién va a hacer qué (y por qué), es como puedes decidir si tal personaje luce una cicatriz en la frente de resultas de un ataque del villano en el pasado, si será una joven arquera con una puntería espectacular, el antiguo heredero de un trono que ha quedado en manos de una dinastía de senescales, o una joven contrahecha que alberga la capacidad para usar la magia más poderosa de su mundo. De este modo, los datos de su ficha aumentarán y se harán más concretos: lugar de nacimiento, familiares y amigos, habilidades personales, secretos de su pasado, características físicas peculiares…

(Recuerda que, de todo personaje, se espera que evolucione.
No lo imagines como algo inmutable). (Ilustración de N-Ikegame)

A no ser que sigas el camino de los escritores de mapa más estrictos, eso que planifican la novela de arriba abajo antes de escribir ni una línea del manuscrito y se ciñen a ese plan sin desviarse ni un milímetro, es probable que tus personajes aún tengan detalles por perfilar cuando te dispongas a empezar la redacción del manuscrito (e incluso si eres un escritor de mapa, no sería de extrañar que te veas modificando algún personaje durante el proceso de reescritura y corrección). Todos los procesos anteriores se van a condensar y concretar en la ficha de personaje: un elemento común de muchos talleres de escritura de novela, que tiene tantas versiones como escritores hay en el mundo (aunque luego su uso se relativice según el autor o la extensión de la obra). En internet se pueden localizar varios ejemplos descargables, y mi recomendación es que revises unos cuantos y luego te crees el tuyo propio, siempre y cuando tengas en mente su utilidad principal: mantener el control de características físicas, historial y otros rasgos de cada personaje, para evitar contradecirte a lo largo de la narración. Yo, por ejemplo, no soy amigo de las fichas prolijas en detalles y complejidades: más que nada porque, como habrá quedado claro en mi exposición, parto de unos conceptos básicos y prefiero que la personalidad se vaya desarrollando a medida que escribo y los personajes reaccionan a las situaciones que les propongo… para luego registrar en la ficha los datos que sean precisos, en lugar de formularme preguntas sobre aspectos de la personalidad que quizás nunca vayan a verse reflejados en el texto.

Por último, aquí os dejo enlaces a algunas versiones de fichas para personajes literarios que podéis usar de referencia para crear una propia:

1. El mayor pero que le pongo es el escaso espacio que hay para escribir, porque hay apartados en los que querrás explayarte mucho. Pero es una buena base. Aquí.

2. Un ejemplo (en inglés) de lo que sería para mí una ficha que intenta cubrir demasiados aspectos (y por tanto resulta intimidante a primera vista). Aquí.

3. Interesante caso (en inglés), por la extensión de opciones pero también por el añadido de referencias visuales a ciertas descripciones físicas. Aquí.

4. Por último, otro ejemplo en inglés disponible a través de Drive, muy extenso (12 páginas) pero tan bien maquetado que puede que te apetezca tenerlo aunque solo vayas a completar luego un tercio de las preguntas que te plantean. Aquí.


lunes, 16 de noviembre de 2020

La Tierra (demasiado) larga de Baxter y Pratchett

Ya hace tres años de la reseña que dediqué al primer volumen de La Tierra Larga, la saga escrita a cuatro manos entre Stephen Baxter y Terry Pratchett sobre una idea original del creador de Mundodisco, y este otoño he decidido retomar su particular universo leyendo el segundo y tercer tomo... con un resultado agridulce. Así que, en lugar de hacer dos comentarios separados, voy a dar una versión general de mis sensaciones como lector al llegar al ecuador de la saga.

Para aquellos que no conozcan la premisa inicial de la serie, repito aquí parte de lo que ya expliqué en mi reseña de hace tres años: imaginemos que fuera posible viajar a todas las versiones alternativas de nuestro planeta; todas las tierras que no hemos conocido, porque serían el resultado de un desarrollo climático, biológico y/o geológico distinto al que sucedió en nuestro pasado. El único inconveniente (en principio), sería la imposibilidad de hacer grandes saltos dimensionales, por lo que se hace necesario ir recorriendo una a una cada versión diferente para, a medida que nos alejásemos de "nuestra Tierra", encontrar ejemplos con divergencias más radicales. Desde planetas que hubiesen sufrido glaciaciones más prolongadas, a otros en los que la deriva continental tuviera un desarrollo distinto, a aquellos que tienen una composición atmosférica diferente, hasta una versión que hubiese sufrido el impacto de un meteorito cataclísmico. La capacidad para llegar hasta ellas y explorarlas, limitada tan solo por las ganas del aventurero dimensional por ir más allá (y ciertas normas científicas, que no tardan en hacerse evidentes).


A mí, el primer libro me encantó. Pero es que (amén de fan declarado del Mundodisco), soy un enamorado de las historias que impliquen realidades alternativas, y Baxter se encarga de insuflar el cientifismo necesario a cada una de esas versiones alternativas de la Tierra para hacerlas creíbles (aunque entiendo a quien le acusa de ser un especialista en infodumping). Y si le añadimos que la historia también cuenta con una IA muy avanzada y estrambótica (que es otro de los temas sobre los que me gusta leer), se entenderá con facilidad mi interés por avanzar en la lectura de la saga... y la razón para sentirme defraudado por lo que he recibido.

¿El mayor pero que le pongo? La reiteración en la estructura narrativa, e incluso en las cosas que me cuenta, que se produce en esas dos primeras secuelas: La guerra larga y Marte Largo. Como si fuera una de esas viejas series televisivas procedurales, nos encontramos con un esquema que se repite en ambos libros. A saber:

- Una expedición científica hacia los confines de las Tierras divergentes, que permiten a Baxter explayarse en exposiciones teóricas sobre cómo pudo evolucionar el planeta hasta ese resultado concreto. Y dado que ambas travesías parten desde "nuestra Tierra", eso nos obliga a revivir los mismos paisajes y experiencias (con ciertas diferencias) hasta que se sobrepasa el hito de los exploradores anteriores (para lo cual es importante tener en cuenta que sus progresos se miden en millones de mundos alternativos).

- Una segunda expedición, protagonizada por uno o varios de los personajes principales, con la intención de corregir algún desaguisado entre los colonos de la Tierra y otro grupo originario de las Tierras divergentes. Conflicto que se plantea como nudo principal de la novela y, a mi parecer, se acaba resolviendo de un modo precipitado y naïf. Eso sí, en el Marte Largo la reiteración de viajeros vagabundeando se atenúa un poco porque Baxter puede innovar al proponer versiones alternativas del planeta rojo.

- Historia en desarrollo. Es el pero más subjetivo que le voy a poner, lo sé. pero mi sensación tras acabar los dos libros (y, en especial, el último) es que son vehículos para llevar la trama hasta el punto en el que surja el verdadero conflicto principal de su historia. Una idea que deviene de ese resolver la trama de cada entrega en las últimas treinta páginas, y más bien a matacaballo, dejando en agua de borrajas los presagios de drama plantados en el resto del texto. Sensación que, tras leer la sinópsis del cuarto libro, me temo que no está totalmente desencaminada. Y aunque sea una elucubración puramente especulativamente por mi parte, quizás el hecho de que solo los tres primeros volúmenes de la serie se escribieran y publicaran en vida de Pratchett tenga algo que ver en esa premura.


Después de todo lo que he señalado, podría parecer que no hay muchas razones para leer la saga. Y no quiero que os quedéis con ese regusto amargo. Porque, de hecho, no he leído los libros como un tour-de-force, sino  ilusionado por ver qué iban a ofrecerme Pratchett y Baxter. Muy en especial, tras la inclusión en el universo de un personaje y unos elementos que evocan a las aventuras de cierta tripulación futurista "dedicada a la exploración de mundos desconocidos, al descubrimiento de nuevas vidas y nuevas civilizaciones, hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar". Un concepto que encaja con facilidad y coherencia en la ambientación que nos han propuesto.

Por otro lado, tenemos las especulaciones de los autores sobre cómo reaccionaría la humanidad ante la posibilidad de tener a su alcance una cantidad infinita de mundos para colonizar, qué cambios se derivarían en la sociedad a medida que ese éxodo creciera en popularidad, y cómo se podrían organizar los colonos para ayudarse entre ellos. Un discurso cuyo peso no deja de aumentar a medida que avanzamos en la saga, a cambio de reducir el que, para mí, hubiese sido más interesante: la teorización sobre sociedades desarrolladas por especies no humanas. Y no es que no tengamos ejemplos de ello (a lo largo de los libros aparecen hasta cuatro civilizaciones, que se retoman de forma más o menos recurrente); pero, al igual que con las múltiples variantes de la Tierra, al resto de ejemplos que proponen apenas alcanzamos a atisbarlos de manera fugaz (y hay casos no solo originales, sino divertidos de verdad).

Mi pensamiento final para cerrar esta exposición es que La Tierra Larga será una lectura muy interesante para jóvenes a los que les guste la ciencia ficción, en especial por ese mensaje de "la Tierra es tal y como la conoces por muchas carambolas cósmicas, sobre las que nunca hemos tenido ningún control, y en lugar de estar poblada por primates evolucionados podría haber llegado a cualquier otro desarrollo distinto".

viernes, 6 de noviembre de 2020

The Boys, la admiración por los dioses con pies de barro

Con el estreno de la segunda temporada de The Boys, y la estupenda acogida con que ha sido recibida, se ha puesto de relevancia el ascenso de estas tramas que proponen un discurso más adulto y menos naïf en las narraciones de historias de superhéroes... fuera de lo que son los universos clásicos de héroes superhumanos, claro (DC, Marvel, Image...) Un éxito que, en mi opinión, se basa de forma principal en socavar la premisa canónica por la cual un superhéroe debe ser alguien cuya meta consista en hacer el bien, sin abusar jamás de las capacidades que le ponen por encima del común de los mortales. Premisa heredada desde el nacimiento de Superman, que en estas narraciones modernas se niega siguiendo la máxima de que "si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe por completo".


El concepto es interesante desde varios puntos de vista: tanto por su capacidad para humanizar unas criaturas a las que habitualmente se les dota de comportamientos angelicales (o, cuando menos, santurrones), como por los desafíos morales que plantea al lector aficionado al género. Al fin y al cabo, en los mundo alternativos que nos proponen esas historias Lex Luthor sería el héroe de la humanidad que descubrió la kriptonita para derrotar el imparable tirano Superman. Y es que, si lo miramos bien, lo verdaderamente inhumano y admirable de personajes como Wonder Woman, el Profesor Xavier, Thor, Flash, etc... es que resistan día tras día la tentación de usar esos poderes en su beneficio exclusivo. De comportarse como si los humanos fueran hormigas o ganado, y dejar que sus agentes de relaciones públicas se encarguen de evitar los escándalos. Y que, si en algún momento se desvían lo más mínimo de su inmaculado código moral, se levanten con aún mayor convencimiento en hacer el bien y proteger a la humanidad. El ejemplo más claro que se me ocurre, dentro de los universos canónicos, es el Kingdom come de DC, en el que ya se abordó (con algo menos de gore que en The Boys) el uso irresponsable de los poderes por aquellos que los poseían. Fuera de los mundos del cómic, pero con parecida intención de hacer meditar a su público, tenemos las últimas adaptaciones de El hombre invisible y cómo un poder "menor" ya es capaz de transformar a una persona normal en un monstruo; mientras que la novela Power nos situaría ante un panorama más aterrador, en el que el abuso del poder es la tónica... solo porque se puede.

Pensando sobre ello, creo que una de las grandes ilusiones que compartimos los lectores de cómics de superhéroes es la de tener los poderes de nuestro héroe favorito. Y estoy seguro de que más de uno ha tenido que repensar el uso que les iba a dar, porque fue consciente de pronto de estar sobrepasando esa línea moral que con tanta naturalidad respetan los héroes clásicos (salvo, tal vez, Batman); porque, después de todo, nosotros somos humanos y tenemos muchos defectos. Muchos. Y, de entre todos ellos, uno de los que más destaca es la tentación de jugar a ser Dios, que es justamente la razón por la que ese concepto suele aparecer de forma habitual en las narraciones que abordan de modo realista el tema del superhumano. Lo cual demuestra que, la idea del ser divino al que dominan sus pasiones, está tan vigente  hoy en día como cuando se declamó por primera vez el Juicio de Paris.  

página de Kingdom Come

Como ya he dicho al principio, Superman (como sabrán la mayoría de lectores de cómics, y los fans de Kill Bill) constituye el paradigma de ser superpoderoso que se atiene a un código moral intachable y, por tanto, es el personaje que debe aparecer en la cabeza de todo guionista cuando se decide crear una historia fuera de los parámetros utópicos que Marvel, DC, Image... estipulan para la bondad de sus protagonistas. Pero es que en The Boys tenemos una de las versiones más tenebrosas del kriptoniano en la figura de El Patriota (Homelander, en la versión original): un individuo sin rival conocido en el mundo, incapaz de aceptar un No por respuesta y que vive para ser adorado por los demás al nivel de un dios griego (en el amplio y caprichoso sentido de la palabra). El tipo de ser que empujaría a todo científico sensato a buscar una kriptonita con la que controlarlo.

La mera posibilidad de que una persona pueda imponer sus caprichos a cualquiera y a cualquier nación ya resulta aterrador. Sin embargo, The Boys también explora una vía que ya estaba presente en Watchmen: la asimilación de los superhombres con armas de destrucción masiva, y el interés por cualquier país en controlarlos para poder esgrimirlos en contra de potencias rivales. Y, aunque la serie prefiere insistir en el peligro de un Superman emocionalmente inestable y sin brújula moral, el hecho de que obedezca las instrucciones de quienes solo pretenden satisfacer sus deseos de enriquecerse plantea otra pregunta difícil de soslayar: ¿es más temible un tirano que no responde ante nadie, o un arma indestructible que sirve a los intereses de individuos amorales? ¿Qué clase de mundo en paz es aquel en el que realmente se está sometido a la voluntad de quien nos mataría si denunciamos la injusticia subyacente?


Ese concepto, el del héroe con tonos de gris (y cuanto más oscuro, mejor), es la baza inicial que atrae al lector/ espectador aficionado al género. Más que nada, porque es el tipo de personaje con el que uno puede ponerse de igual a igual y plantearse el desafío de "yo lo haría mejor". Pero el éxito de las sucesivas colecciones que han indagado en el tema (y la unanimidad con que se está aplaudiendo la adaptación a televisión de The Boys) se basa no solo en su planteamiento adulto, y nada optimista, de lo que podría ser un mundo en el que conviviéramos con semidioses, sino en la complicidad que busca con el lector de cómics veterano al ofrecerle versiones retorcidas de personajes que le son familiares (Los 7 de The Boys son una clara representación de La liga de la justicia).  Y aunque podría ser una maniobra que le restase frescura a esta clase de propuestas, yo lanzaría a los editores de DC y Marvel un desafío: que se añadiese al universo canónico una línea oficial que siguiera estos parámetros, como uno más de sus sellos paralelos. Y poder explorar así qué habría sido de sus personajes si no fueran capaces de evitar las tentaciones con tanta facilidad. ¿Serían los X-Men unos títeres sin voluntad al servicio de Charles Xavier? ¿Se habría repartido el gobierno del mundo La liga de la justicia? Un ejemplo de lo que podría ocurrir (bastante soft, si lo comparamos con la serie que motiva este artículo) se vio en el cómic Emperador Muerte de Marvel, y en el tomo Ruins de la misma editorial, mucho más descarnado pero tan fugaz en su duración que apenas rozó las posibilidades del género. Pero con espacio y tiempo para desarrollarse, quién sabe los horrores que deberíamos contemplar a manos de nuestros héroes favoritos.

Para terminar, amén de recomendaros la visión de la serie y la lectura de los tomos que he referenciado, no puedo dejar de añadir también una nota de interés personal: buscad la antología Supermalia (de la que hablé aquí), publicada por Transbordador, y echadle un ojo. Producto nacional sobre este tema tan interesante.