viernes, 6 de noviembre de 2020

The Boys, la admiración por los dioses con pies de barro

Con el estreno de la segunda temporada de The Boys, y la estupenda acogida con que ha sido recibida, se ha puesto de relevancia el ascenso de estas tramas que proponen un discurso más adulto y menos naïf en las narraciones de historias de superhéroes... fuera de lo que son los universos clásicos de héroes superhumanos, claro (DC, Marvel, Image...) Un éxito que, en mi opinión, se basa de forma principal en socavar la premisa canónica por la cual un superhéroe debe ser alguien cuya meta consista en hacer el bien, sin abusar jamás de las capacidades que le ponen por encima del común de los mortales. Premisa heredada desde el nacimiento de Superman, que en estas narraciones modernas se niega siguiendo la máxima de que "si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe por completo".


El concepto es interesante desde varios puntos de vista: tanto por su capacidad para humanizar unas criaturas a las que habitualmente se les dota de comportamientos angelicales (o, cuando menos, santurrones), como por los desafíos morales que plantea al lector aficionado al género. Al fin y al cabo, en los mundo alternativos que nos proponen esas historias Lex Luthor sería el héroe de la humanidad que descubrió la kriptonita para derrotar el imparable tirano Superman. Y es que, si lo miramos bien, lo verdaderamente inhumano y admirable de personajes como Wonder Woman, el Profesor Xavier, Thor, Flash, etc... es que resistan día tras día la tentación de usar esos poderes en su beneficio exclusivo. De comportarse como si los humanos fueran hormigas o ganado, y dejar que sus agentes de relaciones públicas se encarguen de evitar los escándalos. Y que, si en algún momento se desvían lo más mínimo de su inmaculado código moral, se levanten con aún mayor convencimiento en hacer el bien y proteger a la humanidad. El ejemplo más claro que se me ocurre, dentro de los universos canónicos, es el Kingdom come de DC, en el que ya se abordó (con algo menos de gore que en The Boys) el uso irresponsable de los poderes por aquellos que los poseían. Fuera de los mundos del cómic, pero con parecida intención de hacer meditar a su público, tenemos las últimas adaptaciones de El hombre invisible y cómo un poder "menor" ya es capaz de transformar a una persona normal en un monstruo; mientras que la novela Power nos situaría ante un panorama más aterrador, en el que el abuso del poder es la tónica... solo porque se puede.

Pensando sobre ello, creo que una de las grandes ilusiones que compartimos los lectores de cómics de superhéroes es la de tener los poderes de nuestro héroe favorito. Y estoy seguro de que más de uno ha tenido que repensar el uso que les iba a dar, porque fue consciente de pronto de estar sobrepasando esa línea moral que con tanta naturalidad respetan los héroes clásicos (salvo, tal vez, Batman); porque, después de todo, nosotros somos humanos y tenemos muchos defectos. Muchos. Y, de entre todos ellos, uno de los que más destaca es la tentación de jugar a ser Dios, que es justamente la razón por la que ese concepto suele aparecer de forma habitual en las narraciones que abordan de modo realista el tema del superhumano. Lo cual demuestra que, la idea del ser divino al que dominan sus pasiones, está tan vigente  hoy en día como cuando se declamó por primera vez el Juicio de Paris.  

página de Kingdom Come

Como ya he dicho al principio, Superman (como sabrán la mayoría de lectores de cómics, y los fans de Kill Bill) constituye el paradigma de ser superpoderoso que se atiene a un código moral intachable y, por tanto, es el personaje que debe aparecer en la cabeza de todo guionista cuando se decide crear una historia fuera de los parámetros utópicos que Marvel, DC, Image... estipulan para la bondad de sus protagonistas. Pero es que en The Boys tenemos una de las versiones más tenebrosas del kriptoniano en la figura de El Patriota (Homelander, en la versión original): un individuo sin rival conocido en el mundo, incapaz de aceptar un No por respuesta y que vive para ser adorado por los demás al nivel de un dios griego (en el amplio y caprichoso sentido de la palabra). El tipo de ser que empujaría a todo científico sensato a buscar una kriptonita con la que controlarlo.

La mera posibilidad de que una persona pueda imponer sus caprichos a cualquiera y a cualquier nación ya resulta aterrador. Sin embargo, The Boys también explora una vía que ya estaba presente en Watchmen: la asimilación de los superhombres con armas de destrucción masiva, y el interés por cualquier país en controlarlos para poder esgrimirlos en contra de potencias rivales. Y, aunque la serie prefiere insistir en el peligro de un Superman emocionalmente inestable y sin brújula moral, el hecho de que obedezca las instrucciones de quienes solo pretenden satisfacer sus deseos de enriquecerse plantea otra pregunta difícil de soslayar: ¿es más temible un tirano que no responde ante nadie, o un arma indestructible que sirve a los intereses de individuos amorales? ¿Qué clase de mundo en paz es aquel en el que realmente se está sometido a la voluntad de quien nos mataría si denunciamos la injusticia subyacente?


Ese concepto, el del héroe con tonos de gris (y cuanto más oscuro, mejor), es la baza inicial que atrae al lector/ espectador aficionado al género. Más que nada, porque es el tipo de personaje con el que uno puede ponerse de igual a igual y plantearse el desafío de "yo lo haría mejor". Pero el éxito de las sucesivas colecciones que han indagado en el tema (y la unanimidad con que se está aplaudiendo la adaptación a televisión de The Boys) se basa no solo en su planteamiento adulto, y nada optimista, de lo que podría ser un mundo en el que conviviéramos con semidioses, sino en la complicidad que busca con el lector de cómics veterano al ofrecerle versiones retorcidas de personajes que le son familiares (Los 7 de The Boys son una clara representación de La liga de la justicia).  Y aunque podría ser una maniobra que le restase frescura a esta clase de propuestas, yo lanzaría a los editores de DC y Marvel un desafío: que se añadiese al universo canónico una línea oficial que siguiera estos parámetros, como uno más de sus sellos paralelos. Y poder explorar así qué habría sido de sus personajes si no fueran capaces de evitar las tentaciones con tanta facilidad. ¿Serían los X-Men unos títeres sin voluntad al servicio de Charles Xavier? ¿Se habría repartido el gobierno del mundo La liga de la justicia? Un ejemplo de lo que podría ocurrir (bastante soft, si lo comparamos con la serie que motiva este artículo) se vio en el cómic Emperador Muerte de Marvel, y en el tomo Ruins de la misma editorial, mucho más descarnado pero tan fugaz en su duración que apenas rozó las posibilidades del género. Pero con espacio y tiempo para desarrollarse, quién sabe los horrores que deberíamos contemplar a manos de nuestros héroes favoritos.

Para terminar, amén de recomendaros la visión de la serie y la lectura de los tomos que he referenciado, no puedo dejar de añadir también una nota de interés personal: buscad la antología Supermalia (de la que hablé aquí), publicada por Transbordador, y echadle un ojo. Producto nacional sobre este tema tan interesante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario