jueves, 25 de julio de 2019

Mitos que se tambalean: Orson Scott Card

Si habéis sido de los afortunados que acudisteis al último Festival Celsius, estáis al tanto de lo que se comenta en el universo fandom y/o seguís en redes sociales a autores del mundillo, es más que probable que tengáis conocimiento de la reciente polémica que ha suscitado el anuncio, por parte de la organización del festival, de su invitación a Orson Scott Card para formar parte del plantel de autores del año que viene. Tal hecho, que en primera instancia parece que debería ser motivo de regocijo para quienes tuvieran previsto acudir a Avilés en 2020, ha caído como una bomba entre un amplio sector de autores y lectores (entre los cuales me incluyo).

La razón para esta inesperada incongruencia proviene de un aspecto ajeno a la creación literaria (aunque quizás no, según me han dado a entender las declaraciones de algunas personas): las convicciones religiosas de Card. Yo, como muchos otros lectores, apenas tengo referencias sobre la vida personal de la mayoría de autores que he leído, y pocas veces indago en ella; de hecho, desconocía que Card era mormón hasta que el tema surgió durante el debate que hicimos en mi club de lectura al respecto de El juego de Ender. Un detalle que en aquel momento no me pareció más que pintoresco, pues no había percibido ningún intento de pontificar en las obras que conocía de él (los dos primeros libros de la saga de Ender). Sin embargo, el anuncio de su posible presencia en el Celsius 2020 ha desvelado algo totalmente desconocido para mí (y sospecho que para un@s cuant@s despistad@s más): la activa militancia de Orson Scott Card en contra de la homosexualidad.


Mentiría si dijera que, en primera instancia, no consideré que podía tratarse de una reacción exagerada contra los ideales religiosos que pudiera haber vertido en alguna de sus obras. Teoría que debí desechar de inmediato en cuanto empecé a consultar información al respecto en internet. Así es como he descubierto, con seis años de retraso, una serie de artículos muy reveladores publicados en la época del estreno en cines de El juego de Ender, y que me habían pasado inadvertidos por completo. De ellos, éste sirve como botón de muestra de los problemas que ya entonces estaba teniendo con la opinión pública y el sector homosexual. Pero, para aquellos que se defiendan en inglés, os dejo también el enlace al artículo que escribió en 1990 en contra de la derogación de una ley "sobre la constitucionalidad de la sodomía en el ámbito privado" (estoy traduciendo de forma libre), en el cual carga contra los homosexuales (en especial contra los que se declaran mormones), y se defiende de las acusaciones de homófobo apoyado en las críticas de quien le acusó de ser pro-gay por usar personajes homosexuales en El maestro cantor y Las naves de la tierra (a pesar de que, literalmente, en el artículo advierte de que cualquier adulto debería de renunciar a los apetitos sexuales "contra natura", y mostrarse en contra de cualquier equiparación legal de las parejas homosexuales con su contrapartida tradicional, o la posibilidad de enseñar a los niños que la homosexualidad es una opción aceptable y normal en la vida).

Por supuesto, a la luz de estas declaraciones comprendo el malestar de la nutrida comunidad LGTBI (tanto autores como lectores de género) que visita el festival. En un momento en que la creación literaria ha empezado a dar pasos para escapar a la corriente patriarcal que la ha dominado desde el inicio de los tiempos, otorgando mayor visibilidad y relevancia tanto a personajes femeninos como a las diversas identidades sexuales posibles, no parece muy acertado llevar a ese foro a alguien que podría utilizar su estrado para reivindicar esas posturas retrógradas (Rodolfo Martinez ha comentado ayer su experiencia con Card en la Hispacon 1997, cuando una brillante charla sobre la concepción de la realidad del mundo acabó derivando en un discurso a favor del Creacionismo, mientras que otros autores han recordado que algunas de sus obras están próximas a considerarse apología de la ultraderecha). Y, teniendo en cuenta que éste mismo año ya se lanzó una pulla desde el público, reclamando mayor protagonismo a los personajes no heteronormativos, en una mesa tan poco sospechosa de continuísmo patriarcal como la compuesta por Kameron Hurley, John Scalzi, Anna Starobinets, Brandon Sanderson y demás... no sé hasta qué punto se estaría jugando con fuego al poner a Card ante los micros del auditorio de Avilés.

A título personal, y retomando el título del artículo, estos descubrimientos han hecho tambalearse a uno de mis mitos literarios. No tanto por su producción en general, como por la obra que (creo) le había hecho ganarse más adeptos: El juego de Ender. No sé si comparto experiencia con muchos admiradores de ese libro, pero yo lo leí en la adolescencia y no pude sentirme más identificado con el protagonista. Mi lista de amigos en aquella época podía contarse con los dedos de una mano, era demasiado listo, no compartía ninguna afición con mis compañeros de clase (salvo quizás, la lectura de cómics y alguna serie de televisión) y en el colegio había sufrido continuas "bromas" (hoy quizás ubicables en la frontera del bullying) por parte de algunos de mis compañeros de curso. Empatizar con Ender, en ese contexto, fue muy fácil y supongo que, para la mayoría de lectores que lo descubrieron a esa edad, el efecto debió de ser similar. Era un ejemplo de resiliencia para todos los que se sintieran menospreciados e incomprendidos, enfrentados a un mundo cuyas reglas, desde la perspectiva de un quinceañero, son injustas y arbitrarias. En mi caso, estoy bastante seguro de de que me sirvió para entenderme mejor que cualquier libro de autoayuda. Y por eso me resulta especialmente difícil renegar de él, aunque no veo ninguna forma de reconciliar lo que sé ahora con lo que pensaba en el pasado. 

La conclusión final a todo esto puede ser que, sin proponérselo, Orson Scott Card se ha convertido en el enemigo insector para una generación de autores y lectores, dispuestos a llegar al final del juego para ganar la guerra por reivindicar sus propias identidades.


P.D: Mis sinceras disculpas si he usado el término "identidad sexual" de forma incorrecta en algún momento del artículo.

martes, 23 de julio de 2019

Nuevos Horizontes

Como los calores veraniegos me tienen las neuronas al baño maría, y no soy capaz de hilvanar un artículo más sesudo sin poner en peligro que se me derrita el cerebro, voy a aprovechar para comentar mi experiencia con un medio en el que apenas sí me había prodigado hasta ahora y al cual he empezado a cogerle el tranquillo: el Podcast.


El problema con las entrevistas en vivo es que, a pesar de que las disfrutaba mucho, siempre temía el momento en que aparecería esa pregunta que pusiera a prueba mi talento discursivo. En parte, por la tendencia a dispersarme cada vez que que empiezo a explicar cualquier cosa (lo cual ocurre de manera directamente proporcional al tiempo que me extienda hablando); y por otro lado me preocupaba no resultar tan brillante como otros tertulianos. Al escuchar algunos programas y a sus invitados, cuya erudición me hacía pensar que les capacitaría para participar en Saber y Ganar sin problemas, me daba la impresión de que yo podía aportar muy poco en comparación.

Esos complejos se debilitaron a raíz de las charlas que realicé sobre cómo escribir historias de aventuras, y podría decir que se desvanecieron casi por completo tras grabar mi última colaboración para Milanosfera, en la que charlamos sobre recursos literarios que podrían aprovecharse a la hora de escribir aventuras o campañas para juegos de rol. Al repasar los audios de esas charlas me dí cuenta de que, si bien mi discurso no era tan sesudo como a veces quisiera, lo que contaba sí resultaba entretenido. Y que para un cierto número de personas podría ser ilustrativo.

Eso fue lo que me hizo meditar la posibilidad de volverme más activo en este medio; y, tras dejar para algún momento del futuro el plan de montar mi propio podcast, se me ocurrió la idea de colaborar en el programa de una amiga: El podcast surge de la tumba. Y ahí fui con una propuesta de sección, dedicada a fomentar la hibridación de géneros a la vez que hablo de novelas que, sin estar de forma estricta en la categoría del terror, hicieron uso de herramientas del género para lograr provocar algún que otro escalofrío al lector.


Mi primera participación fue dos semanas atrás, e inauguré la sección con todo un clásico de la literatura de género: La guerra de los mundos, en cuyas páginas se ocultan no solo múltiples conceptos propios del terror, si no que dio forma a varios de los elementos comunes para las historias de invasiones extraterrestres. Y la semana pasada hice mi segunda aparición, recuperando un thriller de aventuras y terror muy difícil de encontrar: El descenso.

Esto no significa que vaya a abandonar el blog, porque aún hay un montón de artículos que quisiera escribir y compartir con vosotros. No solo acabar con la lista de relatos que me influenciaron como escritor, si no las reseñas de los libros que voy leyendo y los consejos que puedo ir dando desde mi experiencia en el mundo editorial. Así que seguid atentos, y disfrutad de lo que os cuento.


lunes, 8 de julio de 2019

"Bajos Fondos", de Daniel Polansky

Una de las razones principales por las que me gusta ir a la Hispacon y demás convenciones es la posibilidad de aprender sobre obras y autores que me son desconocidos. Eso me da la opción de indagar y enriquecer mis referencias literarias. Que es lo que esperaba que ocurriera con la novela de Daniel Polansky, después de saber de la existencia de esta "novela negra en un mundo de fantasía" por una charla sobre la hibridación de géneros en la última Hispacon.

La propuesta de Bajos fondos, a priori, resultaba muy interesante: una combinación de novela de detectives hard-boiled y una ambientación de fantasía, aunando los arquetipos de ambos géneros para crear un mundo fantástico "sucio", habitado por personajes menos luminosos y motivados para hacer el bien de lo que suele ser habitual. Se postulaba incluso como una alternativa a Abercrombie, toda vez que ya he acabado con las lecturas de la Primera Ley. Sin embargo, como se puede deducir de mi párrafo anterior, el resultado final no acabó de cumplir con esas expectativas.


La sinópsis de la novela es la siguiente: el Guardian, un antiguo detective convertido en traficante de drogas, se ve envuelto en la investigación de una serie de asesinatos de niños en los suburbios de Rigus, la ciudad donde vive y se dedica a realizar sus oscuros negocios. Un ejemplo claro de antihéroe cargado de vicios y malas costumbres pero que, en el fondo, tiene buen corazón. De hecho, aunque su involucración se vea forzada por presiones externas, el terror detrás de las horribles muertes ha despertado en él un recuerdo escalofriante de su pasado. De modo que le acompañaremos en sus vagabundeos entre fumaderos, tabernas de mala reputación, prostíbulos y el cuartel general de la policía, amén de los domicilios de otros personajes de mayor alcurnia, mientras hace uso de su no del todo oxidado olfato detectivesco. Repasando de tanto en tanto su infancia como huérfano callejero durante una grave epidemia de peste, su experiencia bélica como soldado en un conflicto que recuerda a la Primera Guerra Mundial, y el paso por el cuerpo de detectives, así como la estrecha amistad que le une al mago más respetado de la ciudad, el Crane, y su futura sucesora.

Sin embargo, la combinación de géneros prometida en la cubierta no tarda en demostrarse un tanto endeble. Da la impresión de que Bajos fondos es una novela negra a la que, en algún momento, se le ha añadido una ligera capa de fantasía. Siguiendo la tradición de la fantasía sin razas mágicas, tan solo tenemos humanos de diferentes etnias; las drogas que aparecen son los opiáceos típicos de principios del siglo XX, renombrados con adjetivos sugerentes; y los magos, que son parte importante en la trama, tienen unas atribuciones y capacidades muy difusas en base a lo que Polansky quiera: o bien son unos Sarumanes bondadosos, o un ex-alumno de Hogwarts alcoholizado. De hecho, la aparición de elementos sobrenaturales es tan puntual que uno puede olvidarse de que está en un mundo de fantasía, sumergido en la ficción decimonónica general. 

Todos esos defectos son el resultado directo de un problema básico: se trata de un ejemplo claro de novela primeriza. Demasiados tópicos y estereotipos sin apenas nada sorprendente en el conjunto, salvo el planteamiento de esa hibridación de géneros. Todo lo cual la convierte en una curiosidad. Un experimento que, a mi parecer, le quedó grande al autor, pero puede dar pie a otros para recoger ese concepto y elaborar obras más redondas. Una lectura entretenida, sin más, y un autor que quizás en sus obras posteriores haya logrado acercarse un poco más a Abercrombie. Mientras tanto, como ejemplos de hibridación mucho más conseguidas, recomiendo Tierras rojas, Aleación de ley o Sombras de identidad.