lunes, 21 de diciembre de 2020

Quince años no es nada

Recupero hoy una entrada (actualizada) que escribí para el blog dedicado a El secreto de los dioses olvidados, pensando en poner en antecedentes a quienes llegan de nuevas y quieren saber algo más sobre mí después de leer Monozuki. Así pues, voy a intentar repasar qué me hizo soñar con escribir libros, y cómo he ido evolucionando hasta llegar aquí.

Como ya he contado alguna vez, descubrí el placer por la literatura con La vuelta al mundo en 80 días y 20000 leguas de viaje submarino, los cuales me convirtieron en un lector empedernido del género de aventuras y que, a fecha de hoy, sigo disfrutando con enorme placer. Aunque debería decir que esos libros despertaron en mi también un apetito voraz por la lectura: desde los 8 años, y hasta acabar la EGB mi rutina diaria consistía en volver a casa, dejar la mochila y meterme en la biblioteca hasta que cerraban. Fue el tiempo de descubrir a Los Hollister, Los tres investigadores, El pequeño Nicolás, Los cinco, Tocon… además de Asterix, Tintín, Blueberry, Valerian y demás. Recuerdo llegar a estar enfermo y, no teniendo otra cosa, leerme la colección de Celia de mi hermana.

De ésta época es mi primer “ramalazo literario”, consistente en presentarme a un concurso en el colegio. Si no recuerdo mal, combiné un montón de ideas sacadas de libros o cómics que había leído en aquel momento, y las mezclé como mejor me dio a entender la imaginación. El problema fue que al jurado (de padres de alumnos) el lenguaje les pareció demasiado adulto para un niño de mi edad, y supusieron que debía de haber plagiado el cuento. Ésto último no lo supe hasta mucho más tarde, pero que el hijo de uno de los componentes del jurado me acusara de haber copiado me afectó hasta el punto de hacer que no volviera a presentarme a ningún concurso hasta la universidad. Supongo que, en cierto modo, me convenció de que no era capaz de crear algo original.

Aquí, un orgulloso autor con su primera criatura literaria. 

El siguiente cambio ocurrió durante la adolescencia y la pubertad, ya que me centré en la lectura y el diseño de cómics de superhéroes (en especial el universo mutante de Marvel) motivado por mi otra gran afición, el dibujo. Llené cuaderno tras cuaderno con argumentos para aventuras de superhéroes que yo creaba y dibujaba, aunque no dejé de escribir. La primera novela debí de acabarla el último año de EGB: un centenar de páginas mecanografiadas a mano, para lo cual usé fotocopias recicladas. Estaba escrita, además, sobre la marcha. Por lo tanto, el argumento varió a medida que iba modificándolo en mi cabeza día a día, y contaba con dos personajes de mis cómics favoritos como “invitados especiales”. Esos datos deben bastar para que os hagáis una idea de la calidad general y el aspecto del manuscrito (que guardo junto al resto de obras que he escrito, por supuesto).

En el instituto, las buenas calificaciones que obtuve por un relato breve y varias redacciones libres me devolvieron la confianza en que aquello podía hacerlo bien, aunque es cierto que esos años torturé varias máquinas de escribir con más ilusión que otra cosa. Para entonces ya había pasado a la Biblioteca de Adultos y, junto con Asimov, había descubierto a King, Farmer, Weiss y Hickman, y otros autores que me irían dejando huella hasta que llegué a mi etapa universitaria, que fue de las más creativas. Logré publicar un relato de “terror Lovecraftiano” en el certamen de El Fungible de 1.997, hice de articulista para varios fanzines (siempre alrededor del mundo del cómic) y acabé otra novela. Ésta vez, una parodia de la fantasía épica con tintes a lo Pratchett. Sin embargo, mi principal actividad literaria fue la escritura de aventuras para juegos de rol. Y podría decirse que así aprendí unos cuantos de los conceptos para acometer después la escritura de novelas, puesto que me obligó a estructurar la narración, a planear los giros argumentales y a documentarme (me gustaba usar localizaciones reales). Aún así, acumulé cientos de páginas con historias que aspiraban a ser grandes novelas pero, llegadas a cierto punto, se morían por falta de ideas. Aunque también aumentó la cantidad de cuentos cortos, que fui guardando por no saber cómo (o no atreverme) a llevarlos a concurso.

En esa dinámica avanzó el tiempo hasta sufrir de cierta sequía, rota al llegar el año 2.006. Descubrí entonces la primera novela publicada por un antiguo compañero del instituto y, espoleado por su éxito, decidí que era hora de probar fortuna con alguna de mis creaciones. Solo que, esta vez, decidí seguir un camino más profesional. Nada de mandar el manuscrito con la tinta de la impresora fresca. Convencí a amigos para leer la obra y saber qué debía mejorar. Acepté la necesidad de rescribir hasta que todo encajara y fluyera con suavidad. Una serie de detalles que, al ignorarlos en el pasado, me habían impedido también progresar. Y así fue como El secreto de los dioses olvidados acabó convirtiéndose en una realidad en 2009, y el sueño de imitar a Verne o Salgari comenzó a ser algo posible.

En los quince años que han transcurrido desde entonces, he dejado apartado el sueño de dibujar cómics (aunque conservo el de ser guionista de alguno en el futuro), si bien la narración visual ha pasado a formar parte de mi manera personal de escribir. Unirme al foro Ábrete libro! me ayudó a conocer a otros aspirantes a escritor, me animó a multiplicar mis presencias en concursos de relato (lo cual ha servido para aparecer en una veintena de recopilatorios) y, de paso, me condujo a mi primera aparición en las antologías de Ácronos, donde conocí y me di a conocer a la comunidad Steampunk, en la que he creado muy buenas amistades. Incluso me ha brindado la oportunidad de participar en charlas para compartir mi experiencia y los conocimientos que he ido adquiriendo, con aquellos que aún aspiran a poder publicar las historias que les rondan por la cabeza.

Aquí, un autor algo más curtido, con su última obra.

El campo de la novela, por otro lado, se me ha resistido mucho más. Aunque he desarrollado un par de historias que, espero, algún día puedan ser disfrutadas por un buen número de lectores, no logré agradar a ningún editor hasta que Carmot Press (ahora Cicely editorial) apostó por las aventuras de Monozuki. Un éxito que me demostró la imposibilidad de saber cuándo tienes entre manos un manuscrito con posibilidades. Y, en ese empeño por seguir subiendo peldaños en el mundo literario, también he acudido al Hotel Kafka y al Ateneu de Barcelona para que me ayudaran a pulir las muchas aristas de mi escritura, de modo que ahora mismo confío en que el año 2021 sea el de volver con fuerza, gracias a la secuela de Monozuki y una colección de relatos... todo ello animado por la misma ilusión que impregnó aquella novelita escrita a golpe de teclas cuando no tenía más de quince años: contar una historia que haga disfrutar a quien la lea.


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