miércoles, 5 de junio de 2019

Mi colección de cuentos favoritos (VII)

Siempre que surge el tema, suelo decir cuánto me habría gustado vivir durante la Edad Dorada de la Ciencia-Ficción (Guerra Fría aparte, por supuesto). En primer lugar por la posibilidad de llegar a conocer a alguno de mis autores favoritos y, después, por lo increíble que resultaría compartir espacio con ellos en alguna de las múltiples revistas literarias que florecieron durante esos años. Soy de los que opinan que aquella forma de desarrollar el oficio de escritor, comenzando por escribir relatos y saltando a la novela cuando ya se había asimilado la técnica de la narración breve (haciéndose con una reputación por el camino), es el mejor sistema de aprendizaje posible. Un método que, además, produjo a una generación de escritores que se desenvolvían (en la mayoría de los casos) con la misma facilidad al escribir novelas o relatos. Y precisamente uno de esos ejemplos es el autor de la obra que quiero comentar hoy.


Hijo de sangre, de Richard Matheson.
A Matheson  lo descubrí por medio de Soy Leyenda, su fabulosa vuelta de tuerca al mito del vampiro, con la cual se ganó mi eterna admiración. Y bastantes años después me reafirmó su maestría con los relatos contenidos en la antología Pesadilla a 20000 pies, de la cual formaba parte precisamente Hijo de sangre.

La trama del argumento está centrada por completo en torno a Jules, un muchacho obsesionado por la figura del vampiro hasta el punto de querer convertirse en el mismo Drácula. Este trastorno se nos narra a medida que repasamos la corta vida de su protagonista, y en el poder que la idea de la muerte ejerce sobre él desde su más corta infancia. Lo cual hace que, en cuanto entra en contacto con la figura del vampirismo, le seduzca de forma inmediata, obnubilándole por completo. 
"Un sábado, cuando tenía doce años, Jules fue al cine. Vio Drácula.
Cuando se acabó, salió caminando, convertido en un manojo de nervios tembloroso, a través de las filas de chicos y chicas."
Un factor relevante en el relato, aparte de la juventud del protagonista, es que Matheson califica a Jules de idiota (en el sentido de tener pocas entendederas) en sus primeros párrafos, y nos lo demuestra con varias acciones que reafirman la sensación de estar ante un crío no muy lúcido al que le fascina la posibilidad de poder imitar las acciones que ha leído en Drácula. Haciendo gala de una irresponsabilidad difícil de igualar en cada una de sus iniciativas para transformarse en un vampiro. 


El relato es bastante breve, y Matheson no se explaya en detalles truculentos más de lo necesario, pero eso basta para poner en tensión al lector ante la escalada en la vampirización de Jules y su afán por reproducir las hazañas más escabrosas de su ídolo literario. El terror no procede aquí de fuerzas inaprensibles o seres ominosos, sino del temor por cuál será la siguiente idea que se le pasará por la cabeza a Jules y cuáles serán las consecuencias de que la lleve a cabo. ¿Quién va a pagar el precio de esa fijación insana? ¿Otro vecino? ¿Sus padres? ¿Algún desconocido? La locura humana, o la simple incapacidad para escapar de esa obsesión, crean un terror muy poderoso porque es mucho más real o tangible que las fantasías escondidas en viejas maldiciones. Un tipo de historia que desarrolló también en Legión de conspiradores o El distribuidor

No quiero estropear la lectura del relato desvelando el final, pero baste decir que su mayor virtud radica en lanzarnos por un tobogán de nervios del que creemos estar bastante seguros de cómo va a terminar, solo para ejecutar una magistral pirueta final que nos deja cabeza abajo en las últimas páginas y cambiar por completo las reglas del juego. Esa capacidad para provocarnos un último escalofrío de misericordia al despedirnos de Jules es la explicación de que, entre todos los relatos de Matheson, este me resulte más interesante. Así que no lo penséis más. Haceros con un ejemplar de la antología y descubrir cuál es vuestro relato favorito...


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