No hace mucho, una aspirante a escritora preguntó, en un grupo de Facebook que frecuento, qué estudios universitarios serían más recomendables para escribir bien. Más en concreto, si era preferible cursar estudios de Letras o de Ciencias si se pretendía seguir una carrera literaria. Tan inocente cuestión acabó derivando bien pronto, como suele suceder, hacia duelos concretos respecto a puntualizaciones hechas por quienes habían intentado dar respuesta a esa pregunta.
De entre esos debates, los más destacables fueron: los que defendían los estudios universitarios de Letras en general, contra un estereotipo de estudiante de Ciencias, incapaz de redactar sin cometer las más horrísonas faltas de ortografía. Y un bando más selectivo aún, que tomaba como ejemplo la universidad anglosajona, en la cual (yo desconocía este dato, y lo expreso en la confianza de que no fuimos engañados) aquellos con aspiraciones literarias cursan estudios de Filología.
(Rays in the fog. Fotografía de Joshua-Cramer)
Personalmente, oponer carreras científicas y humanitarias como si unas fueran mejores "canteras de literatos" que otras, no tiene sentido. Desde mi perspectiva de aficionado que se crió con la ciencia ficción, sólo hay que revisar la nómina de autores de la Edad de Oro para comprobar que estudiar matemáticas, física, ingenierías, etc... no les impidieron alcanzar una cierta excelencia literaria (y no digo "cierta", dejando en el aire su valor cualitativo, si no como una certeza de que la excelencia está implícita en sus obras). Asimov, Arthur C. Clarke, Jack Vance... crearon los cimientos del género a base de escribir; y, dejando aparte gustos personales sobre que su prosa sea mejor o peor que la de Fitzgerald, Faulkner, Hemingway u otros, no por ello dejaron de hacer buena literatura. Escribir día a día afina el uso de los recursos literarios, engrasa las neuronas y suelta la lengua para que las palabras fluyan mejor cuando nos sentamos frente al papel en blanco.
Por supuesto, y antes de que las turbas comiencen a preparar palos y antorchas para salir a lincharme, no me paro en la rutina de escribir. Ya defendí, tiempo atrás, que los conocimientos gramaticales y ortográficos son indispensables para hacer arte con nuestras palabras; y, a partir de ahí, podríamos enredarnos en disquisiciones eternas respecto a la preponderancia del talento sobre la constancia, o de los narradores experimentales sobre los narradores "a secas", dentro de un debate que nunca he visto terminar con un ganador claro. Cada postura tiene su parte de razón, y no hay más que decir.
Todo esto viene a colación de que me apetecía hacer una pequeña disgresión sobre esa máxima del "a escribir se aprende escribiendo". Especialmente, porque éste está siendo un año en el que he recuperado (de momento) la constancia de redactar algo cada día, o cada pocos días. Y al final acabas notando esa diferencia en el fluir de ideas. En mi caso, con varios frentes novelescos abiertos, y los relatos distrayéndome de vez en cuando, el 2014 apunta a que puede ser el año en que anuncie la culminación de varias obras... por la sencilla razón de que llevaban todo este tiempo a medio escribir.
Como ya he dicho, la rutina diaria se nota. Durante el año pasado, mucho del texto que escribí se limitó a relatos porque era incapaz de recuperar el tono de ninguna de las novelas, o de "caminar junto a los personajes" cuando escribía (no se me ocurre una forma mejor de describirlo). Sin embargo, hace poco me sorprendí a mi mismo al replantearme una escena porque sentía que la historia (y el personaje) debían reaccionar de otro modo. Ese "dejarse llevar por la narración", que se suele referir muchas veces, sólo me ha ocurrido a mí cuando realmente tengo a los personajes pululando por mi cabeza y siento que conozco su forma de ser. Y esto, así lo pienso yo, no es si no el efecto de escribir a menudo.
(Afterlives. Fotografía de Lissy Elle)
Porque, como digo, al escribir una historia larga necesitas no sólo poder ver el decorado y los actores. También debes tener claras sus personalidades. Lo ideal es que los sientas como a viejos amigos de los que conoces sus tics, sus aficiones y su forma de ser día a día. Y si no puedes escribir más que de cuando en cuando, es más complicado recuperar el espíritu de la narración o que tus personajes sean coherentes con sus conductas. Lo cual (también es mi opinión) te afea el resultado.
Por supuesto, puede que haya quien me diga que a él o ella no le afecta eso, y que no necesita escribir todos los días, pero aquí me permitiréis que recurra al socorrido dicho de que "Cada maestrillo tiene su librillo". En mi caso, lo reconozco, muchos de mis problemas para hacer avanzar una novela tienen que ver con que deba replantearme el comportamiento de algún personaje. O la lógica de un suceso de la trama dentro del universo que he creado. Y, mientras que la solución acude fácilmente cuando se trata de un texto elaborado día a día, resolverlo adquiere las cualidades de un nudo gordiano si la rutina se afloja.
Y hasta aquí mi briconsejo de hoy. Así que ya saben: encuentren un momento a diario y dedíquenlo a redactar.
Pues sí, escribir se aprende escribiendo... y leyendo.
ResponderEliminarSiempre me ha llamado la atención por otro lado la cantidad de ingenieros informáticos, industriales, telecos, físicos... que escriben ciencia ficción en concreto. Supongo que quizá tengamos más tendencia a la especulación científica, aunque también te digo que a veces hecho en falta la preparación técnica que al fin y al cabo nosotros podemos alcanzar por intuición, o asimilando nuestras lecturas.
Saludos.
Gracias por tu comentario, Pedro. Y ya que te has pasado por aquí, aprovecha para asomarte al artículo anterior y apúntate al sorteo... ;)
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