En el 41º milenio, la humanidad se ha expandido a lo largo de incontables planetas por todo el universo. Sin embargo su antigua gloria yace ahora moribunda bajo un régimen ultraortodoxo, en el cual el conocimiento científico que le llevó a conquistar las estrellas casi se ha extinguido. Y, por si esto no fuera bastante, el Imperio de Terra debe sobrevivir a la continua amenaza de múltiples razas alienígenas empeñadas en exterminarlo. Una situación trágica, provocada miles de años atrás por la traición de quienes habían jurado protegerlo; una hecatombe recordada como la Herejía de Horus, de la que apenas sí se sabe nada salvo por escasos relatos inconexos. Historias que hablan de cómo el favorito del emperador se alió con los oscuros poderes del Caos para destruir lo que había ayudado a crear.
Unos hechos que, con la lectura de Falsos Dioses, se revelan muy distintos a esa "verdad".
Al igual que ocurre con los demás libros ambientados en el universo de Warhammer 40000, es obligatorio advertir a los neófitos que Falsos Dioses está enfocado a profundizar en el trasfondo del famoso wargame futurista. Segundo volumen de una trilogía, Graham McNeill toma aquí el relevo de Dan Abnett para continuar describiendo cómo se gestó la horrible guerra fratricida que los aficionados conocen como la Herejía de Horus. Tras los eventos narrados en Horus Señor de la Guerra, Falsos Dioses nos convierte en sorprendidos testigos de la perversión que empieza a germinar en la legión de los Lobos Lunares (ahora renombrados como Hijos de Horus) y en su líder, Horus Lupercal. Un proceso sorprendente, porque la "conversión" de Horus resulta estar motivada por la influencia de miembros de otras legiones de Astartes. Algo que choca de manera frontal con el "saber popular" de los aficionados, para quienes los Hijos de Horus eran el paradigma de la traición: un caso "de manual" de ángeles caídos, en el que Horus representaba el papel de un Lucifer futurista.
A lo largo del libro, en cambio, se comprueba que Horus no es tan grandioso como siempre se había hecho creer. Muy al contrario, su arrolladora personalidad se resiente más y más al no tener al Emperador a su lado, y la tensión inherente a la enorme responsabilidad de su cargo erosiona día tras día la confianza del primarca. Un proceso paulatino en el que el favorito del Emperador acaba por mostrar signos del síndrome del "príncipe destronado": la ausencia de su protector deja de servirle de acicate para demostrar su valía, y empieza a considerar que el Emperador no está con él porque ha dejado de tenerle aprecio.
En estas circunstancias surge un hecho impensable dentro del Imperio: Davin, uno de los mundos conquistado por Horus y los Lobos Lunares, se declara en rebeldía. De hecho su gobernador ha renegado públicamente del Emperador, lo cual es un acto de traición y desprecio hacia él y el propio Horus. Una noticia que desatará la furia del primarca (gracias a la intervención de cierto asesor que comienza a mostrar intenciones aviesas), desencadenando una serie de eventos capitales para el destino de Horus.
Esta entrega sigue ahondando sobre dos aspectos que ya aparecían en el inicio de la trilogía (y que sirven para ambientar esta época de una forma muy distinta a como ocurre con los libros situados en el "presente"): la sorpresa de que existan unos poderes sobrenaturales capaces de afectar al mundo real, y la hostilidad entre soldados y rememoradores por la brutalidad de la guerra.
Respecto a lo sobrenatural, lo que en la primera novela sólo era un mero evento difícil de explicar para los racionalistas miembros del Imperio, en Falsos Dioses se convierte en una amenaza tangible: por primera vez, los Hijos de Horus y sus aliados se enfrentan a un enemigo antinatural. De hecho, a todo un ejército de seres monstruosos que ejemplifican la forma de combatir del Caos: tácticas de terror y tropas con características inhumanas. Aparte, en este volumen se introduce un aspecto del universo Warhammer 40000 al que sus aficionados están más habituados: los cultos secretos. Con la curiosidad de que, por el trasfondo del momento, conviven en la clandestinidad dos grupos diametralmente opuestos: el culto al Emperador y los adoradores del Caos. Estos últimos, además, infiltrados entre los miembros de las legiones de Astartes para ganarles a su causa.
Pero, a diferencia de lo que dio a entender el trasfondo del juego en el pasado, los Hijos de Horus resultan ser un objetivo a conquistar por el Caos en lugar de un nido de servidores del mal. Al final, son otros los que se revelan como mensajeros de las promesas de esos poderes oscuros: los Portadores de la Palabra, una legión a quienes el Emperador amonestó por fomentar el culto hacia su persona, y cuyo interés en las religiones de todo tiempo y lugar les acabó poniendo en contacto con las fuerzas ocultas en la Disformidad. Así, cuando Horus se encuentre en su momento más delicado, los lectores asisten impotentes al ver que los consejos (y la supuesta ayuda) van a provenir de quien ha estado conspirando desde un principio para propiciar esta situación.
El otro aspecto que sirve para marcar los cambios sufridos dentro de las fuerzas expedicionarias es el conflicto entre los Astartes y el conjunto de civiles que hacen las veces de "corresponsales de guerra". Lo que en el primer volumen era sorpresa por la brutalidad con la que se aplicaban los principios de la (muy idealizada) Gran Cruzada, aquí ya alcanza el puro descreimiento en los valores de la misión que se está llevando a cabo. Lo cual acaba motivando que los soldados se sientan dolidos en su orgullo y desarrollen un creciente rencor hacia estos "entrometidos" que se atreven a poner en tela de juicio la pureza de sus ideales. Una tensión que acabará evolucionando hacia la represalia física, con un claro perdedor desde el principio.
Por último, cabe reseñar algunos detalles interesantes respecto a la "antigua" versión de la Herejía. El más importante, la nueva perspectiva desde la que ver la "traición" de Magnus el Rojo y su legión, los Mil Hijos. Tras esta lectura, los veteranos del juego pueden dedicarle muchas horas a elucubrar sobre el bando que les correspondería de haberse producido las cosas de otro modo. Igualmente resulta curioso seguir viendo los "patrones de personalidad" de cada legión, que acabarían definiendo las razones por las que se unirían a la causa de Horus. Un Horus de cuya caída podemos ahora ser testigos, así como de su regreso, descubriendo al fin qué le hizo perder su fe y darle la espalda al Emperador.
La culminación de este hilo argumental, en La Galaxia en Llamas.
Unos hechos que, con la lectura de Falsos Dioses, se revelan muy distintos a esa "verdad".
Al igual que ocurre con los demás libros ambientados en el universo de Warhammer 40000, es obligatorio advertir a los neófitos que Falsos Dioses está enfocado a profundizar en el trasfondo del famoso wargame futurista. Segundo volumen de una trilogía, Graham McNeill toma aquí el relevo de Dan Abnett para continuar describiendo cómo se gestó la horrible guerra fratricida que los aficionados conocen como la Herejía de Horus. Tras los eventos narrados en Horus Señor de la Guerra, Falsos Dioses nos convierte en sorprendidos testigos de la perversión que empieza a germinar en la legión de los Lobos Lunares (ahora renombrados como Hijos de Horus) y en su líder, Horus Lupercal. Un proceso sorprendente, porque la "conversión" de Horus resulta estar motivada por la influencia de miembros de otras legiones de Astartes. Algo que choca de manera frontal con el "saber popular" de los aficionados, para quienes los Hijos de Horus eran el paradigma de la traición: un caso "de manual" de ángeles caídos, en el que Horus representaba el papel de un Lucifer futurista.
A lo largo del libro, en cambio, se comprueba que Horus no es tan grandioso como siempre se había hecho creer. Muy al contrario, su arrolladora personalidad se resiente más y más al no tener al Emperador a su lado, y la tensión inherente a la enorme responsabilidad de su cargo erosiona día tras día la confianza del primarca. Un proceso paulatino en el que el favorito del Emperador acaba por mostrar signos del síndrome del "príncipe destronado": la ausencia de su protector deja de servirle de acicate para demostrar su valía, y empieza a considerar que el Emperador no está con él porque ha dejado de tenerle aprecio.
En estas circunstancias surge un hecho impensable dentro del Imperio: Davin, uno de los mundos conquistado por Horus y los Lobos Lunares, se declara en rebeldía. De hecho su gobernador ha renegado públicamente del Emperador, lo cual es un acto de traición y desprecio hacia él y el propio Horus. Una noticia que desatará la furia del primarca (gracias a la intervención de cierto asesor que comienza a mostrar intenciones aviesas), desencadenando una serie de eventos capitales para el destino de Horus.
Esta entrega sigue ahondando sobre dos aspectos que ya aparecían en el inicio de la trilogía (y que sirven para ambientar esta época de una forma muy distinta a como ocurre con los libros situados en el "presente"): la sorpresa de que existan unos poderes sobrenaturales capaces de afectar al mundo real, y la hostilidad entre soldados y rememoradores por la brutalidad de la guerra.
Respecto a lo sobrenatural, lo que en la primera novela sólo era un mero evento difícil de explicar para los racionalistas miembros del Imperio, en Falsos Dioses se convierte en una amenaza tangible: por primera vez, los Hijos de Horus y sus aliados se enfrentan a un enemigo antinatural. De hecho, a todo un ejército de seres monstruosos que ejemplifican la forma de combatir del Caos: tácticas de terror y tropas con características inhumanas. Aparte, en este volumen se introduce un aspecto del universo Warhammer 40000 al que sus aficionados están más habituados: los cultos secretos. Con la curiosidad de que, por el trasfondo del momento, conviven en la clandestinidad dos grupos diametralmente opuestos: el culto al Emperador y los adoradores del Caos. Estos últimos, además, infiltrados entre los miembros de las legiones de Astartes para ganarles a su causa.
Pero, a diferencia de lo que dio a entender el trasfondo del juego en el pasado, los Hijos de Horus resultan ser un objetivo a conquistar por el Caos en lugar de un nido de servidores del mal. Al final, son otros los que se revelan como mensajeros de las promesas de esos poderes oscuros: los Portadores de la Palabra, una legión a quienes el Emperador amonestó por fomentar el culto hacia su persona, y cuyo interés en las religiones de todo tiempo y lugar les acabó poniendo en contacto con las fuerzas ocultas en la Disformidad. Así, cuando Horus se encuentre en su momento más delicado, los lectores asisten impotentes al ver que los consejos (y la supuesta ayuda) van a provenir de quien ha estado conspirando desde un principio para propiciar esta situación.
El otro aspecto que sirve para marcar los cambios sufridos dentro de las fuerzas expedicionarias es el conflicto entre los Astartes y el conjunto de civiles que hacen las veces de "corresponsales de guerra". Lo que en el primer volumen era sorpresa por la brutalidad con la que se aplicaban los principios de la (muy idealizada) Gran Cruzada, aquí ya alcanza el puro descreimiento en los valores de la misión que se está llevando a cabo. Lo cual acaba motivando que los soldados se sientan dolidos en su orgullo y desarrollen un creciente rencor hacia estos "entrometidos" que se atreven a poner en tela de juicio la pureza de sus ideales. Una tensión que acabará evolucionando hacia la represalia física, con un claro perdedor desde el principio.
Por último, cabe reseñar algunos detalles interesantes respecto a la "antigua" versión de la Herejía. El más importante, la nueva perspectiva desde la que ver la "traición" de Magnus el Rojo y su legión, los Mil Hijos. Tras esta lectura, los veteranos del juego pueden dedicarle muchas horas a elucubrar sobre el bando que les correspondería de haberse producido las cosas de otro modo. Igualmente resulta curioso seguir viendo los "patrones de personalidad" de cada legión, que acabarían definiendo las razones por las que se unirían a la causa de Horus. Un Horus de cuya caída podemos ahora ser testigos, así como de su regreso, descubriendo al fin qué le hizo perder su fe y darle la espalda al Emperador.
La culminación de este hilo argumental, en La Galaxia en Llamas.
Hola, antes que nada, felicidades por tu blog y por todo tu trabajo!! me he unido para poder seguirlo con frecuencia :)
ResponderEliminarMe encantan la fantasía y la ciencia ficción y es maravilloso encontrar rincones así por internet. Sin duda que leeré tu obra porque me parece realmente interesante y buena.
Yo en verano empezé un humilde blog para ir publicando relatos y música que hago inspirados en fantasía en general (nada de gran nivel pero sí con la mejor intención). Te invito a pasarte y unirte, aunque no esté a la altura del tuyo, creo que puede ser de tu agrado:
http://donde-los-valientes-viven-eternamente.blogspot.com.es/
Saludos y, de nuevo, enhorabuena!!
Bienvenido, Hammer Pain!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por los halagos. Espero que tu blog siga teniendo visitas y recibiendo premios (ya ves, algo que aún no hemos conseguido otros), y, en cuanto a la calidad de lo que escribes... Seguro que mejora con el tiempo.
Un saludo.