En 1973,
Úrsula k. LeGuin ganó el premio
Hugo de Novela Corta con la primera versión de esta obra. Y tres años después, habiendo engrosado su tamaño, sería finalmente publicada como parte de
“El Ciclo de Ecumen”. En la actualidad, resulta complicado para un aficionado al cine de ciencia-ficción leer la novela sin ver paralelismos con el
“Avatar” de
Cameron: una colonia humana que busca materiales preciosos en un planeta lejano, el conflicto con la raza homínida nativa, el enfrentamiento bélico final... Sin embargo, LeGuin pone siempre el acento en los aspectos sociológicos y la pirotecnia se reduce en su caso a lo mínimamente imprescindible.
Para entender la historia hay que repasar los conceptos que rigen el Ciclo de Ecumen: una raza humana primigenia (los
hainitas), se extendieron en el pasado por incontables mundos; poblándolos con una versión adaptada al medio ambiente y las condiciones peculiares en cada caso. Tras el derrumbamiento del imperio hainita cada sociedad humana se desarrolló de forma independiente y, en el momento del relato, han vuelto a entrar en contacto las unas con las otras. Así, aunque muy distintos física y socialmente entre ellos, todos los personajes son definidos como humanos. Y ese hecho (todas las especies se consideran humanas), es un puntal básico de la trama.
En el caso del planeta 41 (también conocido como
Nueva Tahití), el encuentro entre los humanos terráqueos y los
athstianos no se puede considerar que haya resultado afortunado para ambos. La población local, apenas avanzada hasta un nivel pre-industrial y del tamaño de un niño pequeño, poca oposición puede presentar al apetito de los colonos interplanetarios. Hambre de la madera, extinguida junto a la mayoría de la fauna de su Tierra natal, que amenaza con arrasar igualmente este eden. Y esto es porque, aún regidos por un control central, el dilatado tiempo que requiere la comunicación (27 años) convierte en imposible el afectar a su gobierno. Esta independencia ha favorecido que los terráqueos interpreten en su beneficio la idiosincrasia de los athstianos; traduciendo la pasividad nativa como “voluntariedad” a la hora de obligarles a realizar tareas, hasta convertirles en mano de obra esclava. Situación que va en contra de las leyes de convivencia entre especies humanas, y que va a sufrir un gran vuelco cuando los
“creechies”, como son llamados los athstianos por los terráqueos, comiencen a devolver los golpes.
El conflicto entre las dos especies discurre en torno a las personalidades del capitán
Davidson y
Selver. El primero encarna el prototipo del imperialismo desbocado: desprecia a los athstianos apoyado en el convencimiento de su superioridad racial, justificando así tanto el maltrato de la población nativa como el expolio de sus recursos; de hecho, vemos cómo su concepción de la naturaleza se reduce a términos de utilidad para los fines de quien esté dispuesta a dominarla. Racista, violento y paranoico, los pasajes en que LeGuin describe el mundo a través de sus ojos resultan, cuanto menos, escalofriantes.
Selver, por otro lado, es nuestro guía a través de la peculiar cultura de los athstianos. Gracias a él descubrimos que perciben el universo como una combinación de dos realidades interrelacionadas: el
tiempo-sueño y el
tiempo-mundo. Y es que no sólo son capaces de soñar “despiertos” si no que aprenden a moverse por los sueños con entera libertad. Igualmente, es el máximo exponente del maltrato recibido a manos de los terráqueos. Así, tras perder a su pareja por culpa de Davidson, cuando intente vengarse será golpeado por el soldado hasta bordear la muerte. Esta horrible experiencia cambiará para siempre la forma en que Selver interactúa con la percepción dual del mundo y, en última instancia, trasladará esa modificación al resto de su especie.
Como pura apreciación personal, y dada la relevancia en la trama, debo decir que la naturaleza del tiempo-sueño hubiese necesitado quizás alguna explicación más. A través de la narración se establecen varias de sus cualidades, pero en unos términos más bien difusos. Por ejemplo, se da a entender que los “sueños” abren la conciencia del athstiano a un plano de percepción precognitiva, permitiéndoles experimentar situaciones futuras. Pero aún más importante es su capacidad para actuar en este plano onírico con la misma libertad que en nuestro plano de realidad. Precisamente esta habilidad de “moldear los sueños” es el principal punto de conflicto con los humanos, ya que la agresividad atshtiana parece canalizarse mediante este procedimiento. Un hecho que se modificará por completo cuando Selver “enseñe” a sus congéneres a aplicar la violencia física en el tiempo-mundo.
La rebelión athstiana coincide en la novela con dos hitos en el Ciclo de Ecumen: la aparición del
ansible (un dispositivo que ella misma había postulado en
“El Mundo de Rocannon”) y la creación de la
Liga de los Mundos. El ansible supone comunicación inmediata entre planetas, que unido al nuevo poder central (y severo respecto al cumplimiento de sus leyes) supone un control más estricto de las administraciones locales. Para los terráqueos supervivientes el cambio es radical: de la noche a la mañana pasan a sufrir las consecuencias de estar en minoría y tener que respetar a los humanos nativos. Una situación contra la que se rebelará Davidson, en su versión más paranoica y xenófoba, con terribles consecuencias.
En definitiva, la novela plantea una problemática que no resulta novedosa: el choque de la cultura conquistadora con el pueblo nativo, y el efecto de la opresión sobre la identidad del avasallado. Quizá por el momento de su redacción (las tropas americanas estaban retirándose de
Vietnam), puedan hacerse paralelismos con este conflicto; e incluso el aspecto de los atshtianos, el hecho de que su mundo sea una jungla, la guerrilla en que se organizan y hasta el funesto final que imagina para los ocupantes, podrían sustentar esta teoría. Por otra parte, también puede verse un punto de optimismo (o de crítica a las organizaciones tipo
ONU) al hacer que la Liga de los Mundos sea capaz de revertir la situación pacíficamente, negando la opción de revancha a los terráqueos y reconociendo a los athstianos el derecho a decidir quién puede establecerse en su planeta. Al final, su especulación incide en la relevancia de una comunicación eficaz como remedio para esta clase de desmanes. Una interesante teoría, y una buena razón para acercarse a la obra.
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