martes, 6 de noviembre de 2018

Mi colección de cuentos favoritos (IV)

Si habéis leído los artículos que han precedido a este, puede que hayáis notado una constante en ellos: se trataba de relatos que formaban parte de mis recuerdos de infancia y adolescencia. A partir de hoy, sin embargo, doy un salto temporal y empezaré a referirme a obras que me han ayudado a evolucionar en mi estilo literario durante los últimos diez años. Empezando por uno de los nombres más relevantes de la ciencia ficción Hard contemporánea.

La ricura, de Greg Egan.
Aunque suelo advertir a mis amistades del menguante espacio que ofrecen día a día las estanterías en mi casa, nunca les agradeceré lo suficiente que me regalasen el Axiomático de Greg Egan; una recopilación de relatos que no debería faltar en la biblioteca de ningún aficionado a la ciencia ficción que se precie de tal. Y menos aún si tiene aspiraciones literarias (junto con Última etapa, si es que consigue hacerse con un ejemplar). La manera en que Egan plantea conflictos relacionados con posibles tecnologías futuras, las más de las veces en un entorno ordinario y del día a día, resulta muy interesante cuando no espeluznante.


La ricura me impresionó por cómo hace para presentar un aparato científicamente revolucionario bajo el aspecto de un electrodoméstico de usar y tirar: un útero artificial apto para ser usado por hombres que, en la sociedad imaginada por Egan, se considera poco menos que un capricho de Teletienda. Casi un juguete snob. Y por debajo de eso, acabamos por percibir un mundo en el que la industria ha perdido el miedo a usar la ciencia para saltarse barreras morales del calibre de la génesis humana, solo porque hay un potencial cliente cuya demanda puede ser satisfecha a cambio de un buen beneficio económico.

¿Cuáles son las claves del relato, y lo que explica la genialidad de Egan? Su capacidad para intuir un problema futuro derivado del comportamiento de la sociedad contemporánea, y concebir en qué manera se  le podría poner remedio (o algo parecido) desarrollando alguna tecnología actual (real o teorizada). En el caso que nos ocupa, parece haberse fijado en esta deriva cada vez más individualista y propensa a no crear vínculos emocionales, y se planteó luego un remedio a la incapacidad para formar parejas dispuestas a reproducirse. Un remedio cuasi rocambolesco, debo añadir, porque me imagino a Egan dándole vueltas al relato día tras día hasta encontrar la respuesta más polémica: dar a los hombres la posibilidad de engendrar vida pero, eso sí, con obsolescencia programada en relación al nivel de lujo que pueda permitirse el consumidor. En ese sentido, su postura choca de forma directa con quienes piden que la ciencia ficción retome el espíritu optimista de la Edad Dorada e imagine un mundo mejor. Y me temo que yo no puedo hacer otra cosa salvo respetar ese posicionamiento alarmista, ante las demostraciones que se ven en los periódicos sobre el sometimiento de la ciencia a las leyes del mercado. De hecho, La ricura es un relato que se puede considerar ahora mismo más que actual, con las polémicas recientes sobre la maternidad subrogada y los vientres de alquiler.

Por supuesto, mi principal razón para admirar a Egan es su enorme conocimiento científico (algo que me ocurre con la mayoría de autores Hard), y cómo hace para explicar los principios teóricos de cada relato con sencillez (o, al menos, con la sencillez suficiente para ser comprendido por personas interesadas en la ciencia pero sin estudios específicos). En su caso, como con las personas dotadas de talento musical, no puedo hacer otra cosa salvo maravillarme ante su arte. Aunque sea con una especulación muy poco optimista. Por eso, si estás leyendo el artículo y te interesaría escribir ciencia ficción, busca su obra y tenla en cuenta. Sobre todo, por su capacidad para tratar la ficción especulativa temprana, esa que se ubica solo a unas décadas de distancia y que resulta tan arriesgada de escribir en comparación con los universos alejados siglos o milenios de nuestro presente (por su tendencia a acabar resultando obsoleta en pocos años, o convertida en un relato cómico del futuro).

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