A la hora de redactar una reseña, acostumbro buscar alguna obra que me sirva de referente (e imagino que será el caso de otros aficionados a la crítica literaria); de esta manera, dispongo de un ejemplo con el que poder ubicar mejor a quien lee el artículo. Las referencias cruzadas ayudan mucho, o al menos así me lo parecen. Sin embargo, encontrar una obra literaria que tuviera suficientes similitudes con la historia de Los Cuarenta y Siete Ronin no me ha resultado fácil. De hecho, y tras meditarlo bastante, sólo he podido pensar en un texto: el Cantar del Mio Cid.
Espero que los especialistas en filologías no me salten al cuello ya que, a mi parecer, y a pesar de los seis siglos que los separan, encuentro obvias semejanzas entre ambos: las dos obras constituyen la descripción "legendaria" de unos personajes históricos y los hechos en los que se vieron envueltos, bajo la consideración de que son ideales de conducta en sus respectivos contextos culturales (aunque la historia de los Ronin, hay que reconocerlo, mantiene en la actualidad un debate de controversia sobre el asunto). Igualmente, las historias arrancan con la caída en desgracia de los protagonistas, para desarrollar luego el triunfo de los mismos a través de esas virtudes morales que ejemplifican. Ambos textos, pues, creo que comparten ese fondo de glorificación del espíritu nacional y presentan modelos idealizados de conducta a los que el propio lector debería aspirar en su época.
Dicho todo esto, conviene ubicar históricamente a los personajes de los Cuarenta y Siete Ronin. La acción transcurre entre los últimos años del siglo XVII y los primeros del siglo XVIII, principalmente en la ciudad de Edo (el actual Tokyo). En ese momento, el poder del Emperador era ejercido por el Shogun Iyetsuna Tokugawa, heredero del señor feudal cuyo clan se había impuesto por las armas al resto de nobles rivales del Japón a principios del siglo XVII. Victoria que, prácticamente de facto, pacificó el país y dejó a la casta guerrera de los samurais como una figura desprovista de utilidad (aunque ejercieran de guardias y soldados de los señores feudales, esta es una época en la que no se producen conflictos de relevancia en los que desarrollar sus habilidades). Por tanto, se convirtieron en soldados sin batallas en las que pelear y los hechos de Akó acabaron siendo la figura ideal en la que inspirarse para demostrar sus virtudes.
La versión de Tamenaga Shunsui es sólo una de las muchas que han aparecido, y de las más tardías (en el siglo XIX), ya que la leyenda se inmortalizó durante el siglo XVIII no sólo en la literatura si no también en obras de teatro Kabuki y Bunraku (teatro de marionetas). Y con los cambios de tecnología son múltiples las versiones de televisión y cine. Sin embargo, todas desarrollan la historia a raíz de un mismo hecho: la visita a Edo de varios representantes de la Familia Real, para cuyo entretenimiento se escoge entre otros al señor (Daimyio) Asano, de Akó. El funcionario que debía instruirle en la manera de desempeñar sus funciones, Kira Kozukenosuke, es retratado como un prepotente avaricioso, ignorante de las reglas del honor samurai, y el conflicto de personalidades entre Asano y Kirá desembocó en el intento de asesinato del cortesano por parte del daimyo. Una conducta totalmente deshonrosa para un samurai.
(una representación del ataque de Asano, grabado de Utagawa Kuniyoshi)
La condena para el señor de Akó por este desobediencia a la etiqueta será terrible: realizarse el seppuku (hara-kiri), además de provocar la ruina de su familia y vasallos ya que todas las propiedades del daimyio pasaron a las manos de otros nobles. En el caso de los samurais, esto implicaba convertirse en ronin (guerreros sin señor al que servir), lo cual era un destino funesto. Semejante castigo debería servir para hacerse una idea de la importancia que tenía el honor en esta sociedad (más aún cuando la condena no se considera sorprendente o excesiva). De hecho, la narración nos sugiere que la población aguardaba que el castigo fuese compartido por ambos personajes, Asano y Kirá.
Y es esta "decisión injusta" la que provoca el deseo de venganza de los samurais de Akó, que consideran ultrajado el buen nombre de su señor (reforzado en la obra por las burlas que Kirá habría hecho a costa del difunto). Pero, para llevarla a cabo, deberán pasar por una dura prueba de resistencia mental, ya que su objetivo se mantendrá lejos de su alcance durante años (puesto que la represalia de los samurais contra el responsable de la ruina de su señor también se nos presenta como una reacción "lógica y normal"). De hecho, el tramo central de la historia se refiere a la organización de la venganza, las anécdotas sucedidas a aquellos que están vigilando los movimientos de su enemigo y los sacrificios llevados a cabo por los cabecillas de la conspiración para hacer creer a Kirá que su vida ha dejado de correr peligro.
Este apartado, el de los "sacrificios", es quizá el que mayores sorpresas depara a los lectores occidentales. Para empezar, nos encontramos con samurais (ahora ronin) que renuncian a sus familias mediante mentiras que oculten sus verdaderas intenciones, siendo el caso de su líder (Ooishi Kuranosuke) paradigmático: en su afán por convencer a los espías de Kirá que ha adoptado una vida disoluta, repudiará a su esposa para continuar comportándose como un borracho vividor. El fragmento que describe el episodio, en el que la abnegada esposa de Kuranosuke se culpa a sí misma por tal conducta, es impagable. Pero además, también se nos muestran casos a la inversa: la de familiares ancianos de los ronin, que toman la vía del suicidio (imbuidos del espíritu samurai) para facilitarles el que puedan cumplir con su justa venganza. Narraciones todas ellas que contrastan, en su exhaltación de la defensa del honor, con el pasaje en que descubrimos el castigo que reservaba el destino a unos de los samurais que no se mantuvieron fieles al señor de Akó.
El desenlace final de la historia nos narra el éxito de los Cuarenta y Siete. Cómo todos los esfuerzos se vieron recompensados cuando Kirá se convenció de que la venganza estaba olvidada, bajando la guardia y permitiendo un asalto a su residencia, en el que los "leales de Akó" acabaron con el ofensor y quienes le rodeaban en una noche.
(el asalto nocturno a la residencia de Kirá Kozukenosuke, grabado de Utagawa Kuniyoshi)
Tras conminar al cortesano a que se haga el seppuku, los ronin le cortan la cabeza y desfilan por Edo para presentar sus respetos ante la tumba de su antiguo señor. Esta escena, y la admiración que (según el narrador) su hazaña provocó en la población de Edo, refleja la aprobación de la sociedad hacia ese seguimiento a rajatabla del bushido (código del samurai). Porque, y esto es importante, la acción de los ronin suponía su inmediata condena de muerte. Pero morir habiendo cumplido con lo que el bushido exigía de ellos les permite hacerlo con el honor intacto (por no decir engrandecido).
En definitiva, la historia de Los Leales Samurais de Akó le resultará muy interesante a los admiradores del japón feudal ya que, por una parte, se ofrece un relato muy realista de la vida en esa época y de algunas costumbres curiosas (el episodio de los curanderos, por ejemplo), mientras que, a la vez, podemos hacernos una idea muy clara de la peculiar idiosincrasia japonesa y los ideales morales que se le suponían a sus "héroes caballerescos": los samurais. Esa poderos figura, creada en torno a esta leyenda, que formó parte de la ideología detrás del imperialismo japonés y su catastrófica caída en la Segunda Guerra Mundial.
(estatuas en honor a los 47 ronin, en Akó)
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