No hace mucho, me enzarzaba en una disputa (amistosa) con un miembro del foro Abretelibro!, a cuenta del modo en que cada uno redactaba sus obras. Durante una visita a la exposición sobre la RAE organizada en la Biblioteca Nacional de Madrid, de algún modo habíamos empezado a hablar sobre plumas estilográficas, y me horrorizó descubrir que este amigo trabaja directamente en el procesador de textos de su ordenador.
La lógica, bien es cierto, le otorga muchos puntos a mi rival dialéctico: al escribir en formato digital se eliminan pasos intermedios (a costa de "quemarse las retinas" delante de la pantalla, mientras lucha con la musa para hacer progresar la narración), se ahorra papel (lo cual le permite jugar la baza "ecológica") y es prácticamente imposible que se te traspapele esa nota vital en la cual habíamos resuelto el nudo argumental que tanto se nos había estado atragantando (aparte de no necesitar tres cajones para guardar todo el material acumulado).
Sin embargo, continúo resistiéndome a cambiar mi sistema de escritura. Primero, porque en la palabra escrita en papel me reconozco como autor. Suena engolado y arrogante, pero es así. Mi personalidad y mi estado de humor se reflejan en el trazo, y eso es algo que el teclado no me da (además de que no se me ocurre una forma mejor de escribir historias Steampunk que usando una pluma). Pero, sobre todo, me gusta escribir en papel porque puedo ver después el proceso creativo del manuscrito original: los tachones sucesivos en una frase que se resistía a ser construida; las indicaciones para reorganizar frases o cambiar de lugar párrafos enteros; las notas en los márgenes con ideas que se me iban ocurriendo y no quería olvidar...
(la personalidad del artista, manifestándose sobre el papel)
Aún más, después de meses (o años), abrir un cuaderno y repasar lo que hay escrito dentro resulta revelador. Ver pasajes que se han redactado con una facilidad pasmosa, o los momentos en que una escena se volvía intraducible en palabras. Descubrir que alguna idea de la trama se desvaneció en un callejón sin salida, o que ese giro genial fue una inspiración de última hora... Todo eso se pierde al pasar al formato digital (aunque, en mi caso, podría repasar la evolución desde el manuscrito original hasta el texto definitivo, porque me gusta hacer las correcciones sobre una versión impresa) y le resta a la escritura ese valor romántico que yo le doy.
De hecho, al escribir en papel pude darle las gracias a uno de mis "lectores beta" de un modo que hubiese sido imposible si me limitara al texto informático: le regalé el cuaderno con los textos originales de una serie de cuentos, que me había ayudado a repasar y pulir durante meses.
Todo lo dicho viene a cuento de que, sólo unos días después de ese intercambio de opiniones, decidí que necesitaba darle un descanso a mi fiel compañera de escritura. No porque hubiese dejado de funcionar, si no porque, tras seis años escribiendo con la misma pluma estilográfica, mi vestuario empezaba a correr peligro por culpa de un capuchón que ya no se ajusta como debiera.
(las nuevas culpables de mi calidad literaria)
Así que, cometiendo un exceso, me he provisto de dos estilográficas nuevas (mejor que sobre... ya se sabe), que espero continúen convirtiendo mi inspiración en algo merecedor de ser leído más tarde. Al menos, de momento parecen muy dispuestas a hacer que mi caligrafía resulte más atractiva a sus lectores.
¡Larga vida a tinteros, plumines, palilleros y convertidores!
Yo soy el susodicho hereje de la escritura. Y Rafael tiene toda la razón. Renuncio a la pluma por la tecla.
ResponderEliminar¿Motivos? Todos prácticos. Entiendo la postura de Rafael, la respeto y en gran medida comparto las sensaciones evocadoras y románticas de la escritura manual, pero... Hay que ser práctico. Ese es mi pensamiento. El argumento ecológico no lo considero relevante, al menos en mi caso. Si la versatilidad y el ahorro de pasos. Los correctores ortográficos, aun con sus fallos, van muy bien (y más en mi caso que soy un desastre), el software de apoyo también. El uso de pantallas abiertas con la RAE es indispensable. Y para registro inmediato y subida a la nube para poder seguir donde sea también.
La sensualidad romántica de escuchar una pluma de punto grueso como se desliza por la textura del papel. Ver como la tinta es absorbida y como se ramifica tenuemente entre sus fibras, casi de forma imperceptible. Rodeado de silencio; como mucho el sobrio sonido de un reloj grande que, como un diapasón, da ritmo. Una ventana por la que entra la luz del sol en la que bailan la danza eterna de la existencia pequeñas partículas de polvo. Evocación.
Luego la realidad te pone en tu sitio y donde debería haber paz hay algarabía. La tinta mancha. Todo lleno de tachones. Al final no sabes ni que has escrito. Y teclea. Y mientras lo haces se te ocurren cosas y cambias. Y lo escrito en papel sirve así así. Y todo lo escrito acumula polvo y ocupa espacio.
Definitivamente, por muy evocadora que sea la pluma le pasa lo que a la Underwood: Es mucho mejor la idea que te empuja a usarla que el resultado de su uso.
Es un placer que te hayas pasado por aquí, Tadeus. Nunca conseguiremos conciliar nuestras posturas, pero es un placer leerte y ver que la cibertecnología no te ha robado el espíritu romántico. ;)
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