—Hola, soy Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.
No puedo recordar muchas frases que tengan la capacidad de evocación de estas palabras. Desde que en 1987 apareció la adaptación cinematográfica de La Princesa Prometida (escrita por el propio Goldman), escuchar la frase de Iñigo Montoya conlleva pensar en aventuras, piratas, amor verdadero, amor traicionado, duelos a espada, mujeres hermosas, venenos, tortura, y un sinfín de emociones más. Para el resto de admiradores de la película supongo que también resultará complicado leer el libro sin asociar el rostro de ciertos actores con los personajes que encarnaron: Robin Wright como Buttercup, André el Gigante como Fezzik, o Mandy Patinkin como Iñigo Montoya.
Sin embargo, a pesar de la fidelidad de la película, leer La Princesa Prometida supone (como es habitual al comparar versiones) descubrir toda una serie de aspectos desconocidos de la historia. Para empezar, nos encontramos con un elaborado artificio por el cual Goldman resulta que no es el verdadero autor del libro. A lo largo de los primeros capítulos nos relata cómo se convirtió en su lectura favorita durante la niñez, y la desilusión que sufre al leerlo por sí mismo en la edad adulta. La historia que su padre le contaba mientras estaba enfermo nunca fue la obra que él creía conocer. En realidad, es un tostón redactado por un tal Simon Morgenstern.
(sorprendente portada para la edición de Ballantine Books, en 1974)
Así, envuelta en ácidas anécdotas sobre su vida matrimonial (ficticias, pues la familia descrita no es la suya) y chistes a costa de la profesión de escritor y guionista que él practica, nos narra la decisión que acabó adaptando: realizar una versión anotada de La Princesa Prometida, seleccionando sólo aquellos pasajes que formaban parte de sus recuerdos de la niñez. El resultado es pintoresco y gracioso a partes iguales. En mitad del texto nos toparemos por sorpresa con notas de Goldman que hacen referencia al pasaje, a por qué ha eliminado el fragmento que iba a continuación, o a la forma en que su padre se lo narró por primera vez en la infancia. Una suerte de juego de complicidad con el lector que considero uno de sus aciertos más brillantes.
Para los improbables desconocedores de la trama, valga aquí una sucinta explicación: En el remoto reino de Florin, la joven Buttercup, dotada de una belleza sin parangón, se ha enamorado del mozo de cuadras que trabaja para su familia: Westley. El joven, que la ha amado en secreto durante años, se marcha a América con la promesa de volver cuando sea un hombre de fortuna. Poco después, sin embargo, llegan funestas noticias y Buttercup se jura que nunca más volverá a amar. Pero su belleza ya está en boca de todos para entonces y el principe Humperdinck la escoge para ser su esposa, a sabiendas incluso de que ella no le amará jamás. A partir de entonces la vida de Buttercup va a correr peligro a cada momento, pues un oscuro complot provoca que la secuestren. Y los villanos encargados de hacerlo (la organización criminal más efectiva del mundo), no tendrán reparos en enfrentarse al temible pirata Roberts para llevar a cabo la tarea encomendada. Eso sin contar las innumerables amenazas, de las más variopintas naturalezas, que les aguardan en el camino. En último término, además, la joven aspirante a princesa deberá afrontar las consecuencias de prometerse a un príncipe desalmado sin amarlo realmente.
(el reino de Florin, con todos sus pintorescos lugares)
Entre la galería de personajes que discurren por la historia, tenemos buenos paradigmáticos (Buttercup y Westley), malos estereotípicos (el príncipe Humperdinck y el retorcido conde Rugen), y toda una serie de secundarios pintorescos (taumaturgos despechados, cuidadores de zoos peculiares, genios del crimen, nobles ridículos...). De estos, el gigante Fezzik y el espadachín Iñigo Montoya sufren una doble evolución; pues de villanos pasan a héroes y con ello van ganando importancia en el relato hasta ser parte del elenco principal, lo cual les ha hecho ganarse un lugar muy especial en el corazón de los admiradores de la historia. Impregnados de mucho del aroma de los cuentos de hadas y las novelas de aventuras, a los que Goldman añade un toque de humor ácido, todos cumplen su función con creces, colaborando a entretenernos y sacarnos sonrisas (salpimentadas con inesperadas desgracias) hasta el inevitable y ¿satisfactorio? Final Feliz.
Para aquellos a quienes haya picado la curiosidad, hacerles notar que se publicó una edición especial con motivo del 30 aniversario de la publicación de la novela, con bastante material adicional (incluida la escena que nunca fue publicada originalmente, y la secuela inconclusa).
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