Una broma que suelo hacer es que, si algún día llego a convertirme en autor de Best-Seller, lo que más me gustaría es encontrar la forma de incluir Japón en la ambientación de una novela y pedirle a la editorial que me pagase el viaje "de documentación". Este mes de Mayo he disfrutado de unos cuantos días de asueto y, tras armarme de valor, por fin hice uno de esos viajes. Lo tenía planeado desde el año pasado, pero entonces no llegué a realizar mi hazaña: ruta en coche hasta Carcassonne.
(vista nocturna de la Cité de Carcassonne)
Mi interés básico para viajar hasta allí estaba motivado por la novela que ando escribiendo (la secuela de "Umbrales", como se pueden imaginar los seguidores del blog). Ya en el 2011, cuando empecé a trabajar en la sinopsis, tenía claro que quería situar allí una parte sustancial de la acción. Y es que, a pesar de tratarse de un lugar muy conocido, la información que precisaba para mi proyecto literario (planos y fotos anteriores al siglo XX), no eran fáciles de conseguir. Lo cual me molestaba porque no quería trabajar sobre una ciudad ficticia, ni describir Carcassonne cometiendo errores de bulto.
Así pues, y tras la obvia paliza al volante, llegué al mediodía a mi destino: una "pequeña" ciudad en la región del Languedoc, cuyo principal reclamo es la fortaleza y ciudad medieval reconstruidos a mediados del XIX por Viollet-le-Duc. Como sólo iba a pasar tres días allí, en cuanto abandoné las maletas fui corriendo hasta la fortaleza. Sin embargo, mi primer contacto resultó un tanto frustrante porque las viviendas de la villa medieval se han convertido en su casi totalidad en establecimientos turísticos (léase tiendas de souvenirs, restaurantes u hóteles). Tener que caminar esquivando a otros turistas y ver un escaparate allá donde mirase restó mucho encanto al momento. Aún así, dediqué unas cuantas horas a recorrer el recinto y conseguí cumplir con otro de mis objetivos: hacerme con un libro muy prometedor, de fotografías de la ciudad en el siglo XIX (me asombró no encontrar ejemplares en inglés, así que tendré que sobornar a alguna amistad para que me ayude con los párrafos en francés que no pueda desentrañar).
(el semáforo estropea un poco la vista, sí)
El segundo día fue mucho más satisfactorio. Aprovechando que estaba hospedado a un par de minutos de la fortaleza, comencé mi visita antes de que abrieran las tiendas y las puertas del castillo. A esa hora mis únicos acompañantes eran los empleados que iban llegando a trabajar, y la sensación de estar paseando por un antiguo pueblo fortificado resultó más convincente. Y a partir de ahí, el concepto de viajar "para empaparse de la esencia" cobró todo su sentido. El castillo y las murallas nos lo repartimos una docena de visitantes madrugadores, de modo que prácticamente se podía disfrutar del lugar en soledad. En mi caso, aproveché la circunstancia para disfrutar de las vistas, curiosear e irme imaginando a los personajes caminando por allí. Y, por supuesto, para hacer infinidad de fotos.
Sólo por esas horas, ya mereció la pena el viaje. A medida que pasaba por cada estancia, me asomaba a una aspillera o contemplaba las calles de la villa a vista de pájaro, me iban encajando escenas de la trama. E, igualmente, le daba vueltas a aquellos elementos que con bastante seguridad tendré que inventarme para adaptar la realidad de la ciudad a la ambientación de la "Tierra Asediada". Estaba dejando de ver a los personajes frente a una pantalla de Croma, para empezar a imaginarles entre unos muros y unos horizontes más sólidos. Los de mi propia versión "steampunk" de la ciudad.
(el castillo, visto desde las murallas)
Ahora, de vuelta a casa, el efecto del viaje se nota. Aunque aún no he empezado a escribir a un ritmo realmente productivo, el desarrollo de la historia ya no está envuelto en las mismas brumas. Esa pequeña pantalla de cine en la que se proyecta la "película" de mi novela se ha llenado de colores vivos y espacios que ahora me resultan familiares. Y pronto, espero verla completa.
(vista nocturna de la Cité de Carcassonne)
Mi interés básico para viajar hasta allí estaba motivado por la novela que ando escribiendo (la secuela de "Umbrales", como se pueden imaginar los seguidores del blog). Ya en el 2011, cuando empecé a trabajar en la sinopsis, tenía claro que quería situar allí una parte sustancial de la acción. Y es que, a pesar de tratarse de un lugar muy conocido, la información que precisaba para mi proyecto literario (planos y fotos anteriores al siglo XX), no eran fáciles de conseguir. Lo cual me molestaba porque no quería trabajar sobre una ciudad ficticia, ni describir Carcassonne cometiendo errores de bulto.
Así pues, y tras la obvia paliza al volante, llegué al mediodía a mi destino: una "pequeña" ciudad en la región del Languedoc, cuyo principal reclamo es la fortaleza y ciudad medieval reconstruidos a mediados del XIX por Viollet-le-Duc. Como sólo iba a pasar tres días allí, en cuanto abandoné las maletas fui corriendo hasta la fortaleza. Sin embargo, mi primer contacto resultó un tanto frustrante porque las viviendas de la villa medieval se han convertido en su casi totalidad en establecimientos turísticos (léase tiendas de souvenirs, restaurantes u hóteles). Tener que caminar esquivando a otros turistas y ver un escaparate allá donde mirase restó mucho encanto al momento. Aún así, dediqué unas cuantas horas a recorrer el recinto y conseguí cumplir con otro de mis objetivos: hacerme con un libro muy prometedor, de fotografías de la ciudad en el siglo XIX (me asombró no encontrar ejemplares en inglés, así que tendré que sobornar a alguna amistad para que me ayude con los párrafos en francés que no pueda desentrañar).
(el semáforo estropea un poco la vista, sí)
El segundo día fue mucho más satisfactorio. Aprovechando que estaba hospedado a un par de minutos de la fortaleza, comencé mi visita antes de que abrieran las tiendas y las puertas del castillo. A esa hora mis únicos acompañantes eran los empleados que iban llegando a trabajar, y la sensación de estar paseando por un antiguo pueblo fortificado resultó más convincente. Y a partir de ahí, el concepto de viajar "para empaparse de la esencia" cobró todo su sentido. El castillo y las murallas nos lo repartimos una docena de visitantes madrugadores, de modo que prácticamente se podía disfrutar del lugar en soledad. En mi caso, aproveché la circunstancia para disfrutar de las vistas, curiosear e irme imaginando a los personajes caminando por allí. Y, por supuesto, para hacer infinidad de fotos.
Sólo por esas horas, ya mereció la pena el viaje. A medida que pasaba por cada estancia, me asomaba a una aspillera o contemplaba las calles de la villa a vista de pájaro, me iban encajando escenas de la trama. E, igualmente, le daba vueltas a aquellos elementos que con bastante seguridad tendré que inventarme para adaptar la realidad de la ciudad a la ambientación de la "Tierra Asediada". Estaba dejando de ver a los personajes frente a una pantalla de Croma, para empezar a imaginarles entre unos muros y unos horizontes más sólidos. Los de mi propia versión "steampunk" de la ciudad.
(el castillo, visto desde las murallas)
Ahora, de vuelta a casa, el efecto del viaje se nota. Aunque aún no he empezado a escribir a un ritmo realmente productivo, el desarrollo de la historia ya no está envuelto en las mismas brumas. Esa pequeña pantalla de cine en la que se proyecta la "película" de mi novela se ha llenado de colores vivos y espacios que ahora me resultan familiares. Y pronto, espero verla completa.
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