(Reseña publicada anteriormente en Melibro)Mi primer contacto con Baricco ha sido esta novela corta, y debo confesar que del encuentro ha resultado una opinión más bien contradictoria. Porque el regusto ha sido un poco a “plato sin acabar de cocinar”. Aunque, eso sí, me considero culpable en parte de este hecho por no haber atacado la lectura tal y como se merecía. Digo esto porque “degusté” la novela a sorbitos, dilatándola a lo largo de varios días, cuando lo mejor habría sido dedicarle una tarde completa para disfrutar adecuadamente la extensión y el estilo de Baricco.La trama de “Sin Sangre” es, por su brevedad, proporcionalmente sencilla. Nos situamos en un país anónimo en las postrimerías de una guerra civil, para ser testigos de la venganza de un grupo de pistoleros. Su objetivo es un hombre del que apenas se nos cuenta nada, salvo que se llama Manuel Roca y que vive junto a sus hijos. Y en una escena que puede recordar al inicio de “Malditos Bastardos”, somos testigos de cómo se produce una matanza y sólo uno de los retoños de Manuel Roca sobrevive.A partir de aquí, saltamos a unos cincuenta años en el futuro y presenciamos cómo el último de los verdugos de Manuel Roca se ve enfrentado con la sombra de sus crímenes de juventud. Rendido a este ángel vengador, repasaremos la historia de ambos; Las (sin)razones del asesinato en el pasado, los rencores que movieron a uno contra el padre y al otro contra los pistoleros, la existencia del huérfano abandonado a su destino... Todo ello mediante un diálogo que se diría la confesión de un condenado a muerte.En este punto el discurrir calmado de la narración, teñido de un tono fatalista, requiere del lector que se sumerja y no lo abandone hasta el final. Sólo así se mantendrá vivo el leve punto de tensión que vibra en la trama. Porque, igual que al pasado y la juventud de los protagonistas les aplica un tono ligero, la parte final transcurre con el ritmo remansado de la vejez. Y, haciendo honor al título, Baricco divaga por boca de sus personajes sobre esa clase de heridas que no se exteriorizan físicamente. Aquellas que dejan cicatrices sólo en el alma de quienes las sufren y las causan. Dirigiéndose hacia un final en el que ambos van a quedar en paz con toda esa carga.
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