lunes, 10 de octubre de 2011

"Los Magos" de Lev Grossman

(Reseña publicada previamente en Melibro)

La vida de Quentin Coldwater da un giro espectacular el día que, por sorpresa, llega a las puertas de la Escuela Brakebills de Pedagogía Mágica. Sus perspectivas de futuro, resignado a continuar sufriendo el aislamiento típico del genio, parecen disiparse cuando ese universo de maravillas se pone a su disposición. De pronto, ve hechos realidad los sueños nacidos a lo largo de infinitas lecturas sobre el ficticio mundo de Fillory. Pero Quentin no sabe que la Escuela Brakebills le va a poner a prueba aún más duramente que una universidad normal. Y, pese a lo que decían los cuentos, la magia no puede dar la felicidad.



La premisa básica de Lev Grossman a lo largo de “Los Magos” es hacer suya esa frase que dice “Cuidado con lo que deseas”. Porque, al fin y al cabo ¿cuántos adolescentes no han deseado en algún momento tener poderes más allá de lo humano? Esa ambición, relacionada con el anhelo de hacer realidad nuestras fantasías, parece el camino fácil hacia el éxito. Pero cada una de las páginas del libro se empeña en prevenirnos contra esas esperanzas infundadas. Quentin, por ejemplo, es un joven cargado de problemas. Su éxito académico es inversamente proporcional a su frustración social a la hora de tener pareja, sin contar con que la relación con sus padres es apenas algo más que tibia. En esas circunstancias, integrarse en un grupo que comparte la mayoría de sus temores debería ayudarle a “sentirse normal”. Pero, lamentablemente, Grossman insiste en que no tiene por qué ser así. Ninguno de los alumnos de Brakebills logrará liberarse de sus “taras” sociales. E incluso, en algunos casos, serán exacerbadas por el competitivo ambiente de la escuela. No en vano, la magia de este mundo se aprende a través de continuas repeticiones y el estudio de numerosas asignaturas muy complicadas (incluidas varias lenguas muertas).

Esta imagen de conjunto resulta complicada de retratar. Quizás, se pueda establecer un cierto paralelismo con “El éxodo de los gnomos” de Pratchett: ambos desnudan los mundos de fantasía de su colorida inocencia para inyectarle una buena dosis de malicia. Grossman practica un sistemático descreimiento contra esos mundos intrínsecamente equilibrados y bondadosos, que sólo una semilla negra puede estropear. Pero el resultado, al menos en lo tocante a mi opinión, no es del todo satisfactorio. Y el problema se basa en dos variables:

Primero, la ausencia de humor. Mientras que Pratchett ha podido diseccionar mundos ficticios y, con la ironía, dar su versión “realista” de ese universo, Grossman apenas deja espacio para la sonrisa. La frustración de Quentin por encontrar su lugar en el mundo empaña el tono de la obra de principio a fin y, más que divertirnos con sus logros, nos limitamos a sentirnos aliviados porque no haya ocurrido otro desastre.

En segundo lugar, los personajes están desprovistos de una misión. Quentin ha sido escogido para aprender en Brakebills, sí. pero no es EL Elegido. Y tampoco hay un Sauron, ni un Voldemort, ni una Matrix que combatir... lo cual redunda en un vacío de propósitos una vez que la parte del aprendizaje místico termina (hacia la mitad del libro). Esto deja al lector un tanto perplejo pues, si bien se le ha demostrado que no hay guerras mágicas que enfrentar, sí se explica cómo los magos procuran ayudar al progreso del mundo y al bienestar general de forma subrepticia. Pero los recién graduados se sumergen en una orgía diletante que sólo le sirven al autor para ahondar en las dudas de Quentin.

Todo esto da paso a la segunda parte del libro, en la que Grossman se aplica para crear un universo “narniano” (igual que al principio plantea su propuesta para el mundo de Harry Potter), tan descarnado y peligroso como es capaz de imaginar. Quienes hayan leído “Bosque Mitago” podrán encontrar bastantes similitudes con el tono general de esa sobra, por cierto. La mayor broma aquí es reírse un poco con los aficionados a los juegos de rol, que encontrarán el inicio de la aventura como un chiste privado. Pero, aún con más fuerza que al principio, el autor nos recuerda que hay sueños que no deben pasar de la fantasía. Para lo cual estos aspirantes a héroes se verán enfrentados a la realidad de la muerte en el campo de batalla. Curiosamente, será cuando también descubriremos que sí había un Voldemort oculto en sus páginas. Trágico y terrorífico a la vez, da el punto épico a una historia que se desinfla un tanto hacia el final (cerrando cabos de la trama, y dando el primer paso hacia la recientemente publicada secuela).

Definitivamente, una obra para ocupar un rato entretenido de lectura pero a la que lastra un tono de amargor adulto que no todos querrán enfrentar.

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