(Reseña previamente publicada en Melibro)
Publicada originalmente como Tiger! Tiger! en su primera edición en Reino Unido (1956), fue en su edición norteamericana (1957) donde se cambió el título por el que ahora conocemos. Aún así, la novela conserva referencias mucho más obvias al nombre original que a la “versión americana” (el poema de Blake que inicia la obra, sin ir más lejos).
Salvando la parte final del libro, se puede considerar que estamos ante una novela de aventuras. En este caso, las aventuras de Gulliver Foyle. Un tripulante mediocre de naves espaciales, al cual le va a cambiar la vida al convertirse en el único superviviente y náufrago en un pecio a la deriva (detalle de la historia que, al parecer, está inspirada en el relato de un marinero que pasó por un trance similar durante la 2ª Guerra Mundial). Y cuando otra nave espacial pase de largo, negándole la posibilidad del rescate, Gully Foyle dejará que todo su futuro quede marcado por el anhelo de venganza.
La trama le hace varios guiños claros a “El conde de Montecristo”. Hay un personaje traicionado y “castigado” en una prisión terrorífica (de hecho, se puede decir que pasa por ese trance varias veces), una venganza que se lleva a cabo gracias a un “tesoro” escondido, y una relación tempestuosa con la mujer que quiere destruir al tiempo que la ama... Sin embargo, Foyle no alcanza el refinamiento de Edmundo Dantes y se muestra habitualmente como el depredador apartado del título original: todo fiereza y sed de sangre.
En cuanto a los elementos de ciencia-ficción, destacaría dos principalmente: la especulación sobre un mundo donde es posible la autoteleportación y la ambientación cuasi cyberpunk en que lo sitúa.
La autoteleportación, denominada jaunteo en la novela, tiene un papel determinante en la trama. Cientos de cambios en la sociedad se deben a la capacidad de la práctica totalidad de la población de “jauntear”: ya no existen medios de transporte terrestres, salvo los que quieren usar los aristócratas para demostrar su nivel social; las casas se han vuelto laberintos para impedir el “jaunteo” de intrusos; quien puede permitírselo, pasa el tiempo viajando siguiendo a la noche para vivir una fiesta continua; y, por supuesto, los criminales son llevados a prisiones subterráneas para evitar su fuga (un castigo menor comparado con la lobotomización). Un dato que puede escandalizar a las posibles lectoras es que, en las familias adineradas, se “protege” a las féminas en habitaciones sin puertas ni ventanas y, por tanto, invulnerables al “jaunteo” de quien podría poner en peligro la honra familiar.
En cuanto a la ambientación “pre-cyberpunk”, comentar que Bester está disponiendo un conjunto de elementos al que sólo le falta un entorno cibernético virtual para ser primo (o padre) del “Neuromante”. En la novela nos movemos la mayor parte del tiempo entre una élite aristocrática (cuyas familias ejercen el papel de megacorporaciones), que pervive en un ambiente cuasi victoriano. Pero cuando nos apartamos de ahí, vemos un mundo mucho más siniestro. Bandas de ladrones que cometen los delitos con impunidad. Drogas de diseño que hacen mella entre los pobladores de las zonas marginales. Empleados capaces de cambiar su personalidad (y su propia individualidad) por convertirse en una “marca de fábrica”... Y a eso se le añaden los implantes de mejora física, la cirugía psíquica, las modificaciones corporales...
Mi único pero es que la acción haya supeditado todo lo demás a su servicio. Hay tantas cosas en la ambientación que sólo llegamos a entrever, que quizás otras veinte o treinta páginas bien nos habrían colmado la curiosidad. Aún así la obra cumple con la capacidad de entretenimiento y asombra hoy tanto como hace cincuenta años.
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