(Reseña previamente publicada en Melibro)
La contraportada de este libro hace hincapié en la influencia que tuvo sobre uno de los iconos más populares del siglo XX: Superman. Mal que les pese a Siegel y Shuster, un gran número de estudiosos del fenómeno de los superhéroes afirman la ascendencia, más o menos evidente, de la novela de Wylie sobre el conocido hijo de Krypton.
Personalmente, fue este interés por comprobar cuáles eran las semejanzas entre ambos personajes lo que me llevó a leer el libro. Y aunque el parecido resulta “evidente” (sobre todo respecto al Superman original de 1938), lo es en el entorno de lo puramente físico. Los poderes de Kal-El y Hugo Danner son equiparables, sí. Pero el protagonista de Gladiator está marcado por un perfil psicológico y unos avatares que lo sitúan en las antípodas del Héroe de Acero.
Sobre el autor, nada más decir que probablemente sea uno de esos escritores de los que muy pocos sabemos nada y aún habremos leído menos. Pero el número de obras sobre las que puede reclamar la paternidad Wylie es realmente extenso, e incluso cabe decir que presumir, pues Doc Savage y Flash Gordon también han de confesar una gran deuda de parte de otros dos de sus libros: “Cuando los mundos chocan” y “The Savage Gentleman”.
En Gladiator, la historia que desarrolla Wylie comienza con un científico obsesionado por sus teorías de “modificación genética”, que acaba utilizando a la esposa embarazada (y por ende, a su propio hijo) como inusitada placa de Petri para probar esos conceptos. Este papel del padre, como representante de una ciencia capaz de cambiar la naturaleza de las cosas, sorprende por plantearse en un momento muy alejado aún del momento actual. Y tal y como lo plantea el autor, podemos aventurar que su postura era negativa al especular con la idea.
Quiero aquí añadir una reflexión personal. Se trata de la, a mi parecer, posible influencia psicológica del “Crack del 29” en el espíritu de la obra. A pesar de que esta es la única obra que he leído de Wylie, y aunque en las biografías se refieren a su tendencia a la polémica y al existencialismo, el impulso trágico que subyace en la novela sumado al patente descreimiento en la sociedad me empuja a pensar que no fue impermeable a la impresión que causó la crisis del 29 y sus consecuencias posteriores. Teniendo en cuenta que la obra se publica en 1930, no me parece que la idea de una “causa-efecto” sea un pensamiento peregrino.
Porque eso es algo que aparece a lo largo de toda la obra: un pesimismo trágico, encarnado en Hugo Danner. ¿O acaso puede haber destino más terrible que saberse elegido para un bien superior y ser incapaz de encontrar la manera de llevarlo a cabo? En ese sentido, y por no abandonar los símiles del comic-book, me recordó mucho más al temido y odiado Increíble Hulk. El peregrinar del protagonista le lleva de un lado a otro (de Colorado hasta New York, y de allí al frente de la Primera Guerra Mundial), siempre procurando ocultar lo extraordinario de su naturaleza y, al mismo tiempo, queriendo ser útil buscando una tarea que precise el uso de esos poderes sobrehumanos.
Lo que apena de modo especial al lector es ese descreimiento en el ser humano al que ya he aludido. Wylie no sólo no espera encontrar bondad en las personas, si no que incide en cómo la avaricia, la suspicacia o la simple ignorancia hace de cada uno de vosotros algo horrible. Y los casos en los que permite vislumbrar un poco de luz, son atajados por una nueva bofetada de pesimismo.
En resumen, Gladiator supone un hito muy especial en la literatura de ficción. Un precedente del arquetipo de superhéroes con tintes de tragedia clásica, en el que el autor se planteó cuestiones que ahora nos pueden parecer novedosos; muy especialmente ese sufrimiento al sentirse diferente y temer la reacción de los demás si desvela su secreto. Y con ese planteamiento pesimista, tan alejado de la norma habitual en estos casos, los aficionados al cómic deberían aprovechar la oportunidad para acercarse al texto.
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