viernes, 20 de noviembre de 2009

"La piel fría"


Es difícil catalogar la novela de Aberto Sanchez Piñol. Si uno lee la reseña que circula en la mayoría de entradas de internet, espera entrar en un mundo Lovecraftiano. Y aunque los seres marinos que anuncian son dignos herederos de los "profundos", sus similitudes acaban en lo físico. El terror o la angustia que pueden provocar en el lector tienen orígenes muy diferentes.



La novela comienza en un tono que entremezcla el terror al más puro estilo Lovecraft y la repulsa por lo primitivo de "El corazón de la oscuridad". Narrado siempre en primera persona en un momento indefinido de principios del siglo XX, el protagonista es un náufrago social que ha decidido exiliarse a una isla remota. Allí, convertido en un verdadero náufrago, deberá enfrentarse a una situación límite que le obligará a despojarse de su civilización.

En el reducido universo que compone la isla, nuestro narrador se ve arrastrado por una ola de violencia a la que es imposible sustraerse. Descubre enseguida la condición de "terreno en disputa" de ese minúsculo peñón y a las bestias involucradas en el conflicto. Dos bandos de dispares características, semejantes tan sólo en la voluntad de destruírse entre sí, e igualmente ajenos a la naturaleza del protagonista.

De un lado está Batis Caffó, el Kurtz de "La piel fría". El resultado de una prolongada guerra de supervivencia. El hombre deshumanizado cuya frialdad repugna al hombre civilizado, pero al cual necesita para continuar vivo. La sombra que se cierne sobre la cabeza del protagonista, amenazándole con un visión permanente de su destino.

Del otro lado están las criaturas marinas. Los monstruos que dominan la noche. La amenaza contínua en forma de bestias. La muerte que se abalanza contra los ocupantes del faro una y otra vez, inasequible la desaliento.

Esas dos fuerzas, Caffó y los "carasapo", provocan y mantienen en tensión la narración. Por medio del protagonista se nos hace tangible la incapacidad para entenderse con ellos. La falta de comunicación como motivo del conflicto. La batalla como un sinsentido en el que ninguno de los dos bandos parece tener más objetivo que la destrucción. Una guerra sin un origen claro y con ningún fin aparente.

Sin embargo, Sanchez Piñol añade un elemento que provoca dudas a cualquier lector: la "carasapo" huída de su sociedad y refugiada entre los humanos. Mediante esa criatura, en la que los hombres desahogan sus frustraciones, los monstruos pasan a quedar desprovistos de la malicia que se les ha supuesto. Presenciamos entonces lo que ocurre al sentirse reflejado en el otro. Cómo enturbia la concepción del enemigo. Incluso los abismos de las disparidades físicas se estrechan y las razones para matar al otro se ponen en duda. Así, cuando resultaría fácil para el lector posicionarse del lado de los humanos, se le obliga a dar un paso atrás. Se le hace partícipe de la lucha por racionalizar lo que ocurre y comprender a los demás, enmarcada en la relación visceral que se forma entre el protagonista, Caffó y la "carasapo".

La historia acaba cerrando un círculo que sólo se adivina mediada la narración. Después, aún flotan un montón de preguntas sobre lo que ha pasado. Pero quizá esa es la mejor forma de concebir las barreras de la incomprensión. Como seres que nos resultan ajenos, incluso siendo parecidos.

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