jueves, 11 de mayo de 2017

"Sobre Shunkin" de Junichiro Tanizaki

Desde hace unos años, mi bagaje en literatura japonesa ha empezado a crecer a un ritmo bastante bueno; gracias, sobre todo, al esfuerzo de ciertas editoriales por acercarnos nipones más allá de los típicos best-seller de moda (y, sí, estoy pensando en Murakami). Una "japonización" que, hasta ahora, se había dejado sentir más bien poco en el blog, pues apenas son un par las reseñas dedicadas a obras niponas. Por eso, para compensar esta ausencia, hoy le toca el turno a un autor que, mal que me pese estaba en el limbo de lo desconocido en lo que a mi respecta: Junichiro Tanizaki. Y después de leer Sobre Shunkin, solo puedo lamentarme por no haberlo conocido antes.

De este libro hay que empezar diciendo que trata un tema muy en boga: las relaciones enfermizas. La base de su nudo argumental es contar la vida de Shunkin, una extraordinaria maestra del shamisen en la ciudad de Osaka, que ha debido limitarse a ese instrumento por el hecho de haberse quedado ciega. Pero, como si semejante excelencia artística debiera compensarse con una carencia de igual calibre en otro aspecto, Shunkin es un personaje de un extremo egocentrismo. Un defecto que se focaliza en el otro protagonista de la historia: Sasuke. Sirviente, aprendiz y amante (en distintos niveles), cuya devoción hacia la artista invidente bordea lo patológico, como poco.


La historia, recopilada por un pupilo de Sasuke, comienza por describirnos la infancia de Shunkin y cómo, a muy temprana edad, acaba perdiendo la vista; una catástrofe en la que ya se deja entrever la sospecha de que el carácter egoísta de la niña había provocado el deseo de venganza de una sirvienta. Aún así, la ceguera no afectará a su enorme belleza física, y el joven sirviente de la casa (cuya pobreza le impide costearse las clases de un maestro de shamisen) acabará prendado por completo de su joven ama (a la que aventaja en algunos años). La relación entre ambos se forja así, con el uno ejerciendo de criado del otro, y progresará en el tiempo sin que esa jerarquía mude en ningún momento. Shunkin dispone y Sasuke obedece, con toda la docilidad que se pueda imaginar. Incluso cuando vivan juntos, establecidos como maestros del shamisen (y amantes no declarados), ella no demostrará en público mucho más que el afecto por su criado favorito, y él representará a la perfección el papel del pupilo que idolatra a su maestra (viviendo en el umbral de la pobreza para sostener los caprichos de ella). Algo que quizá resulte más comprensible, o admisible, considerando el contexto histórico-social en el que se ubica la narración: el Japón Meiji, y cómo se planteaba la relación amo-criado en esa época.

Todo lo anterior no hará más que reforzar el carácter egoísta de Shunkin, cuya belleza y virtuosismo musical no impedirán que acabe ganándose el resquemor de sirvientes, pupilos y otros intérpretes, hasta el punto de volver a sufrir las consecuencias de una venganza a su altivez. En esta ocasión, contra ese rostro que la ha hecho ser deseada por tantos hombres. Y en ese momento es en el que Sasuke demuestra hasta donde llega su lado más enfermizo, al provocarse la ceguera a sí mismo en una escena que no precisa ser más explícita. 

En definitiva, una historia interesante y que da pie a la reflexión sobre este tipo de insanas relaciones retroalimentadas, en la que sus protagonistas dejan fuera al resto del mundo, y no hay lugar para terceros (ni siquiera hijos). Sobre todo porque, como apuntaba un amigo, es posible acabar dudando sobre cuál es el verdadero papel de cada uno de los personajes, quién está obteniendo mayor beneficio de esa relación, o cuál es más dependiente del otro.

Por último, un apunte personal. Recomendaría leer este libro escuchando música de shamisen, pues su presencia queda implícita en muchos momentos de la narración y sospecho que los lectores occidentales estamos dejando de disfrutar de ese juego literario, que para un nipón será mucho más fácil de evocar.

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