martes, 19 de abril de 2016

Cuentos Dispersos (I)

Tal y como anuncié en el último artículo de Marzo, este mes sirve para dar inicio a una nueva "sección fija" en el blog, que hereda el planteamiento de los artículos en los que estuve comentando los relatos de Ni colorín, ni colorado: hablar de forma pormenorizada sobre las fuentes de inspiración y el proceso de redacción de uno de los cuentos que he publicado en el pasado.

La razón principal de esta sección es la de complementar a mi página oficial en Facebook, ya que ahí estoy recuperando una serie de relatos que se publicaron años atrás en revistas, webs o recopilatorios, pero que nunca había "diseccionado" con la misma profundidad que lo hice en Cuentos Cuánticos. De esta manera espero ofreceros textos que desconocíais y, de paso, explicaros qué locuras estaban pasando por mi cabeza mientras los escribía. Un ejercicio que también me va a obligar a hacer memoria, ya que unos cuantos de esos textos son fruto de la inspiración del momento...

Y una vez puestos en situación, creo que es el momento de inaugurar de forma definitiva la sección (Para aquellos que no habéis leído los relatos, os recomiendo que pulséis sobre el título del cuento para seguir al enlace y le dediquéis unos minutos antes de pasar al comentario).


Publicado en el foro Abretelibro! allá por 2009, este relato nació como fruto de mi admiración por Terry Pratchett, a quien estaba leyendo casi de forma intensiva por aquel entonces, y muy en concreto por el personaje de Muerte. Por el contenido del texto, es probable que  ya hubiese leído Mort, y cualquier conocedor del Mundodisco podrá ver que la mayoría de elementos de su universo están presentes en los pocos párrafos que componen el relato. La inspiración para su escritura, como no, se encuentra en una anécdota cómica: la degustación de unos dulces traídos por unos amigos de su viaje a China y cómo, al meterme uno en la boca, solo pude pensar que habían sido cocinados por alguien que no sabía realmente en qué consistía la repostería. Eso me acabaría llevando al chiste recurrente de Pratchett sobre la Muerte y su fascinación por los seres humanos y sus costumbres, y esa idea me empujó a elucubrar sobre lo que podría ocurrir si el peculiar personaje de Mundodisco decidiera probar suerte con la repostería. Una forma sencilla de enlazar la escritura con otra de mis aficiones (o vicios, no lo tendría claro).

De todo el proceso de escritura, el más duro sin lugar a dudas fue conseguir acercarme al estilo literario de Terry Pratchett. Aunque me gusta el humor británico, y disfruto muchísimo con los juegos de palabras y los chistes que aparecen en los libros de Mundodisco, imitar una forma de escribir tan particular es muy complicado. Aparte de lo frustrante que puede ser la comedia: lo que a ti te hace mucha gracia mientras escribes, no siempre tiene por qué resultarle igual de hilarante al lector. De hecho, éste es uno de los pocos relatos en los que me he atrevido jamás con este género (a excepción de cierta novela, escrita hace más de veinte años, que quizás algún día me atreva a desempolvar y pulir). Aún así, considero que las bromas del cuento se acercan bastante al modo en que podría haberlo desarrollado Pratchett (y los amigos que leyeron el relato por aquel entonces no le pusieron demasiadas pegas).

En cualquier caso, y sin creer que haya podido alcanzar la genialidad del maestro, Muertelillos es un relato del que siempre me he sentido satisfecho. Tanto por la dificultad de homenajear de forma convincente un universo así de rico, como por las sonrisas que me siguen arrancando algunos de los fragmentos cada vez que vuelvo a releerlo. Y, por otra parte, constituye un buen ejemplo de esta tendencia mía a homenajear de vez en cuando a otros autores que admiro.

Y eso es todo. En próximos meses seguiré comentando el resto de relatos que siga publicando en la página oficial. Así que, si no la seguís aún, os animo a hacerlo e ir leyéndolos. 

Un saludo.

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