miércoles, 7 de septiembre de 2011

Haciendo Enemigos


El título de este artículo procede de mi reciente tropiezo con cierta polémica (a mí me parece que podría llamarse así) que, según mi experiencia, impregna el mundillo de los autores noveles. Un debate de posturas encontradas, que forma parte en cierta manera de la definición del genio, más o menos.

Pongámonos en situación: en una red social que no viene al caso, un autor se estaba quejando hace poco de lo anodino que resultaba corregir la obra una vez escrita, y al hacerle notar que esa es la razón de que existan correctores (insistiendo en su labor de localizar "vicios" ortográficos y/o estilísticos), su respuesta consistió en un loable "todos debemos ser conscientes de nuestros errores". Hasta aquí, no habría razón para mi artículo. Pero entonces, alguien se atrevió a comentar que estaba encontrando fallos ortográficos y gramaticales en la obra publicada por el susodicho, provocando una respuesta bastante más airada. Una con la que ya me había cruzado en otras ocasiones y que, con diferencias, viene a expresarse en los siguientes términos:

"Yo leo libros por la historia que me cuentan".

Punto final. Allí acabó cualquier debate. Y, a mi parecer, el propio autor se retractó de todo lo bueno dicho con anterioridad. Dejando a un lado el por qué se cuelan esa clase de fallos en las versiones que llegan al lector, prefiero centrarme en la defensa final de este autor y en la corriente de opinión que representa: lo que cuento es mucho más importante que cómo lo cuento. Y en este punto es donde voy a empezar a ganarme esos enemigos. Porque yo soy contrario a esa forma de pensar, bastante extendida entre los escritores noveles y, según mi experiencia, sobre todo al nivel de foros. No es extraño comentarle a alguien que su texto necesita correcciones y ver que se defiende reclamando la preeminencia de calidad de la "idea" sobre la corrección gramatical u ortográfica. Paradigma que he visto aparecer incluso a la hora de atacar la labor de criba editorial, una postura que, entiendo, a esas personas les servía para establecer que tal práctica estaba cerrando el paso a genios literarios. Una presunción que yo considero, como poco, incoherente.

En primer lugar, desde mi punto de vista personal vería como algo más lógico reconocer o rebatir la validez de los fallos que se achacan a la obra. Pero, como ya he dicho, lo habitual es minusvalorar esa clase de observaciones. Lo cual, en mi opinión, supone lo mismo que rechazarla de plano. Y haciendo eso me llevan a pensar que, o bien realmente no tienen ningún interés por corregir lo que hacen mal, o consideran que "para eso están" los correctores: para hacer que su redacción esté bien escrita. Supongo que los defensores de esta postura podrán presentar argumentos para refutar mis suposiciones. Incluso lo espero. Pero no deja de resultarme extraña esa manera de entender la escritura.

Por supuesto, no le estoy negando a nadie el derecho a poner sobre papel las ideas que le bullen en la cabeza. Sólo quiero demostrar mi rechazo a dar por bueno que la creatividad sea independiente (y superior) del conocimiento de las herramientas con que se expresa ese talento. Salvando las distancias, lo compararía con intentar convencerme de que Verne o Asimov habrían logrado el mismo éxito si sólo hubiesen tenido buenas ideas (y correctores muy dispuestos). Evidentemente, no olvido que todos tenemos la capacidad para aprender y mejorar. Sin ir más lejos, en mis cajones duerme una novela escrita con quince años que ahora me provoca sonrojo. Y la obra que presenté a Edebé, más de diez años atrás, asoma de vez en cuando a mi pila de reescrituras para que le borre todos los fallos de una redacción demasiado apresurada. Y aún así, creo que ambas contienen buenas ideas. Pero no puedo considerarlas como "publicables". Por eso, con cada relato nuevo que escribo y cada recomendación que intento aplicar creo que mejora mi estilo.

Es más, cuando recibo una crítica a mi capacidad para redactar no la ignoro. Sobre todo si el comentario te llega desde diferentes personas. Incluso podría hacer un ejercicio de imaginación e intentar adivinar cuál habría sido el tono de las críticas a lo que escribí después de El Secreto de los Dioses Olvidados si hubiese hecho oídos sordos a quienes me advirtieron de una "ampulosidad innecesaria en el vocabulario"; defecto que, entre mis amistades, ha pasado a calificarse como "Gongorismo". Y esa fue una de las críticas constructivas, porque cuando comenzaron a aparecer las reseñas en blogs y foros no dejaron de señalar los "peros" que cada lector le encontraba. Es obvio que no se puede gustar a todo el mundo, y que tampoco se conseguiría nada intentando hacer caso a cada observación estilística que se recibe. Pero tenerlas en cuenta me parece mejor postura que menospreciarlas.

Al final, y aquí mis enemigos se empezarán a volver acérrimos, puede que todo sea un problema de madurez. Lo que estoy criticando lo he "sufrido" casi siempre en foros, donde uno no sabe si habla con un jubilado, un profesor o un adolescente (y tampoco sueles tener interés por investigarlo). Además la arrogancia, incluso un cierto punto de elitismo snob, parecen intrínsecos a este mundillo. ¿Acaso reconocer esos errores se percibirá por estos autores como una claudicación? ¿Que admitir fallos les harán de menos dentro de la comunidad? ¿O quizá es una forma de defender un estilo propio, contra los que no sabemos apreciarlo? Como ya he dicho, en mi opinión la base estaría en considerar qué es publicable y qué hay que tratar como un buen borrador a trabajar.

Y sólo como colofón, un fragmento de alguien cuya creatividad admiro, a la par que su capacidad para jugar con el lenguaje (con el permiso de Gigamesh, por supuesto).

"La selva desapareció. Ante ellos, una llanura se extendía bajo la brillante luz de la luna, y a unos doscientos metros se alzaba el brocal, alto hasta las rodillas, de un pozo que parecía más ancho que el Coliseo romano. Sobre el centro del pozo pendía una vasta luminosidad que quizá fuera fuego o rocío, y sus masas suavemente brillantes ascendían y bajaban con la lentitud de los ópalos en la miel. Mirando el movimiento de las luces, Shandy comprendió, con un escalofrío en el estómago, que no tenía ni idea de a qué distancia de ellos se encontraban; en un momento dado parecían mariposas de cristal coloreado que brillasen a la luz de la antorcha de Hurwood, al alcance de la mano, pero al siguiente asemejaban a un fenómeno astronómico que tuviera lugar mucho más allá de los dominios del sol y los planetas."

9 comentarios:

  1. Sí, este es un debate recurrente. Mi postura está absolutamente de tu lado, desde luego.
    Saludos. Velkar.

    ResponderEliminar
  2. También yo estoy contigo.
    ¿Por qué motivo reviso cinco veces mi relato para el certamen de Villa del Quinto Infierno, por si se dan cuenta de que se me ha colado una errata y deciden tirármelo por ello y, sin embargo, yo tengo que ser permisivo con una novela que además estoy pagando?

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Yo no estoy de acuerdo con tu opinión, la verdad.

    Para empezar, la idea y las "herramientas con que se expresa ese talento/idea" no guardan relación, en mi opinión, y no veo por qué se tienen que comparar.

    Cuando uno piensa una idea, un tema, un personaje, es absolutamente independiente de las palabras que al final quedarán escritas en el papel. Yo creo que son dos aspectos que no se deben descuidar, sin relacionarse. De hecho, si estuvieran íntimamente ligados, los correctores que mencionas no podrían hacer su trabajo, ya que no tuvieron "la idea" ellos.

    En el extraño caso de que hubiera que dar prioridad a uno de los dos, yo desde luego prefiero una idea original y buena, no demasiado bien escrita, que un historia aburrida y previsible muy bien escrita.

    Y en el ejemplo que citas de Asimov. desde luego, yo preferiría un millón de veces tener la idea de La Fundación y buscar ayuda para redactarla que tener una capacidad de redacción espectacular y buscar ayuda para que me den una idea original, buena e irrepetible.

    Hay correctores y servicios profesionales de corrección. Hasta donde yo sé no hay creadores o servicios profesionales de estimulación de la creatividad.

    En cualquier caso, en lo que más disiento contigo es en que la creatividad, en mi opinión, sí es independiente del conocimiento de las herramientas. Si no, estudiando lengua o filología estaríamos desarrollando nuestra imaginación, y al revés.

    Las ideas, especialmente las geniales, siguen siendo magia a día de hoy, nadie sabe cómo surgen, ni cómo se produce la chispa. Las herramientas se pueden estudiar, aprender, plagiar, mejorar...

    Yo iría encantado a cualquier curso de cómo tener una idea original y brillante.

    ResponderEliminar
  4. Velkar, que alegría volver a verte por aquí!!

    Pedro, lo tuyo me parece que va más encaminado hacia los entuertos provocados por fallos de los correctores. Pero gracias por los ánimos.

    y Nando...

    Nando, antes que entrar en polémica sobre qué postura es la correcta prefiero matizar algo de lo que he dicho en mi artículo. Sobre todo, porque no le niego el valor a la idea. Es cierto que un planteamiento original es muy valioso en cualquier trama. Pero tú has añadido algo que te diferencia de las posiciones un tanto radicales a las que pretendía criticar.

    Tú comentas que buscarías ayuda para mejorar la redacción, mientras que yo me he centrado en quienes dan por buena una historia original sin importarles esas carencias. Insisto en que mi comentario va dirigido a aquellos que hacen oídos sordos a las sugerencias de que repasen la ortografía. Y yo, personalmente, comparto la opinión de que a un escritor se le debe exigir no sólo ser creativo, si no saber expresarse con las palabras más adecuadas.

    Claro que los correctores no pueden crear la belleza de los genios. A lo sumo, harán que tu texto sea "correcto" (y aquí acabo de ganarme la enemistad de ese gremio). Pero ¿realmente crees que puedes lograr un vocabulario genial si no aprendes a usar las palabras? Asimov y Verne son paradigmas de la originalidad, pero si nos movemos hacia mayores cotas de creatividad literaria (y aquí señalaría a Tolkien o Gaiman), dudo que alguien capaz de cometer errores ortográficos de bulto (y no reconocerlos) pudiera alcanzarlos.

    En cualquier caso, precisamente al señalar tu voluntad de admitir los errores y remediarlos te distingues de aquellos autores a quienes estoy criticando. Porque creo que su teoría empobrece la literatura.

    ResponderEliminar
  5. En lo de las correcciones no puedo estar más de acuerdo contigo. De hecho, yo considero que la creatividad y "las herramientas" están tan separadas que una no justifica la otra. Es decir, que si yo escribiera algo verdaderamente genial y original y alguien me señalara un error gramatical o de otro tipo, no me escudaría en la idea. Lo corregiría y daría las gracias porque una cosa no tiene nada que ver con la otra.

    Yo creo que la creatividad es tan independiente que ni siquiera está relacionada con la literatura. Una gran idea podría servir para una novela, una película, un juego de ordenador, un cómic...

    De qué modo se desarrolle es independiente de ese genio que, en mi opinión, caracteriza las grandes historias.

    Pero repito que eso no sirve de excusa para justificar un error gramatical, o un error en el plano de una película...

    Aunque es mucho más fácil corregirlo que la propia idea, en mi opinión. Es decir, yo sí creo que la idea es superior. Siguiendo tu ejemplo de Tolkien, veo mucho más meritorio el mundo que ha creado que las metáforas y las descripciones de El Señor de los Anillos. Es su mundo y su imaginación lo que se ha trasladado al cine, a los juegos y a los tebeos.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. Bueno, me alegro de haber llegado a una especie de acuerdo intermedio con lo de las correcciones.

    Sólo mantengo que la creatividad necesita saber cómo expresarse, se elija el medio que sea para desarrollarla. Como todo, la técnica es lo que cualquiera (ja ja ja) puede aprender. Pero hace falta la voluntad para aprender a pintar un óleo, elegir el mejor plano para rodar una escena o programar un juego...

    ResponderEliminar
  7. Tú último comentario es muy acertado. Totalmente de acuerdo con lo que mencionas de la técnica.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. No puedo evitarlo... Ayer se publicó esto, supongo que por casualidad. :D

    http://www.papelenblanco.com/animacion-a-la-lectura/os-voy-a-dar-3-consejos-para-ser-escritor-aunque-el-relleno-pueda-estar-caliente-cuando-se-caliente

    ResponderEliminar
  9. Lo bueno de las herramientas es que hacen que la "idea" tome forma concreta y llegue al lector de la mejor forma posible. Sin ellas, cualquier talento se pierde en el vacío o no transmite la idea original, y viceversa; tampoco basta con escribir correctamente o sólo serían escritores los filólogos. No entiendo la separación que se hace de las dos cosas, pues tan esencial es para un escritor o escritora su imaginación como la técnica.
    Y para ello hay que seguir aprendiendo con humildad, corregir, leer, escribir, sin dejarse intimidar por las críticas fundamentalistas en uno u otro sentido.
    Las personas amantes de la literatura necesitamos los dos aspectos; son complementarios, nunca enemigos, si es que nos domina más el amor a las letras que el ego personal. Tanto el talento "genial" como la corrección "absoluta" no existen, y en un aspecto u otro, tod@s tenemos alguna deficiencia o algo destacable.
    El peor enemigo de un escritor o escritora es tomar partido sólo por uno de los dos extremos... para justificar su carencia.

    Un saludo

    ResponderEliminar